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Regina Freyman

Paraísos de cristal líquido


Era viernes 11 de septiembre, así lo eligió en su diario. Y escogió por escenario una isla, no entiende por qué pero estar rodeado de agua es siempre buen principio, como quien coloca la primera pieza en el tablero. Muchos intentaron construir antes que él el Paraíso: lo intentó un barbón desde su cielo, y un aeda ciego que parió en un monte; lo hizo un clérigo desde la Isla imperial y un sacerdote con sus buenos salvajes. También lo hizo un escritor soñando personajes hasta consumirse entre las llamas.

Con la mano entre sus redes comenzó a escribir un mundo, sabía por su experiencia que un momento sin palabras conmueve al alma, luego se buscan términos, se ensamblan oraciones y un día un conjuro logra el milagro, la sensación se hace presente, el hechizo lo hace posible.

“Las palabras, como los rayos X, atraviesan cualquier cosa, si uno las emplea bien”, dijo Aldous Huxley desde otra utopía.

Comenzaría por sacudirse la palabra inglesa geek, con ella fue azotado sin piedad, tildado de inadaptado y aburrido un freakie de la informática. Operó todas las teclas y algoritmos para consumar una nueva acepción, la de creador, conocedor y entusiasta de la tecnología. La palabra dio frutos, alineó pandillas, los más sofisticados son los geek chic porque marcan tendencia, al menos eso creen y son habitantes de la región de la isla llamada geekdom.

La idea de las utopías lo fascinaba desde niño. Para quien gusta de imaginar, la utopía es una burbuja de la imaginación, unas flotan sin rumbo hasta desaparecer, otras se convierten en novela, pintura o canción. Las hay como aquella que es hija de la pesadilla y que impone a todos los personajes ser felices; o posiciona reyes y sirvientes en un recuadro barroco mientras su creador se posiciona en el ángulo más visible para confundirnos a todos, o el mundo de quien imagina al mundo entero viviendo en paz. Las utopías más peligrosas son aquellas que emulando a los mapas de Borges dejan de ser burbujas para instalarse en naciones. Las utopías son formas de la edición, posibilidades de selección que aíslan elementos para decorar una manía. Se escuchan bien con música o colgadas en un muro, suspendidas entre páginas ¿pero qué pasaría con la hibridación, gracias a la tecnología, de nubes intangibles que conectan mentes voladoras?



“Un estado mental facilitado por la tecnología, que prioriza la conexión virtual con tus homólogos en el reino de los geeks frente a tus vecinos en el mundo físico, y que podría terminar por ‘salirse’ de los muros de lo real para conformar nuevas comunidades”, implantó su definición entre las páginas del ciberespacio.

Una sociedad de libre adhesión que pueda operar más allá de la burocracia y la ineficacia de los gobiernos, hija de Cupertino y Mountain View. Los científicos afirman que las ciudades podrían tener consciencia y ser inteligentes, que las redes y asociaciones tanto virtuales como lo que hoy llamamos “reales” agrupan inteligencias que, al conectarse, generan una nueva forma de inteligencia, mejor, de mayor alcance, del mismo modo en que las neuronas de nuestro cerebro se comunican para formar al gran abstracto que llamamos mente.

La imaginación podría formar mundos a través de la pantalla, parajes tan variados y distintos que podrían habitar muchas islas en el mar.

Creyendo más en la ecuación que en el sonido, como un brujo en su caldero, como un demiurgo conminando a las fuerzas naturales o un niño atrapando mariposas, movió sus manos nervioso, entusiasta, teclería la esperanza de un nuevo mundo entre fórmulas y signos. Un sonido, la alarma de un nuevo mensaje interrumpió el proceso. Llegaba como cada mañana la cita célebre, una suscripción tonta, uno de los pocos mensajes que aún recibía en su correo ¿Quién usa ya el correo? Sólo se reciben por ahí anuncios y claro, viejas suscripciones como La palabra del día, El horóscopo, o las citas de los buenos escritores. Hacía tiempo que no leía un horóscopo, creía más conveniente acomodar el día a la sentencia que llegaba de una buena pluma. La mente es así, se acomoda a la fortuna, edita eventos, acomoda palabras para cercar un poema.

Abrió el correo, no le quitaría más de unos segundos. La frase era de Huxley, qué coincidencia, ja, ja, se dijo, hoy nada lo era, había estado buscando sus libros, artículos y referencias, era perfectamente natural que los algoritmos le lanzaran el ansuelo:

“Pero yo no quiero la comodidad. Yo quiero a Dios, quiero la poesía quiero el verdadero riesgo, quiero la libertad, quiero la bondad. Quiero el pecado.”

Se acomodó en la silla, tomó un sorbo de agua y siguió tecleando un mundo a la medida.

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