Cuando viajas, después de mucho trayecto arrastrando maletas, cuidándolas, te percatas de que lo mejor del equipaje es lo que llevas en el cuerpo; en ese momento te gustaría tirar todo por la ventana del transporte, al tiempo que descubres que el cargamento es la infértil necesidad de convertir la emoción en objeto para llevarte algo de aquel mundo conquistado por la vista, el paladar o el tacto. Se persigue transformar en mascota a un incidente para mostrar a los amigos: Mire, aquí tenemos una tarde de sol… Mire usted cómo alza las orejas mostrando los sonidos de un barco enamorado que sale del muelle. Tal vez se aspire a convertir un lamento en un tigre enamorado que se aferra a la estela del agua surcando con las uñas, dejando las cicatrices espumosas de las lagrimas de mil sirenas. Puede uno también mostrar al asombro la mascada limoncello de girasoles toscanos y limas de Sorrento. En cualquier caso, cada foto, cada objeto, es un tributo fallido de recuerdos fugitivos.
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Cuando se está en alta mar, se descubre que la riqueza del azul es variada; dicen que depende de la profundidad del agua en conjunción con los rayos del sol y las algas que adoquinan el fondo. El cielo también se ve afectado por el astro y nos regala una gama de azules que no pueden tener nombre porque superan las etiquetas. A punto de volver de viaje, quise traerme algo en la memoria para cobijarme la piel, para que sirviera de música y retablo para volver allí cuantas veces quisiera, y entonces decidí traerme el azul de mar con susurros y ebulliciones blanquecinas, con el cielo de sombrero en este planeta azul.
Encontramos un nombre para designar al color frío que nos abraza: le llamamos en español “azul”; en inglés, al ser “blue”, también refleja un estado de ánimo y hasta un tipo de música que arropa las emociones de melancolía, tristeza, etcétera. Nos dicen los expertos del lenguaje que en nuestro idioma llegó del árabe para aludir al lapislázuli. La Real Academia también otorga otra raíz a este color principesco, pues asegura que viene del persa “rizo del rey”. Es curioso que para los aztecas el azul era el color del sur, relacionado con Huitzilopochtli.
En este afán de traer algo de mi viaje, y como voy en barco, me dirijo hasta la proa, lanzo todo el equipaje. Contengo la respiración y muto color pitufina, pero no sólo es un tono, así que recargada en el mástil, como Rose en “Titanic”, sin nadie que me sostenga, aspiro las olas y voy tomando turquesa, cian, ultramar… Apuesto a que me veo como esas esculturas náuticas que simulaban los vientos, con los cachetes bien inflados pero pintada de azul como la italiana canción que escucho por el altavoz.
Debo agradecer a la exposición de la grana cochinilla (que se presentó en el Palacio de Bellas Artes), que me haya hecho sensible ante la historia de los colores. Así que, al contemplar tanto azul, me embriagué de él y me lo traje de contrabando: mi intención es reunir todos los azules, sin importar fronteras ni nacionalidades, menos aún, épocas y tiempos así que vamos al primer azul del arte.
Egipcio
El primer pigmento azul fue egipcio; es probable que fuera uno de los primeros pigmentos en el arte. Tal vez, tan acostumbrados al azul del cielo, no se nos ocurrió pintar con él hasta que los egipcios comenzaron a usarlo para joyería y adornos. Fue inventado alrededor de 2200 a. C., y es seguro que adornó, junto con otras tonalidades, las grandes pirámides. La receta consistía en combinar piedra caliza y arena con un mineral que contenía cobre (como azurita o malaquita), luego poner la solución a entre 1470 y 1650 grados Fahrenheit. La cocción arrojaba un vidrio azul opaco que se mezclaba con claras de huevo, colas o gomas.
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Muchos años después, la Europa neoclásica y hasta los fundadores de EU veneraban la pureza blanca del arte clásico sin saber que su colorido intenso incluía al azul. En 2006, el científico de la conservación Giovanni Verri accidentalmente encontró dicho azul presente en un lavabo de mármol griego de 2 mil 500 años de antigüedad al someterlo a luces fluorescentes. El hallazgo mostró que el azul egipcio emite radiación infrarroja que permite a los científicos encontrar rastros del color en objetos y piezas de arte antiguos. El pigmento, desde entonces, se utiliza para el análisis biomédico y el desarrollo del láser.
