Nosotros es una entidad colectiva. Un sujeto en plural que amarra tantos pronombres singulares como el sentimiento de pertenencia lo permita. Nosotros no tiene marcas de género, consta de tres vocales redondas como un abrazo. Así, circulares y precisas, rotundas.
Nosotros está escrito en español pero no tiene una nacionalidad definida, podría decir we o me too que a fuerza de suma nos devuelve la primera voz, sin importar el idioma. Y aunque una comunidad lingüística prefiera un vocablo sobre el otro, el sujeto colectivo nos incluye, nos atañe, nos contiene.
El suicidio de Armando Vega Gil, no es una respuesta al movimiento #MeToo; tampoco es la guerra de los sexos o la perversión de las redes. Es un suceso desafortunado, una mala rola, una encrucijada que da cita a tres temas pendientes de la agenda de la postmodernidad.
Nosotras, esta sí con A, no matamos a Vega Gil; Nosotros, esta sí con O, no nos odiamos mutuamente. No existe ni existió un club de machos que escribiera el guión de la historia para someter a las mujeres; tampoco un club de mujeres dispuestas a someterse para jugar el rol de víctima en una fábula con moraleja. El orden de las cosas cambia y nosotros con él.
Vivimos en tiempos de velocidad, donde el yo toma la palabra gracias a los nuevos medios; pero ese yo grita tanto y de tantos modos que nos ensordece, nos contagia y todas las voces se apelmazan entre sí, sin tiempo para pensar lo que se dice ni articular con precisión lo que se piensa.
Botellita de jerez… nos respondemos para llamar a cuento, para que se nos haga caso. Acostumbrados a lanzar palabras como piedras al estanque, no miramos las ondas que suscitan.
Cada día hay más suicidios, se culpa por ello al sinsentido y sí, en efecto, es la falta del sentido sobre la existencia aquello que nos mata. La acusación anónima sobre Vega Gil puede ser falsa o no; podemos señalar la cobardía de quien suelta una historia de ese color sobre un personaje público, equivocando el medio y hasta la forma. No será la primera vez que una difamación se haga pública; o que una denuncia se suelte en aguas que no corresponden. De antemano dirimo que para mí, ni el suicidio ni la denuncia son estafetas de género. Nosotras no los atacamos a Ellos; Nosotros somos ellas y ellos.
¿Es el suicidio una enfermedad o un síntoma? Me parece que ambas. El sentido en su acepción de significado nos viene a partir de varias conexiones, entre ellas, para decirlo un poco literariamente, si el ser es un texto, requiere para ser aprehendido de un contexto. El contexto hasta hoy conocido no justifica que Armando se quitara la vida. Seguramente había otras causas, seguramente encontró menos sentido para despertar al día siguiente.
Para darme respuesta recupero una idea “salvación colectiva” mucho de nuestro sueño civilizatorio ha tenido ese grito de guerra, pero ni antes ni ahora se puede lograr lo imposible. Ese margen mínimo que nos distingue de un hombre a otro, nos hace tremendamente plurales, tanto, como las historias que somos capaces de contarnos. La libertad es un soplo que obliga al viraje en un trayecto, el hombre o mujer que dejaron de amar, que perdieron la fe, que abandonaron convicciones. Algo de ello estaría pasando por un yo que prefirió decir adiós a enfrentar una acusación.
No juzgo a Armando, no tengo derecho; no juzgo al autor (no podemos estar seguros de su sexo, los anónimos se lo callan todo) del tweet que hoy aparece como única arma del crimen. Pero en aras de esa “salvación colectiva” por la preservación del nosotros incluyente, me parece importante señalar que Armando y el o la Anónima son protagonistas de su decisión, que nadaron entre las aguas de una lucha por la igualdad necesaria entre hombres y mujeres; que vociferaron en la nueva impúdica, tumultuosa y descarnada plaza pública de las redes. Que con sus actos nos obligan a tomar aire y lamentar la muerte y la violencia. Éste suicidio puede ayudarlos a rechazar el suicidio porque las ideas importan. No podemos condenar una enfermedad, pero sí podemos decir que existía un Armando del futuro, su hijo y familiares lo estaban esperando al otro lado de una mala nota. Podemos asegurar que al irse se extrañará su música y sus cuentos, su sentido del humor, que es triste que se apague su voz.
Al anónimo y a todos los que denuncian no podemos callarles, pero podemos pedirles que sean valientes y que deslinden del abstracto a todas las víctimas y los culpables. Somos nosotros hombres y mujeres quienes cantamos y contamos esta historia, unos más felices que otros, unos más entonados que otros; no se trata de una entelequia maldita llamada Hombre ni de una pancarta vengativa llamada Mujer.
Las personas pueden sentirse aisladas en sus oscuros pensamientos, toda la humanidad sufre, al menos parte del tiempo, tales pensamientos puede ayudarnos a sentirnos menos solos, a recuperar el aliento para permanecer.
Ninguno de nosotros sabemos realmente lo que significamos para los otros; y el futuro lo construimos en esa voz colectiva plagada de Os rotundas. La historia y la filosofía nos piden que recordemos estos misterios, que echemos un vistazo a los amigos, a la familia, a la humanidad, a las sorpresas que se tejen en futuro. A buscar con valor y menos culpas una mejor forma de cantar, así, todos nosotros.
Publicado en: https://www.etcetera.com.mx/opinion/nosotros-suicidio-armando-vega-gil-metoo/