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Autora: Regina Freyman

El orgasmo femenino

Este texto fue publicado originalmente el 18 de octubre de 2013, lo abrimos de manera temporal dada su relevancia periodística.

Existe el clítoris en el cuerpo femenino por la misma razón que existen pezones en un cuerpo masculino.

Algunos mitos sobre el orgasmo



Según Ovidio, en una discusión en el Olimpo, Zeus afirmaba ante su mujer con vehemencia que en el acto sexual la mujer sentía más placer que el hombre, Hera, molesta, sostenía lo contrario. Los dioses decidieron pedir el consejo de Tiresias, que era hermafrodita. Tiresias dio la razón a Zeus, y declaró: “De diez partes un hombre solamente goza una”. Hera inmediatamente lo volvió ciego por su impiedad. Zeus no podía ir en contra de la decisión de Hera, pero, para compensar su ceguera, le ofreció el don de la adivinación y una larga vida de siete generaciones humanas.


Galeno de Pérgamo, médico del emperador romano y un gran anatomista de la antiguedad, creía que el orgasmo femenino era necesario para la concepción. Anatomistas franceses y holandeses en el siglo XVII creían, o al menos esa infamia difundieron, que si una mujer se tocaba el clítoris con frecuencia, crecería hasta convertirse en pene y ellas en hombre. De ser así no existiría la oferta de agrandar el pene ni las operaciones transgénero.

Palabra excitante, condición de segunda

La etimología de orgasmo remite a hinchazón y plenitud, a un instrumento de trabajo, a la agitación de los ríos en honor a Baco, dios de la embriaguez y el éxtasis. Las palabras emparentadas por su origen son alegría y energía, es muy cierto, porque este movimiento impetuoso del cuerpo es la culminación del placer sexual que muestra la vitalidad de un órgano y eso, al menos a mí, me da mucha alegría y estimula mi energía. Lo malo es que aún hoy, el orgasmo femenino se considera de segunda; mientras el orgasmo masculino es indispensable para la procreación, el femenino no lo es. A través del tiempo una pregunta centella, el misterioso propósito del orgasmo femenino: ¿Para qué sirve? En la era victoriana la mujer era concebida para la procreación y calladita se veía mejor.

La masturbación femenina no solo era vergonzosa sino que se le ligaba a la enfermedad llamada histeria, al cáncer, a la presión alta, e incluso a la muerte. La actividad se concebía como digna de una película de horror y la clitoridectomía se practicaba comúnmente. Digamos que en ese tiempo el tema se volvió tabú, era un asunto impronunciable.

Desde Freud, la historia del orgasmo femenino fue ignorada cuando se concluyó sobre su inutilidad reproductiva, los estándares de sexualidad fueron determinados por el hombre, el medico vienés pensaba que la mujer debía alcanzar el orgasmo durante la penetración sexual, aunque aclaraba que esto debe experimentarse únicamente mediante el sexo conyugal tradicional, es decir, posiciones ortodoxas, convencionales. Incluso afirmaba que el único orgasmo válido para la mujer es el uterino o vaginal, que aquella que lo experimentara mediante la estimulación del clítoris debía ser considerada inmadura y masculina.

El entomólogo Alfred Kinsey llegó a varias interesantes conclusiones al respecto, publicadas en su libro Sexual Behavior of the Human Female de 1953. En él desmintió la idea de que la mujer buscaba el sexo para la procreación o para complacer a sus maridos. Las estadísticas mostradas por el experto respecto del jugueteo premarital, las infidelidades conyugales entre mujeres, abrieron los ojos de quienes querían creer distinto, quedó claro que hombres y mujeres buscamos el sexo con la misma urgencia y por la misma razón: placer. Es probable que los hallazgos de Alfred Kinsey contribuyeran a la apertura sexual de los sesenta y setenta, un periodo conocido como la “Revolución Sexual”. A partir de entonces el divorcio entre procreación y placer femenino se consolidó, la mujer alcanzaba la mayoría de edad, el derecho sobre su sexualidad y la libre práctica del placer. Una pequeña píldora logró el milagro.


