“…por tomar las redes de los medios globales, por forjar la nueva democracia digital, por trabajar gratis y superar a los profesionales en su propio juego, la personalidad del año de Time es usted”
Time
En principio el título aquí expuesto me posiciona como una pretenciosa, cómo caramba voy a escribir una historia tan ambiciosa en unas cuantas páginas; y después de todo, quién soy yo para hablar de un tema tan propio, tan personal, tan de todos y de nadie. Pues comenzaré a partir de una moda, comenzaré con un selfie textual.
Como el selfie, esto será sólo una imagen, la captura insuficiente de un gran tema; como el selfie, espera respuesta, abrir la conversación, de menos provocar un like o dislike.
Mi Selfie
Posesionada en primer plano, estiro mi brazo y hago encajar mi interés a la orilla de un tema central, de un tema…llamémosle, celebridad, como lo es la intimidad humana.
Imagíneseme del mismo modo que cientos de personas dan vuelta a su celular mientras capturan su imagen al lado del político, de la estrella, del paisaje, de la época, de la vida que se queda cuando uno tan sólo puede capturar la instantánea.
Siempre obsesionada por la vida y sus grandes temas, soledad, amor, etcétera. jalo agua para mi molino y escribo sobre algo que está latente en mi desde que aprendí a leer: la sensación de intimidad, la conversación que entablo con esa vocecita que saltó un día mientras leía a escondidas en un closet de mi recámara de la infancia. Desde entonces no me es fácil callarla y discutir con ella.
Por otra parte, como una mujer de casi 50 años, me he adaptado bien a la modernidad, por llamar de algún modo a la incorporación de los nuevos medios y las nuevas tecnologías; me gusta Instagram, Facebook, me tomo selfies y practico el arte del aforismo tuitero. Eso no quita que con ligereza hable de esta época, de mis alumnos (jóvenes entre 18 y 28 años) como frívolos, materialistas y narcisistas. No conforme con el veredicto fácil me sumerjo en mi íntimo vicio de leer sobre el tema para encontrar mejores respuestas.
En una atmósfera como la contemporánea, que estimula la hipertrofia del yo hasta el paroxismo, que enaltece y premia el deseo de “ser distinto” y “querer siempre más”… La revista Time en 2006 nominó como hombre del año a la audiencia, a todos. Un espejo brillaba en la tapa de la publicación e invitaba a los lectores a contemplarse, como Narcisos satisfechos de ver sus personalidades resplandeciendo en el más alto podio mediático. Los editores de la revista resaltaron el aumento inaudito del contenido producido por los usuarios de Internet, ya sea en los blogs, en los sitios para compartir vídeos como YouTube o en las redes de relaciones sociales como MySpace y Facebook.1
Coordenadas
Si las coordenadas del ser son tiempo y espacio, cualquier cambio fundamental en nuestra percepción del mundo está relacionado con aquello que trastoca nuestra experiencia de los mismos; es por ello que pensar la intimidad es pensar la casa o la moda que es, de algún modo, quien hospeda al cuerpo. La subjetividad no es una visión privada, de hecho se trata de la construcción intersubjetiva de un yo que valida a otro.
Nuestra moda y nuestros recintos nos hablan de la importancia que damos a elementos como el confort, la elegancia, la velocidad, la comodidad. Hoy vivimos de prisa, las acciones se suceden incesantes en un tiempo sin reposo, por ello no es extraña la nostalgia que nos conduce a querer apresar instantáneas para mirar después; es como si vivir fuera tan rápido que tuviéramos que tomar imágenes, frases, sonidos para guardarlos en este cofre de recuerdos que es la nube, la red. Es curioso pero tanto la red como la nube son artefactos inmateriales que apresan, que alojan: uno condensa agua, el otro encadena presas. Atrapamos recuerdos para saborear después, como en un gran bufete donde hay tanta variedad que hay que llevarse puesto lo más posible, sin saborear, pero al menos para acumular, para desquitar el gasto.
Parece ser que la idea de intimidad, esa conversación personal, surge a finales de la Edad Media, cuando San Agustín concede un tiempo a la reconsideración de la propia vida, no se trataba solamente de orar sino de pensar en la actuación propia, de confesarnos para mirarnos y recomponer el camino, o expiar la culpa. Así en sus Confesiones tenemos el recuento de una vida, sus milagros y pecados, la mirada interior que se suscitó a partir de compartir con otro (el yo interno y el lector) la culpa para expiarla.
