He aquí el animal que no existe. Ellos no lo conocían, pero teniendo en cuenta todo —su caminar, su porte, su cuello y hasta la luz de su mirada silenciosa— lo amaron…le hicieron siempre espacio…No lo alimentaron con grano, siempre sólo con la posibilidad. Y fue. Y eso le dio tal fortaleza…que brotó un cuerno en su frente… pasó junto a una doncella y fue en el espejo de plata y en ella.
Rilke
Tal vez, como una luz cegadora diría Silvio Rodríguez, la verdad es tan fulgurante, tan inaccesible, que la buscamos en su reflejo oblicuo; discurre en pequeñas dosis, entre los pliegues de la ficción. Así es como muchos amamos perdernos entre las sábanas blancas de una novela, entre los laberintos oscuros de pantallas de cristal. El estudio de la literatura y la narrativa tal vez nos enseña a comprender la vida de una forma más nítida, menos deslumbrante que mirar el rostro directo de la Medusa que a momentos petrifica.
Somos las historias que contamos y nos cuentan, por ello la pasión por contar es una torre gemela que acompaña a la torre de la búsqueda por la verdad; aquella posible, es decir, no contarnos algo tan descabellado que nos condene a vivir empantanados o exiliados por una historia descabellada. Así sacarnos del pantano por los pelos como lo hace el Barón Münchausen para no hundirse en sus fantasías, es tan importante como no claudicar como Atreyu (personaje de La historia sin Fin) en la ciénaga de la tristeza. La teoría literaria, al respecto hace una distinción entre dos comarcas también gemelas: verdad y verosimilitud. El anuncio de que la “post-verdad” “post-truth” es una región nueva en nuestro mundo global, en nuestro inventario de palabras oficiales (acreditada en inglés por el diccionario de Oxford como la palabra del año), me invita a recapacitar sobre aquello que tanto amo que es el arte de contar historias.
Otra motivación en ese sentido, es la alteración paulatina entre lo que hace la mano y hace la tras, es decir, quién imita a quién; pues un signo de nuestra era es que aquello que damos por llamar realidad, cada vez aspira más a copiar a la famosa ficción y no a la inversa, como se señala desde Platón que habla de la mimesis como una conducta del arte que toma a la realidad como parámetro para surgir.
Verdad, verosimilitud y post verdad
Para la hermenéutica, lo sabemos bien, la realidad es sólo una interpretación posible, pero también sabemos que en narrativa existen límites para la interpretación como tan bien nos enseñó Umberto Eco. Por otra parte, en filosofía, pero en el mismo sentido, se considera que existe todo aquello que nombramos y más si lo hace de forma oficial, es decir, que un vocablo se integre en un diccionario tan prestigiado como el de Oxford le otorga a esa realidad posible un estatus oficial. Volveremos sobre ello más adelante, antes, quisiera recordar el significado de los territorios desde donde surge, como un volcán, la postverdad.
El Diccionario de Autoridades nos dice de la verosimilitud que es “…la apariencia de verdad en las cosas aunque en la realidad no la tengan, bastante para formar un juicio prudente”. El platonismo deja en claro desde el Mito de la caverna, que lo verosímil es enemigo de lo verdadero. El brillante discurso que sostiene Álvaro Pombo en su ingreso como miembro de la Real Academia de la Lengua Española “Verosimilitud y verdad” nos dice de esta última que es:
…certidumbre de una cosa que se mantiene la misma sin mutación alguna; en este sentido conformidad de una cosa con la razón, de tal suerte que convence y persuade a su creencia como cierta e infalible. La verdad se toma también como una virtud que consiste en el hábito de hablarla siempre, o corresponder a las promesas. El escritor nos aclara que la veracidad presenta una relación floja con respecto de la realidad, y la verdad guarda un lazo mucho más estrecho. Precisa que la verosimilitud le es propia al pensamiento narrativo, y la verdad se asocia con el pensamiento discursivo o racional. Por tanto concluye que “A la verosimilitud correspondería la posibilidad, a la verdad la existencia real… la verosimilitud nos proporcionaría una verificación probabilística y privada, mientras que la verdad exigiría una verificación pública, es decir, intersubjetiva”.