¿Qué es el orgasmo femenino? ¿Qué busca?

Es solo para gozar, responderían en la actualidad la mayoría de las mujeres. Ésta simple respuesta no satisface a los biólogos evolutivos, que buscan un propósito, y confieso que a mí tampoco, aunque la parte del gozo no solo la conservo y ratifico, sino que agradezco a la naturaleza por los 25 segundos más en promedio respecto al orgasmo masculino y a la pluralidad copiosa de los mismos, de la que este sexo “débil” es capaz.

Elizabeth A. Lloyd, en su libro El caso del orgasmo femenino: Sesgo en la ciencia de la evolución, explica que existe el clítoris en el cuerpo femenino por la misma razón que existen pezones en un cuerpo masculino, ambos sexos son variantes de una planta única.

Es fundamental tener en cuenta que el pene y el clítoris son el mismo órgano en hombres y mujeres, el embrión indiferenciado primordial desarrolla un pene si recibe una dosis de hormonas, de lo contrario madura en un clítoris. En otras palabras, el pene y el clítoris tienen el mismo origen embriológico y por lo tanto se llaman órganos “homólogos… “No hay ningún misterio en el orgasmo femenino. Las mujeres pueden tener un orgasmo porque los hombres pueden. No solo los científicos sexistas para los que las mujeres están siempre llenas de misterios, pero muchas feministas también encontraron “la tesis de que el orgasmo femenino es un subproducto embriológico de la selección en el orgasmo masculino” difícil de aceptar, porque creían erróneamente que esta tesis iría en contra del ideal de la autonomía de la mujer. No coincido con la versión de Elizabeth. La mirada en miniatura del clítoris, en comparación con el pene, su falta de relevancia, me resulta miserable.



Algunos antropólogos llevando esta teoría al colmo, afirman que las mujeres prehistóricas eran constantemente violadas, su capacidad para lubricar automáticamente en reacción a todo tipo de señales sexuales evolucionó genéticamente como una protección contra el desgarre vaginal, contra la infección, en contra de la infertilidad o la muerte. La excitación genital podría no representar el deseo, argumentan, podría más bien ser parte de un sistema puramente reflexivo, eróticamente neutral, un sistema que fue de alguna manera ligado, al cableado de la libido de las mujeres pero que está por separado. Pensar que lo que excita a las mujeres está solo vinculada psicológicamente al compromiso, a la fidelidad, a la confianza, a la familiaridad, que es solo un efecto de la ternura y la intimidad es anular el derecho al placer. Como espécimen, sujeta esta experiencia, sé que no es así, aunque admito que la familiaridad y la ternura son lazos de seda que incrementan el gozo y son buen fundamento para una gran historia. Sigamos explorando entre orgasmos hasta encontrar el resultado satisfactorio.

Debemos admitir que hasta la fecha, ningún estudio ha encontrado contundentemente una asociación entre la capacidad reproductiva y el orgasmo. En todo caso, en las sociedades patriarcales que disminuyen o eliminan la capacidad de la mujer para el orgasmo, por la mutilación genital o cualquier otro medio, las mujeres tienen más hijos más “éxito reproductivo” que las que quedaron intactas, pero sospecho que esto se debe más a actos de sumisión que de fertilidad per se. Sin embargo, se han hecho estudios con ratas de laboratorio que prueban que las contracciones provocadas por el orgasmo- conducen a mayores posibilidades de concepción.

El orgasmo femenino podría haber sido completamente relevante entre nuestros antepasados. Su retraso, la necesidad de la sensación prolongada, no sería una contradicción, sino una confirmación para asegurarse de que las mujeres querrían a su pareja y por ende a su descendencia, eso explicaría el éxito matrimonial, la tendencia monogámica, al menos serial. Eso explicaría la protección contra el infanticidio en algunas especies de primates, la relación prolongada que reúne más espermatozoides y así obtener mejores probabilidades de compatibilidad genética, de quedar embarazada.


¿Qué excita a una mujer?