En los terrenos de la geografía es el confesionario lugar íntimo cuando en la casa y edificios no existía lugar para estar aislados, y si atendemos a la historia de la lectura, sabemos que una vez que aprendimos a leer en silencio, seguramente ampliamos esa conversación personal que comenzó con la revisión de nuestras acciones y se transfirió al análisis de otros temas.
Luego vino Descartes con su “Pienso luego existo”, y esa voz interior se amplificó. Dimos crédito a nuestros pensamientos porque se tornaron evidencia de la propia presencia. Con ello surgieron géneros biográficos que hicieron importante el testimonio personal. Cuando Virginia Wolf es cuestionada sobre la falta de novelistas en la historia de la literatura su respuesta es “Un cuarto propio”; la autora considera que el espacio necesario de reflexión está supeditado a un recinto en solitario donde se pueda entablar el propio diálogo creador.
Yo: mi casa
En su libro La casa: Historia de una idea de Witold Rybczynski nos relata cómo la casa fue haciendo emerger la idea del individuo. No es hasta la casa holandesa de 1600 que la idea de confort surge como concepto importante del buen vivir, como expresión de la personalidad que si bien ha estado siempre presente, la exposición Versallesca por ejemplo era más un teatro que el latir de la existencia personal. Vermeer y los pintores holandeses hacen de la casa, la expresión de la vida, lo cotidiano se vuelve tema del mismo modo en que más adelante Jane Austin, engendra lo que podemos llamar la novela doméstica. La mujer común, el espacio personal y las escenas cotidianas se muestran como temas del arte.
Poco a poco los géneros biográficos comienzan a posicionar como héroe al yo, un ente común, sujeto de sus pasiones y pensamientos. Este ser que piensa y existe lo hace patente en un recinto, un pequeño cuarto donde se aísla para reconfigurar la vida a través cartas, un diario íntimo, sus memorias y autobiografía. Así autor, narrador y personaje parecieran ser uno mismo y contar desde la honestidad de su sentir su experiencia vital; sin embargo, sabemos que eso es obra de un pacto de lectura, pues cada entidad recrea una realidad conveniente.
Nietzsche y Barthes fueron anunciando la muerte de dios y la muerte del autor, se abrió la soledad completa, el gran autor ya no está presente, y el escritor se vuelve su propio personaje. Ha quedado sólo un protagonista al amparo de una vida finita. Al mismo tiempo la pantalla de cine se reproduce en versiones para llevar y nos cuenta la vida de las estrellas. La ficción va dejando poco a poco de copiar la realidad y la realidad aspira a contar vidas de película. El espectador se convierte en su propio creador, amante de la realidad ampliada, editada, consumidor se su propia vida y de los sujetos como él ¿para qué leer si puedo asomarme a la gran venta y ver desfilar la vida de los otros; el cuarto propio se traduce en una pantalla y se escribe la vida para ser vista, se publica al personaje para ser validado ante la mirada de cientos de espectadores.
Esa exposición exima por contradicción con la íntima, abandona el secreto para hacer del exhibicionismo una nueva forma de confesión que, al mismo tiempo, se torna en una expresión artística del hombre común. “El yo que habla y se muestra incansablemente en la Web suele ser triple: es al mismo tiempo autor, narrador y personaje”.2
Soy mi Selfie
El o la Selfie, es una categoría cultural que emana del creador ordinario, del público, de ese nosotros creador del siglo XXI: “Una fotografía que uno ha tomado de uno mismo”. (Diccionarios Oxford, nombrada la palabra del año, 2013).
La primera pre-selfie del siglo XX es la litografía 1935 de la mano de M.C. Escher con una esfera reflejante. Su estructura compositiva está dominado por la cara distorsionada del artista, que se refleja en un espejo convexo que tienen en la mano y muestra su brazo artificiosamente estirado. El selfie es, quizás, el género popular más famoso y representativo de nuestra época.