Entre estas dos comarcas surge pues la post-verdad, sería ingenuo pensar que nuestro tiempo la inauguró, o que la acabamos de descubrir. La post-verdad es una posibilidad retórica tan vieja como el hombre pero es hasta hoy que se admite en el diccionario y su utilización para este año que concluye aumentó al 2,000% fue por ello que ganó las elecciones como término en inglés del 2016.
Acudamos a su definición: “Relativo a o denotando circunstancias en las que hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que la apelación a la emoción y a la creencia personal”. Foucault la presenta y defiende en su conferencia “La verdad y las formas jurídicas”:
Para Sócrates no vale la pena hablar si no es para decir la verdad. Para los sofistas, hablar, discutir y procurar conseguir la victoria a cualquier precio, valiéndose hasta de las astucias más groseras es importante, porque para ellos la práctica del discurso no está disociada del ejercicio del poder. Hablar es ejercer un poder, es arriesgar su poder, conseguirlo o perderlo todo.
Pombo de quien extraje la cita, habla de que el proyecto foucaultiano se inclina por “sustituir la verdad por la verosimilitud”. Pero dejemos esto ahora como el cocinero que deja reposar la mezcla del platillo para unir con su aderezo y revisemos otra triada narrativa.
Trance, inmersión y transportación
Estudios realizados al comportamiento cerebral de sujetos que escuchan una narración oral demuestran que si el orador ha logrado cautivarlo, ambos cerebros se sintonizan en forma de hechizo, la audiencia asentirá con la cabeza al unísono y sus ojos se focalizan en los movimientos del que cuenta mientras adorna la trama. Inhalan en grupo y acompasan sus latidos cardiacos, tornándose en un ente colectivo. A este fenómeno se le llama “trance de la historia” o transporte narrativo.
La teoría del transporte narrativo propone que cuando las personas se pierden en una historia, sus actitudes e intenciones cambian para reflejar esa trama. El estado mental aludido en el párrafo anterior, puede explicar el efecto persuasivo de las historias.
El transporte narrativo ocurre cada vez que el receptor de la historia experimenta la sensación de entrar en un mundo evocado por lo narrado y que se genera por la empatía que causan los personajes de la historia. De ahí que concluyamos que nada es menos inocente que una historia, desde el cuento de hadas hasta el discurso narrativo en boca de un político.
La idea de entrar en trance, o de ser transportado a otra dimensión, se vislumbra desde que los teóricos de este concepto, Green y Brock, llaman al escucha o lector como “El viajero”. El estado del transporte narrativo hace que el mundo de origen sea parcialmente inaccesible al receptor de la narración al “viajero”.
1. Los receptores de historias se transportan a través de dos componentes principales: empatía e imágenes mentales. La empatía implica que los receptores de historias intentan comprender la experiencia de un personaje, es decir, conocer y sentir el mundo de la misma manera. En las imágenes mentales, los receptores generan imágenes vívidas de la trama, de tal manera, que se sienten como si estuvieran experimentando los eventos mismos.
2. Cuando se transportan los receptores de historias pierden el rastro de la realidad en un sentido fisiológico, respuesta experiencial similar a otras construcciones, como la absorción, la inmersión o el estado de flujo. Existen varias diferencias sutiles entre estos conceptos:
a. La absorción se refiere a un rasgo de personalidad o tendencia general a sumergirse en experiencias de vida.
b. La inmersión es ante todo una respuesta experiencial a los elementos estéticos y visuales de las imágenes, mientras que el transporte narrativo se basa en una historia con trama y personajes.
c. El flujo es una construcción más general que se puede experimentar en una variedad de actividades, mientras que el transporte específicamente implica empatía e imágenes mentales.
Desde la conceptualización del transporte narrativo, la investigación ha demostrado que el “viajero” transportado puede regresar cambiado por el viaje, puede causar respuestas afectivas y cognitivas, cambios de creencias, actitudes e intenciones. Los receptores de historias transportados están absortos por una historia de una manera irreflexiva y poco crítica.
