Todos son idólatras: uno de la estimación otro del interés y los más del deleite; y la maña está en conocer estos ídolos para el motivar; conociéndole a cada uno su eficaz impulso, es como tener la llave del querer ajeno. Baltazar Gracián
Como he dicho abiertamente en otros textos para etcétera, me declaro atea. Diría Richard Dawkins que somos el grupo más marginalizado dado que parece asustar que alguien no se subordine a una entidad mayor; se suele pensar que se trata de un acto de arrogancia cuando desde mi óptica es todo lo contrario. Un buen ateo, creo yo, se subordina a una entidad colectiva que se llama humanidad y se sigue un programa de vida que se llama ética; al menos esa es mi creencia a partir de los filósofos ateos con quienes simpatizo y con los que eventualmente dialogo con la vista, como diría Quevedo del acto de lectura. No pretendo tener la verdad pues es su parcialidad individual la que nos reúne en ese mismo conglomerado diverso que llamamos humanidad. Ensayar mi punto de vista es integrar el caleidoscopio de opiniones que jamás darán como resultado un mosaico fijo, ni un tono uniforme.
Comte Sponville dice, por ejemplo, que él no se opone a la idea de dios, es sólo que le resulta demasiado conveniente para ser verídica. Michael Onfray es más radical o más materialista al respecto y admite como cierto todo aquello que sucede a los sentidos, así que ni siquiera concede un pensamiento de “quizás” a esta idea grandilocuente. Otros más, como Luc Ferry, se confiesan humanistas, haciendo del respeto por la dignidad humana el centro de la devoción personal. El biólogo Richard Dawkins es radical y combativo, sostiene que la idea de dios es uno de los memes más pertinentes de la historia y habría por ello que combatirlo; asegura que la ciencia nos ha dado razón suficiente para no creer y que hacerlo, era una necesidad primitiva de una época superada. Fernando Savater o Pascal Brukner junto con todos los aludidos rechazan las religiones por ser causantes de muchas disputas, de guerras en nombre de un dios contra otro.
En lo personal concibo que mientras se encuentre la forma de vivir bien sin dañar a los demás, todo es válido. Creo que nuestra mente necesita de privilegiar ciertos conceptos que dibujan aquello que llamamos sentido de vida y que constituyen ese objeto abstracto en construcción que llamamos identidad; por mí cada quien puede creer lo que le plazca, sin embargo, quisiera revisar algunos conceptos a la sombra de los ataques del grupo terrorista Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés).
En principio admitir mi propio beneplácito con las opiniones de Jerry A. Coyne profesor de ecología y evolución de la Universidad de Chicago quien en el portal de Dawkins nos invita a reflexionar sobre la pertenencia o no de ISIS al islam. El título de su artículo es sugerente: “Si ISIS no es islam, entonces la Inquisición no fue católica”.
Los apólogos de ISIS son diversos y como habíamos mencionado en un texto previo, quizás obedezcan al sentimiento de penitencia occidental al que alude Pascal Brukner que en aras de curar viejos pecados y de conservar lo políticamente correcto conducen a una de las formas de la hipocresía que llevan a líderes mundiales a exculpar al islam de sus pecados; entre ellos el mismo Obama, quizás motivado por el deseo de evitar criticar la religión a toda costa, dado que tal cosa puede significar un suicidio político.
El profesor argumenta que es indefendibles si una fe es “verdadera” puesto que toda doctrina proviene de hombres, de interpretaciones a dos elementos que las constituyen: los testimonios de la vida de sus profetas o los libros que cifran sus enseñanzas o principios. No existe una “verdad” pura que se traduzca en la “fe que promueve el tipo de comportamiento que me gusta” editando o seleccionando de las escrituras aquello que les resulta agradable, haciendo caso omiso de lo que consideran nocivo.
Del mismo modo sería muy simple para el cristianismo borrar episodios lamentables como la inquisición.
Al final, no hay una “ verdadera” religión, existen opciones que justifican la creencia de un grupo o un individuo que encuentra sentido en un cúmulo de preceptos; hablar de verdad única nos lleva por el peligroso camino de la discriminación y el egocentrismo. Cada fe se justifica a sí misma. Del mismo modo que cada individuo al tener una historia y perspectivas singulares, para proteger su identidad, las cree únicas. Crecer significa poner eso en duda y aceptar que aunque uno deba creer en su verdad para no caer en la locura, eso podría ser tan sólo una forma de navegar, la que obedece a un trayecto, a un contexto, a un cúmulo de potencias, pero tambié de limitaciones.