En su libro ¿Qué quieren las mujeres?: Aventuras en la ciencia del deseo femenino Daniel Bergner, explora diferentes investigaciones en torno al tema. Nos narra con pericia el experimento de Lisa Diamond, que llegó a la conclusión de que la prueba del deseo femenino se reporta en la proliferación del fluido. El humedecimiento vaginal es medido con una especie de dildo que en inglés se llama plethysmograph o pletismógrafo (en nuestra lengua) que atestigua la excitación. Este instrumento también sirvió a Lisa para aislar el canal vaginal del clítoris y probar que se pueden experimentar orgasmos de ambos modos. Es la forma más objetiva de medir qué es lo que enciende la libido femenina, el deseo femenino, su rango es inherente a la mujer e innato su poder, es una fuerza subestimada y limitada, incluso en nuestros días, cuando todos pareciéramos estar hablando sobre sexo.


Una de las consignas que tranquilizan mucho a la sociedad conservadora es pensar que las mujeres tienden hacia la monogamia de forma natural, esto parece ser un poco más que solo un cuento de hadas. La monogamia es uno de los ideales más preciados y arraigados de nuestra cultura, creemos que es el fundamento que mantiene unida nuestra sociedad.


Pero volvamos a la pregunta: ¿Qué excita a las mujeres? La doctora Diamon llevó a cabo varios experimentos con hombres y mujeres; parece ser que desde muy joven le molestaba que cuando se hablaba de orgasmo siempre se aludía a los hombres, es por ello que desarrolló dicho pletismógrafo, ha soñado poder desentrañar, de una vez por todas, lo que hace que una mujer llegue al orgasmo. Con este dildo especializado la doctora nota que la vagina se humedece, se hincha de sangre el conducto vaginal y el clítoris cuando la mujer en cuestión mira películas pornográficas, las misteriosas y prohibidas, clasificadas con la X. Todas las mujeres estudiadas, quienes se declararon heterosexuales, resultan excitarse ante el cuerpo desnudo de otra mujer, los senos las excitan, también las escenas lésbicas; no así los hombres heterosexuales quienes al atestiguar sexo homosexual pierden el ánimo. El sexo con desconocidos también resulta sumamente excitante para ambos sexos. Este experimento anula la tradicional idea de que la sexualidad de la mujer es por naturaleza menos visual que la de los hombres

Julia Heiman, directora del Instituto Kinsey de la Universidad de Indiana, afirma que la sexología durante décadas se dedicó más a documentar el comportamiento que a disertar sobre los sentimientos, los sexólogos comenzaron enfocándose en lo que las mujeres hacían, más que en lo que querían. Y luego el SIDA robó la atención de esta disciplina. La prevención se convirtió en el tema. Es hasta finales de los años noventa cuando se explora el asunto del deseo sexual.

Apenas un tercio de las mujeres, hoy en día, dicen que pueden llegar al clímax a través de la penetración.

Orgasmo vaginal o clitorital

Para Freud una mujer que tenía orgasmos por la estimulación del clítoris era inmadura, frustrada física y psicológicamente. Los orgasmos debían ser vaginales, eso era lo correcto. María Bonaparte, psicoanalista francés a quien Freud planteó la pregunta: “¿Qué quiere una mujer?” Era atormentada por el edicto del vienés, pues no experimentaba orgasmo sin la estimulación del clítoris ¿Era pues una inmadura frustrada? Intrigada por esta cuestión, en la década de los veinte reclutó a un grupo de médicos para medir la distancia entre la punta del clítoris, el glande y el borde superior de la abertura vaginal. Ella y los médicos recogen en los informes del experimento los éxtasis de varias mujeres y llegaron a la conclusión de que su fracaso personal se debía a los tres centímetros que separaban su clítoris y que impedían la frotación durante la penetración. Cuentan que Bonaparte consultó a un cirujano para la reubicación de su clítoris.


Kinsey, en sus entrevistas con miles de mujeres puso en duda la existencia del orgasmo interno. El Informe Hite sobre la sexualidad femenina, de la investigadora Shere Hite sostuvo que el clítoris era el único locus del éxtasis de la mujer. En 1982, Beverly Whipple, eventual colaborador del Dr. Barry Komisaruk, publicó su libro sobre el punto G ella y sus coautores mantienen que un área a lo largo del interior de la pared frontal de la vagina puede provocar sorprendentes eyaculaciones.