Post-verdad y Post-política
Existen dos sucesos contemporáneos que lograron la acreditación oficial de la post-verdad en el diccionario: el referendo británico Brexit y la elección presidencial en EU. El diario británico The Independent afirma: “Hemos entrado en un mundo post-verdad y no hay vuelta atrás”. La revista The Economist: “Trump es el máximo exponente de la política post-verdad, (…) una confianza en afirmaciones que se sienten verdad (originalmente entre comillas) pero no se apoyan en la realidad”.
A partir del siglo XX, surgió una política basada en hechos, posteriormente las encuestas de investigación aparecieron en la década de 1920 hasta llegar a las encuestas de opinión en los años 30. Actualmente y con la ansiedad política y comercial de obtener el poder e incrementar las ventas, estamos en medio de una transición de la sociedad de hechos a una sociedad de datos. ¿Cuál es la diferencia? desde mi óptica, el hecho es un asunto consumado, mientras el dato es una medición sujeta a variación por un dato subsecuente. Es decir en un afán de ganar adeptos, usuarios o aficiones, se miden de forma neurótica los comportamientos en tiempo real utilizando algoritmos. No es raro que la mismísima verdad se convulsione ante su observancia y manipulación.
Dice Wikipedia que el término post-verdad fue utilizado por vez primera en 1992 por el dramaturgo serbio-estadounidense Steve Tesich en su ensayo “The Nation”. Al referirse al escándalo contra Irán y la Guerra del Golfo Pérsico, el autor escribió: “…nosotros, como pueblo libre, hemos decidido libremente que queremos vivir en algún mundo posterior a la verdad.” En 2004, Ralph Keyes acuñó el término “La era de la postverdad” en un libro con ese título. El periodista estadounidense Eric Alterman habló de “ambiente político postverdad” también en 2004 se refirió a “la presidencia postverdad” en su análisis de las declaraciones engañosas hechas por la administración de Bush después del 11 de septiembre. El término “postdemocracia” da título al libro de 2004 escrito por Colin Crouch.
La crisis de confianza institucional, nos ha llevado por el sendero de la verificación paranoica de los hechos, donde las redes sociales agregan una dimensión adicional que confiere a los usuarios el poder de confeccionar verdades a la medida y encontrar enemigos que simplifiquen la trama.
Entre cucarachas e inmigrantes
De regreso por las verdades que nos deja mirar la ficción, tomo la serie “Black Mirror” que tan bien refleja nuestro mundo de pantallas. En otras ocasiones he aludido al capítulo de “El momento Waldo” como la profética advertencia del triunfo de Donald Trump; en general cada capítulo nos aporta una excelente reflexión sobre la actualidad. En esta ocasión tomo de ejemplo el capítulo 5 de la tercera temporada “El hombre contra el fuego”. La historia cuenta la batalla del ejército que tiene que matar a una especie de plaga constituida por un grupo de seres repulsivos, parecidos a zombis que llaman “Cucarachas”. Al avanzar la historia, nos percatamos de que las llamadas cucarachas son seres humanos iguales a sus adversarios militares pero que gracias a un implante tecnológico que llaman máscara y altera su percepción, su mente los mira abominables. El siguiente diálogo extraño del episodio resume la metáfora:
—Las cucarachas son como nosotros…
—Claro que lo son, por eso son tan peligrosas. Los humanos... nos atribuimos una mala reputación pero somos genuinamente una especie empática por naturaleza. En realidad no queremos matarnos los unos a los otros. Lo cual es bueno hasta que tu futuro depende de matar a tu enemigo. No sé cuanta historia hayas aprendido en la escuela, pero hace muchos años, a principios del siglo XX, la mayoría de los soldados ni siquiera disparaban sus armas y si lo hacía apuntaban por encima del enemigo. Lo hacían a propósito. En la Primera Guerra Mundial, el general del ejército británico, iba por las filas con un palo golpeando a sus hombres para que dispararan. Incluso en la Segunda Guerra, en un enfrentamiento, con el destino del mundo en juego, sólo un 15% se atrevía a disparar ¿Qué te sugiere eso? Eso me demuestra que esa guerra hubiera terminado mucho antes si el ejército hubiera sido más eficaz. Mejor adiestramiento, mejor preparación. Así que nos adaptamos, mejor entrenamiento. Mejor preparación, mejor condicionamiento. Al llegar la guerra de Vietnam, el porcentaje de francotiradores dispuestos a matar aumentó a 85%. Sin embargo, quienes habían matado volvían a casa trastornados, y así fue hasta que inventamos la máscara. Las máscaras son la última invención tecnológica, te ayudan con la puntería, la comunicación, con el condicionamiento, es más fácil dispara cuando tu enemigo tiene aspecto de monstruo. Controla tus sentidos, omite los lloriqueos, no hueles la sangre ni la mierda.
