Me permito abrir este texto con una gran paráfrasis de un fragmento conmovedor:
Un día a partir de una gran explosión que llamamos Big Bang, materia, energía, espacio y tiempo tuvieron su origen, a ese relato le llamamos física. Luego, materia y energía se abrazaron en complejas estructuras que llamamos átomos; después se combinaron en aquello que llamamos moléculas. Esta interacción es un relato al que llamamos química. De estas intrincadas relaciones, nació un planeta que llamamos la Tierra. En ella, las moléculas se combinaron en estructuras particularmente grandes e intrincadas que llamamos organismos, su relato se llama biología. Los organismos se agrupan en géneros, especies y familias. De una familia de grandes simios nació el Homo sapiens. Primos de los los gorilas y los orangutanes, y hermanos de los chimpancés. Hace exactamente 6 millones de años, una única hembra simio dio a luz a dos hijas: una de ella es ancestro de todos los chimpancés, y la otra es la abuela del Homo sapiens. Estos últimos, formaron estructuras aún más complejas llamadas culturas. Al desarrollo de esas culturas le llamamos Historia.
El reparto de esta historia es sumamente familiar en todas las culturas:
Madres ansiosas acariciando a sus bebes; niños despreocupados jugando en el fango; adolescentes enojados ante las exigencias de la sociedad; ancianos cansados que sólo buscan que se les deje en paz; machos que se golpean el pecho para llamar la atención de la belleza local, y matriarcas sabias y viejas que ya lo han visto todo.
Este relato de relatos proviene del libro Sapiens, de Yuval Harari y me conmueve porque, como amante de los relatos, me conmueve en los términos de mi pasión. Por otro lado, me seduce descubrir la humilde especie que somos, tan petulantes y sin embargo tan similares y cercanos a cualquier otro animal. Leo esto mientras los relatos electorales siguen su curso compitiendo unos contra otros; los candidatos inventando cuentos y cuentas al hilo mientras los electores nos compramos el cuento que menos nos disgusta y como hombres de cavernas queremos imponer nuestra elección con el mazo de aquello que damos por llamar de forma ficticia también “la razón”. Yo tengo la razón, mientras tú eres ingenuo, torpe, corrupto, interesado y algunos otros verbos más que se obstinan por demostrar que el preciado mazo es el contundente detonador de futuro.
Foto: Emiliano Levario Saad
Sapiens argumenta que la posibilidad de comunicarnos de esta forma tan singular, compleja y simbólica nos lleva a ser los embaucadores perfectos. Artífices del relato que inventamos: dioses, corporaciones, rituales que desencadenan con ello salidas tangenciales a nuestro destino natural. Anárquicos, somos capaces de obtener significado del absurdo, coherencia de una mancha de aceite en el piso, de una casualidad que optamos por creer profética. Adoramos totems, artistas, máquinas, etcétera. Impresionables como somos y necesitados de encontrar el camino amarillo que nos lleve al mundo de Oz, buscamos compañeros de viaje para validar juntos al mago que, quizás, no existe.
Es por ello que me conmueve la ceguera que en aras del relato nos induce a ver alto al chaparro, guapo al feo, honesto al ladrón y un largo etcétera. El problema no es que optemos o no por un relato, el tema aquí es que confiemos en esa verdad que creemos tener secuestrada en nuestra mente de chimpancés evolucionados; el problema es que nos engañemos a nosotros mismos al argumentar a un culpable ajeno por no asumir que fuimos víctimas de nuestro propio deseo de creer. No señores, no creo que siendo Sapiens, un mote que nos autocolocamos, logremos distinguir el futuro en la frente de los candidatos a presidentes de nuestro país. Juzgamos a partir de nuestras ilusiones, de nuestros deseos, de nuestros prejuicios, de nuestro enojo y deseo de aquella otra ficción que llamamos “cambio”. ¿Qué buscamos cambiar? ¿Cambiar por cambiar? Seguiré exhibiendo mis preferencias y mis animadversiones aunque se me juzgue, no sé si mis argumentos son mejores o peores que el mono de al lado, pero los observo, los cuestiono y al fin los acepto. Se trata de mi cuento y tengo uno, no tenerlo es no comprometerse, es creerse el mono sabio que desde las alturas desdeña un proceso necesario. Votaré por quien me viene en gana: Meade o Anaya, lo que se me venga en mente, nunca por AMLO aunque gane y los vaya aventajando, ése no es mi cuento, no me lo creo, el villano está demasiado identificado, los buenos son demasiado blancos, las soluciones bibidi babidi bu, tan mágicas. Los rituales tan religiosos y el mesías flotando entre las nubes. No busco convencer a nadie, no intento probar con mi mazo mis verdades, pero disfruto enormemente la pasión con la que los fanáticos buscan convencerme, me asombra la simpleza con la que familiares se distancian por su predilección, me aterra que las comidas de domingo se plaguen de infamias políticas, como si fueran corridos tristes que acompañan las melancólicas fiestas. El relato avanza entre nosotros en espera de que, de una vez por todas, el destino nos alcance para probar un punto sobre otro y tal vez nadie festeje el triunfo de un final que por definición puede ser mil cosas pero acaso no se podrá llamar feliz.