Como podemos ver a continuación el orgasmo femenino solo requiere de la imaginación.

El cerebro sexual

El temblor y lentitud de los pacientes de Parkinson se derivan de la falta de dopamina, sin embargo, la dopamina es la sustancia de la lujuria y el enamoramiento, la dopamina tiene que trabajar en equilibrio con otros neurotransmisores como la serotonina, que amortigua el placer desbordado que supone la primera hormona. La serotonina, además de mantener a raya la depresión, permite que el lóbulo frontal del cerebro, concretamente la corteza prefrontal, la región de la planificación y control ejecutivo reduzca la necesidad urgente y el impulso, facilita el pensamiento sensato y ordenado. Ambas, en el equilibrio, hacen que la energía erótica se desplace a fuego lento para permitir que el placer encuentre su ritmo. El tercer tipo de transmisor esencial del eros son los opioides (la morfina, la heroína), que aumentan la intensidad del orgasmo. Estos fármacos en el cerebro logran una satisfacción mayor que la pura serotonina y llevan al cerebro a buscar siempre más.

El ya aludido Dr. Barry Komisaruk, de la Universidad de Rutgers en Estados Unidos pudo constatar y encontrar la exacta ubicación en el cerebro del placer femenino. Experimentó con 11 mujeres sanas que acudieron a su laboratorio y se autoestimularon con la mano o con un vibrador de 15 milímetros, sus movimientos fueron rítmicos suaves o intensos en el clítoris, la pared anterior de la vagina, el cuello uterino o el pecho por separado, y al azar, en una secuencia de ensayos. Todas recibieron las instrucciones a través de unos auriculares que les permitieron estar en contacto continuo con los investigadores, mientras eran monitoreadas mediante el empleo de escáneres cerebrales (resonancia magnética). Al terminar el experimento el doctor afirmó que:

Hemos demostrado, por primera vez, que la estimulación de la vagina, el cuello del útero y el clítoris activa tres sitios distintos y separados en la corteza sensorial. Las tres representaciones se agrupan en la misma región de la corteza sensorial, al igual que la estimulación de los genitales de los hombres activa zonas de esta área. Para nosotros lo que sí fue una sorpresa es que la autoestimulación del pezón activa no solo la región de la corteza sensorial que esperábamos, sino que también activa las mismas zonas que la región genital, lo que explicaría por qué algunas mujeres pueden tener orgasmos a través del tocamiento del área mamaria.


Komisaruk aclara que es falsa la vieja afirmación de que para la sexualidad femenina, la fuente de placer es el clítoris. La estimulación sexual en la mujer por cualquier vía enciende el cerebro. La corteza sensorial o sistema motosensorial procesa la información a partir de las células nerviosas vinculadas a diferentes partes del cuerpo. Durante el proceso de masturbación, se activaron hasta casi 30 áreas del cerebro, incluidas las que están relacionadas con el tacto, la memoria, la sensación de recompensa e, incluso, el dolor, lo que prueba que el orgasmo es un potente analgésico.

Barry Komisaruk también analiza la actividad cerebral de las mujeres que pueden estimular el orgasmo únicamente con el pensamiento, e incluso, a la respuesta sexual de las mujeres después de realizarse una histerectomía.

Otros estudios han encontrado que incluso los parapléjicos pueden experimentar orgasmos. Son cuatro vías nerviosas las que transmiten las señales de los genitales al cerebro, dos de estos canales van en línea recta hasta la médula espinal y una tercera, el tracto hipogástrico, no se une a la columna vertebral hasta bien por encima de la pelvis, más o menos al nivel de ombligo; el cuarto, el vago, cuyo nombre en latín significa “errante”, se abre paso al cerebro sin depender de la columna vertebral. Tal como dijimos en “Clítoris, la dulzura ignorada” http://www.etcetera.com.mx/articulo.php?articulo=21016 el mayor órgano sexual se encuentra entre las orejas.