Ultramar
Con el Renacimiento nace el pigmento más caro de todos: el ultramar. Su intensidad es tal, que es llamado por muchos como “verdadero azul”. Está hecho de la piedra semipreciosa lapislázuli, que durante siglos solo se podía extraer de una sola cadena montañosa en Afganistán. Desde hace 6 mil años la piedra se usaba como adorno; sin embargo, hacer con ella un pigmento no era fácil, pues al molerla perdía potencia y se tornaba de azul brillante a gris opaco. Finalmente se encontró el modo y se volvió el color más popular en la Venecia medieval y renacentista. Sin embargo, su costo era tan grande que rivalizaba con el oro. Por esa causa, el color estaba reservado a personajes como la Virgen María. Este tono legendario causó el desfalco de más de un artista: Miguel Ángel dejó su cuadro “El Entierro” (1500-01) por la falta del oneroso tono; Rafael lo aplicaba díscolamente sobre capas de base de azurita, y Johannes Vermeer endeudó a la familia entera hechizado por el tono de mar.
La popularidad del tono orilló en 1824 a la Societé d’Encouragement de Francia a ofrecer una recompensa de 6 mil francos a quien inventara una versión sintética del ultramar. Un químico francés y un profesor alemán encontraron la solución del nuevo y más económico french ultramarine.
Índigo
Su nombre es su origen: era un tinte que venía de India. A diferencia del lapislázuli, cuya rareza impulsó sus altos precios, la cosecha de la planta que origina el tinte índigo podía crecer en exceso y producirse en todo el mundo, desde India hasta Carolina del Sur.
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Isaac Newton, quien introdujo el término “espectro de color”, creía que el arcoíris debería constar de siete colores distintos para coincidir con los siete días de la semana, las siete notas en la escala musical y los siete planetas conocidos. Al enfrentar el hecho de que el arcoíris sólo mostraba cinco colores, Newton forzó la inclusión del índigo, junto con la del naranja, para consternación de algunos científicos contemporáneos.
El índigo sintético, desarrollado en 1880, reemplazó al cultivo de añil en 1913; este es el pigmento que tiñe nuestros jeans. En nuestra era orgánica, la bacteria Escherichia coli fue diseñada para producir la misma reacción química que produce el añil, la planta del índigo. El método se llama “bio-índigo”.
De niño
Algunas encuestas señalan al azul como el color que más gente en el mundo considera su favorito, pues se asocia con la armonía, la confianza y fidelidad, la distancia, el infinito, la imaginación, el frío y, a veces, la tristeza. Asociado con lo masculino, también era el color más relacionado con la inteligencia, el conocimiento, la calma y la concentración. En el libro Pink and Blue: Telling the Girls from the Boys in America, la historiadora Jo B. Paoletti nos cuenta que en EU los bebés usaban sólo blanco hasta la Primera Guerra Mundial. Luego el color masculino fue el rosa por ser considerado decidido y fuerte. Las que vestían de azul eran las niñas porque el tono representaba su carácter suave y amable.
Prusiano
El fabricante de tintes alemán Johann Jacob Diesbach trabajaba con rojo de cochinilla cuando, en un descuido, uno de sus materiales, la potasa, se combinó con sangre animal. Pensó que el rojo mezclado con rojo daría un tono muy intenso; sin embargo, el potente color no era otro que azul. La sangre animal había provocado una reacción química que creó el ferrocianuro de hierro compuesto, hoy Berliner Blau o azul de Prusia. Este azul de sangre era el color favorito de artistas como Jean-Antoine Watteau, el grabador japonés Katsushika Hokusai y Pablo Picasso en su Período Azul.
La arquitectura y la medicina deben mucho al azul prusiano. En 1842, Sir John Herschel inventó un método de reproducción de imágenes para crear fácilmente copias múltiples de sus planos de construcción. La palabra “blueprint” (plano) deriva del azul de Prusia. En medicina, se administra en forma de píldora como antídoto contra la intoxicación por metales pesados.
Cobalto
El azul que casi salvó de prisión a un falsificador. Han van Meegeren amaba pintar, pero no conseguía tener una voz propia, así que decidió demostrar su talento a los críticos falsificando pinturas de algunos de los más famosos artistas del mundo: Frans Hals, Pieter de Hooch y Johannes Vermeer. Replicó tan bien los estilos y colores de los artistas copiados que los mejores expertos y críticos consideraron sus pinturas como genuinas. Su falsificación más exitosa fue “Los discípulos de Emaús”.
Durante la Segunda Guerra Mundial, un “Vermeer” falsificado terminó en posesión del mariscal del Reich Hermann Göring. Después de la guerra, Van Meegeren fue arrestado el 29 de mayo de 1945 como colaborador nazi. Se pensaba que les había vendido propiedad cultural holandesa, lo que suponía una larga condena en prisión.