—Pero son seres humanos…
— ¿Sabes la cantidad de mierda que tienen en su ADN?
El último libro de Zygmunt Bauman, Extraños llamando a la puerta, dibuja de forma directa el problema de la postverdad y la invención del enemigo. Aludiendo al problema argumental de la que se nutre el populismo, Baumman se refiere a un grupo de personas que, gracias a:
“…este «modo de vida moderno» nuestro comporta en sí mismo la producción de «personas superfluas» (localmente «inútiles» —excedentes e inempleables— por culpa del progreso económico, o bien localmente intolerables, es decir, rechazadas por el descontento, los conflictos y la agitación causados por las transformaciones sociales/ políticas y por las consiguientes luchas de poder”. Por otro lado están: “…los migrantes económicos como refugiados que buscan acogida, a quienes el sector empresarial ve con buenos ojos… codicia la afluencia de mano de obra barata, cuyas cualificaciones diversas ansían rentabilizar”. Más adelante el autor señala la motivación que alimenta las historias de la post-verdad “…cuadro mental políticamente explosivo, en el que los gobernantes y los candidatos a serlo oscilan torpemente entre dos objetivos mutuamente incompatibles: satisfacer a sus amos (los poseedores del capital) y aplacar los temores de su electorado”.
Así, se hace del extraño el enemigo perfecto dado que tienden a causar inquietud por ser “aterradoramente impredecibles”. Así el éxito de Trump, del Brexit y de todo abuso populista descansa sobre el miedo de los “marginados que sospechan que han tocado ya fondo” pero que “el descubrir otro fondo más bajo todavía” es decir, la condición de los sin hogar, despojados de derechos, los migrante “rescata la autoestima que les pudiera quedar. “Lo que salvó a la llamada white trash (basura blanca) de los estados sureños de EU de sufrir las condiciones extremas de un autoodio insoportable y suicida fue la presencia de negros infrahumanos privados incluso del único privilegio al que aquella white trash sí tenía derecho: su piel blanca”.
Contar historias es un asunto peligroso. No quisiera aventurar sentencias ni recomendaciones, mucho menos alimentar viejos cuentos. Solamente y una vez más, como eco de sabiduría las palabras del nonagenario filósofo cobran sentido:
La política de separación mutua y mantenimiento de las distancias, de construcción de muros en vez de puentes, y de conformarse con unas «cámaras de resonancia» provistas de aislamiento sonoro en vez de establecer líneas directas en las que no se distorsione la comunicación no conduce a ninguna parte trata de unas políticas suicidas que no sirven más que para acumular carga explosiva para una futura detonación. La humanidad está en crisis y no hay otra manera de salir de esa crisis que mediante la solidaridad entre los seres humanos…Hoy nadie en nuestro mundo se siente responsable; hemos perdido el sentido de la responsabilidad.
Y agregaría, de la verdad .
Referencias:
Bauman, Zygmunt. Extraños llamando a la puerta. Grupo Planeta, 2016.
Black Mirror Temporada 3 episodio 5 “Men Against Fire” http://www.imdb.com/title/tt5709234/?ref_=ttep_ep5
Green, M. C., & Brock, T. C. “In the mind’s eye: Transportationimagery model of narrative persuasion.” In M. C. Green, J. J. Strange & T. C. Brock (Eds.), Narrative impact: Social and cognitive foundations. (pp. 315-341). Mahwah, NJ: Lawrence Erlbaum. 2002.
“It’s Always Been “Post-Truth” Politics http://www.wnyc.org/story/its-always-been-post-truth-politics/