Estos descubrimientos parecen llevarnos a pensar que, quizás, mientras los hombres están programados para buscar y preñar a sus parejas, las mujeres eligen la pareja justa, se cree que las mujeres que eligen a su pareja, que se sienten atraídas físicamente a ellas, experimentan orgasmos múltiples, seleccionan con base en lo que consideran “bello” los genes más aptos y por tanto asisten a una mejor fertilidad.

Sin embargo, el doctor Eli Finkel en la Universidad de Northwestern y Paul Eastwick en la Universidad de Texas en Austin, niegan la premisa de que la vinculación emocional es, para las mujeres, un potente y ancestral afrodisíaco, pues a partir de los primeros métodos de control natal, la pornografía dirigida a las mujeres, su inclinación y capacidad para el orgasmo han recorrido un largo camino, las mujeres están mejor informadas sobre su placer sexual, pueden dirigir a sus parejas para que las conduzcan a ello. Por otra parte, son ellas las mayores consumidoras de juguetes sexuales y no palidecen ante la pornografía. Actualmente y dado que las Porn Shops no son muy amigables, se han popularizado los Tupper Sex, reuniones de amigas en las que tradicionalmente se vendían artefactos de cocina y hoy se promueven juguetes sexuales, lencería y accesorios sofisticados. Es ilustrativa la triada argumental de las asistentes vendedoras autoproclamadas como “Asesoras de la felicidad” que recitan como quien profiere una oración lo siguiente:

1) Preferir la sensualidad a la sexualidad. Tiene que haber espacio para el juego y el deseo.

2) Amar el propio cuerpo y el de la pareja.

3) Las parejas necesitan reír. Hay que evitar la formalidad y vivir la vida de pareja con humor y ligereza.

¿Cerebro animal o cerebro enamorado?

El Dr. David E. Linden neurobiólogo, y profesor del Departamento H. Snyder de Neurociencia de la Universidad de medicina Johns Hopkins, nos dice en su libro The accidental Mind que los hombres hemos privilegiado la monogamia, el celo permanente, la intimidad y como consecuencia el sexo recreacional. Reconoce también que el 90% de los mamíferos son promiscuos y si bien a nosotros nos da por la fidelidad, somos realmente monógamos seriales, una pareja por ciclo ovulatorio, como han probado la Neurocirujana Lucy Brown y la antropóloga Helen Fisher, quienes también han constatado el cerebro enamorado presente en todas las cultura (166 sociedades) y la capacidad de amar para toda la vida en algunos pocos, pero existentes casos. El Dr Linden nos dice que en las parejas humanas el 90% de los hijos provienen de una pareja estable, es decir, hemos alterado nuestra biología para tener certeza sobre la paternidad. La precariedad de la cría humana, que obedece mayormente a que nace prematura dado que el tamaño que alcanzará su cerebro haría imposible que naciera maduro vía vaginal, conduce a una fragilidad que puede llevar a la muerte, es por eso que entre los mamíferos el caso sea anómalo, la muerte infantil es mayormente un asunto humano. Según los científicos evolutivos esta fragilidad de los humana puede haber desarrollado sentimientos como el amor y el apego que nos orillan a buscar la monogamia o al menos relaciones duraderas que protejan a la descendencia hasta que sean aptos. Otra causa, como hemos dicho, es la legitimación paterna y otra más, es que, contrario a lo que creían nuestras abuelas, la frecuencia de las relaciones sexuales en una pareja, la fomenta más, solidifica los lazos afectivos y alarga la vida sexual. Todo esto, promueve la tan popular institución familiar que fomenta la monogamia, aunque todos sabemos que nunca la asegura.