El asustado Van Meegeren confesó su falsificación, argumentando que sus obras tenían la finalidad de proteger el patrimonio de su país. La corte no le creía, así que tenía que demostrar que era capaz de recrear un Vermeer.
Van Meegeren pasó seis semanas pintando; exigió material, tabaco, alcohol y hasta morfina: sin sus rancias dichas, su talento no saldría a flote. Eligió el cuadro “Jesús entre los doctores”. La copia fue magnífica; sin embargo, fue el azul cobalto de la pintura falsificada lo que terminó por darle la razón pues, tras estudios químicos, se mostró la presencia del pigmento, mismo que fue descubierto hasta 1802. Obviamente, no pudo haber sido usado por Vermeer. El jurado lo condenó a un año de cárcel por falsificación y fraude; pero antes de ser encarcelado sufrió un ataque cardíaco y murió.
Klein
El artista francés Yves Klein, de 19 años, estaba sentado en la playa con sus amigos Claude Pascal (que más tarde se convirtió en poeta) y Armand Fernández (quien después llegó a ser artista). Los tres comenzaron a jugar a dividirse el mundo, como los dioses olímpicos: Pascal tomaría el aire, Fernández tendría la tierra y Klein, el cielo.
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Por lo visto, Klein, como yo, se enamoró del tono que se abraza entre el mar y el cielo, y en 1957 comenzó a trabajar casi exclusivamente con ese color. “El azul no tiene dimensiones. Está más allá”, decía. Pintaba de ultramar francés con espray en lienzos enteros, objetos cotidianos y moldes de esculturas antiguas. Trabajando con un vendedor de pinturas en París, Klein creó una versión mate del ultramar y patentó su color bajo el nombre de “International Klein Blue“, o IKB, en 1960.
Klein es el pintor más famoso de los ultramarinos, pero no el único. Derek Jarman, inspirado por Klein, creó la película “Blue” (1993), que proyectó el mismo tono azul ultramarino durante 75 minutos, marcado por una inquietante banda sonora de relojes, canto coral, poesía y narración de cuentos. Recientemente, en su instalación “Seizure” (2008/2013), el artista británico Roger Hiorns cubrió un apartamento londinense abandonado con brillantes cristales azules, mientras que la artista alemana Katharina Fritsch presentó Hahn/Cock (2013), una escultura gigante de un gallo pintado de ultramarino en Trafalgar Square.
YinMn
El químico y profesor Mas Subramanian y sus alumnos de la Universidad de Oregón estaban investigando nuevos materiales que podrían usarse para fabricar productos electrónicos. Era el año 2009. Un estudiante, Andrew E. Smith, notó que una de sus muestras adquiría un azul brillante cuando se calentaba; nombraron al color YinMn azul por su composición química de itrio, indio y manganeso, y lanzaron el pigmento para uso comercial en junio de 2016. El color tiene una propiedad de enfriamiento y no es tóxico, lo que lo hace ideal para la construcción de techos ecológicos. La compañía Crayola retiró del mercado su color “Dandelion” y lo remplazó por un nuevo azul basado en los pigmentos del YlnMn, al que bautizó como “Bluetiful”, el cual se encuentra en el mercado desde el 14 de septiembre de 2017.
En mis pulmones
Respiro y relleno de azul, y es que el cielo es aquello que nos rodea. Me lanzo al mar, y el azul me aspira. ¿Será un asunto evolutivo? ¿Será que de tanto estar rodeados de azul nos sentimos atraídos hacia el tono de origen y la atmósfera de estrellas de nuestros destinos? Somos como el árbol nórdico que conecta los azules, pero en realidad lo que vemos es incoloro, un truco de luz que percibe nuestra mente, un espectro que choca contra una superficie que se queda con todos los demás tonos de luz.
Los dioses y los sabios se arropan de azul, y mis ojos se inundan ante los mil azules que me regala el mar. Estoy segura de que cuando llegue a puerto, sin maleta o pertenencias, será ese color el que se llevará mis palabra y mi aliento y, como Klein, todo será expresado con el simple monocromo de un recurso fugaz.
Referencias
Gottesman, Sarah “The 6,000-Year History of Blue Pigments in Art”, en: https://www.artsy.net/article/artsy-editorial-a-brief-history-of-blue “El pintor que engañó a los nazis, pero no a la química”, en: https://culturacientifica.com/2017/12/10/pintor-engano-los-nazis-no-la-quimica/ Finlay, Victoria. The Brilliant History of Color in Art. Edición Kindle.