La selfie no es sólo un género de la producción fotográfica, es uno de los modos de la comunión fática, cuyo objetivo principal es la producción, expresión, y el mantenimiento de la sociabilidad. El propio cuerpo se presta como plataforma, tripié, como fotógrafo y modelo. La selfie es una forma de posicionamiento relativo entre los cuerpos del expositor y los espectadores en una cultura de la movilidad individual, donde uno de “aquí” y otro de “allá” están conectadas entre sí, en posiciones perpetuamente cambiantes. Casi siempre son tomadas a la extensión de un brazo de distancia. Estos brazos asumen el papel del dedo que señala: aquí, sitio de producción artística para obtener respuesta allá, al instante.
Sin embargo, ese gesto no sólo encuadra la postura técnica y la realización, en el momento de la producción de imágenes; también constituye un movimiento deíctico del cuerpo que llama la atención sobre el contexto inmediato del fotógrafo y del espectador. Dicha separación apunta hacia las relaciones de poder asimétricas entre el espectador y él o los vistos.
El selfie es un texto reflexivo, correlato visual reconocible al instante que revela la propia inestabilidad de la expresión “yo” como una palanca de cambios deíctico, fluctuando entre el yo como imagen y como cuerpo, como la construcción de un efecto de representación y como un agente de representación. La selfie invita a los espectadores, a su vez, a hacer visible su respuesta gestual comunicativa. A veces, los espectadores responden con otra selfie, buscando de nuevo convocar a otra respuesta, el like, el retweet, la carita, el comentario y hasta la apropiación de compartir lo compartido. Se trata de una comunicación visual instantánea de donde estamos, lo que hacemos, lo que pensamos, lo que somos, y lo que pensamos que estamos mirando, una acción afectiva que busca la atención, la respuesta, el consuelo.
Los selfies son improvisados rápidos, generalmente informales; su objetivo principal es ser vistos aquí, ahora, por otras personas, la mayoría de ellas desconocidos, en las redes sociales. Nunca son accidentales: cualquier selfie tiene que ser aprobado por el remitente antes de ser integrado en una red. Esto implica el control, así como la presencia del realizador, la autocrítica, y la ironía. El distribuidor de un selfie llega a ser visto al instante, él lo sabe y el espectador también.
El selfie se remonta a una idea teatral griega, la methexis o metatexto: donde el orador o actor se dirige al público, al igual que cuando los actores cómicos miran a la cámara de televisión y hacen una cara, estableciendo que se percatan de su presencia. Son menos narcisistas de lo que se cree pues consisten en crear el propio avatar digital, el mini-Me que enviamos a otros para dar una muestra de nuestras tarjeta de presentación al mundo. Obstinados por estar en primer plano: nos tornamos en fantasías, voyeurs, exhibicionistas, autores de nuestra otra propia historia, artistas que recomponen y editan su vida a placer.
Preso en la pantalla
Internet hizo del cuarto íntimo un aparador público, cientos de escritores sin oficio, sin pretensión estética se hacen presentes para existir. Construyen una identidad que copian de la pantalla porque hoy en día la narrativa no imita a la vida sino a la inversa, el hombre común intenta dar sentido a su existencia mediante la conversión en celebridad, un ser espectacular que desde su cuerpo hasta su existencia se traduce en narrativa para ser consumida: “Mirame” parece decir como si se tratara de uno de esos frascos mágicos de Alicia en el país de las maravillas.
El hombre de hoy no aspira a crear una obra de arte, es su propia obra de arte.
La velocidad mata el aura mística del objeto artístico, pero se desafía lo ordinario asumiendo el rol de un personaje que busca ser visto preñado de la fama ajena, contagiado por la fama sagrada de su presencia efímera. Como en la selfie del selfie múltiple de los cientos de espectadores que estiran el brazo para fotografiarse con la candidata a la presidencia de Estados Unidos el hombre común aprovecha la proximidad, el evento histórico el escándalo para armar con ello su historia espectacular, para ser visto y entonces existir en la comarca de un comentario, de cientos de likes que se adhieren a la imagen y le dice: sí te vi, si te creo, estoy contigo.
El selfie, no es la imagen narcisista que espera petrificarse como la imagen de Narciso en el estan que, no, es una petición de respuesta, es una nueva forma de intimidad pública, sin secreto, que mitiga la soledad en lugar de provocarla. Entre blogs, redes y selfies el hombre contemporáneo intenta dejar patente su paso por este mundo veloz, mirando y produciendosu propia vida desde un escaparate
Referencias:
Sibilia, Paula. La intimidad como espectáculo (Seccion Obras de Sociologia). Fondo de Cultura Economica, 2012. Kindle file.