Linden narra que el poeta Jim Carroll describió su primera experiencia con heroína “Como 50.000 orgasmos a la vez” y otro escritor comparó la inyección intravenosa de cocaína a un orgasmo a la 1000 potencia; dejando de lado la aritmética de fantasía, nos dice, hay un hilo de verdad de neuroquímica: las drogas como la heroína y la cocaína producen un aumento sostenido de la dopamina en regiones clave del circuito de gratificación del cerebro, mientras que el orgasmo produce una muy breve oleada de dopamina, por lo tanto, los fármacos que la aumentan como la cocaína y las anfetaminas (e incluso la L-dopa que se utiliza para tratar la enfermedad de Parkinson), pueden prolongar y mejorar el orgasmo, mientras que los fármacos que bloquean los receptores de dopamina, al igual que algunos medicamentos antipsicóticos, la suprimen. Vale la pena señalar que los efectos positivos y negativos de los fármacos dopaminérgicos en el orgasmo también se reflejan en efectos similares sobre la libido y la respuesta genital a estímulos sexuales. La cocaína, por ejemplo, es una de las pocas drogas psicoactivas de abuso que aumenta la libido y promueve la erección del pene o la lubricación vaginal.

El cerebro enamorado activa las mismas zonas cerebrales presentes en los vicios pero también en las de las virtudes, sobretodo la compasión. Existen dos zonas cerebrales que se encienden simultáneas: las que regulan el placer y el dolor físico y la zona afectiva, es por ello que existen personas a quienes, por un daño cerebral, no se estimula más que la respuesta física y por ello experimentan dolor e impertinencia, incluso pueden experimentar un orgasmo al lavarse los dientes o manejando. El orgasmo es una respuesta fisiológica y emocional que se une en una sola experiencia. Físicamente el cerebro se enciende como el cielo estrellado, la presión sanguínea sube, se contraen involuntariamente el útero, la uretra y el recto, sube el latido cardiaco y una sensación placentera lo inunda todo. Linden nos remite a un experimento donde un panel de neurobiólogos y psicólogos pidieron a 21 hombres y 21 mujeres que describieran su orgasmo de modo anónimo, el texto descriptivo pasó a ser discriminado entre los expertos para buscar la diferencia entre la experiencia masculina y la femenina, el resultado: la experiencia es igual. Entonces ¿Es el orgasmo una forma de droga, un vicio y una virtud? Si regresamos al experimento de Fisher y Brown, Linden nos dice que el cerebro de las parejas enamoradas enciende todo esto que ya hemos relatado pero apaga las zonas relacionadas con el pensamiento cognitivo o racional, sin embargo, son las parejas que se siguen amando después de 25 años, quienes enciende el placer sin inhibir la razón.

No puedo más que desconfiar de quienes pretenden hacer del orgasmo femenino una pura experiencia gozosa, ni de quienes hacen del mismo una iglesia espiritual, el cerebro rector, el sitio material donde reside eso que llamamos yo puede lograr ambas experiencias, lo más sublime y creativo es que el yo sabe amar. El amor es un abstracto que para muchos proviene de la cultura y para otros de los genes, de nuevo desconfiando de maniqueísmos divisorios, entre la mente y cuerpo, en la interjección de biología y cultura se escriben historias de amor, de cuerpos temblorosos y ávidos que potencian todo gozo físico y racional pues como diría Lope de Vega:

“Quien lo probó lo sabe”

Referencias:

Fisher, Helen. Anatomía del Amor.

Lloyd, Elizabeth A. El caso del orgasmo femenino: Sesgo en la ciencia de la evolución.

Linden, David E. The accidental Mind.

Nota:

1 La traducción es mía.

The Long Tunnel of Wanting You

From How to Save Your Own Life

This is the long tunnel of wanting you.

Its walls are lined with remembered kisses

wet & red as the inside of your mouth,

full & juicy as your probing tongue,

warm as your belly against mine,

deep as your navel leading home,

soft as your sleeping cock beginning to stir,

tight as your legs wrapped around mine,

straight as your toes pointing toward the bed

as you roll over & thrust your hardness

into the long tunnel of my wanting,

seeding it with dreams & unbearable hope,

making memories of the future,

straightening out my crooked past,

teaching me to live in the present present tense

with the past perfect and the uncertain future

suddenly certain for certain

in the long tunnel of my old wanting

which before always had an ending

but now begins & begins again

with you, with you, with you.

Erica Mann Jong

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