Si existe una verdad contundente es que el movimiento de liberación femenina y su equiparación en todos los ámbitos, social, jurídico y político, es una de las revoluciones culturales más importantes de nuestro mundo, un tema indispensable para el progreso de la humanidad. Sé que en este tema no concuerdo con lo políticamente correcto y debido a que en días recientes me invitaron a presentar un libro sobre la historia de la lucha femenina en México, el tema me obliga a revisar de nuevo mi posición y prejuicios al respecto.
Primero que nada se juntó con otro prejuicio más dado que el libro fue editado por un partido político, Nueva Alianza. La presentación la haríamos una admirada colega, Maricruz Castro Ricalde, y yo con quien también he tenido mis desencuentros en este tema. Ella aplicada, había leído el libro de cabo a rabo, es una verdadera apasionada y experta en el tema y previo al evento me comentó que había escrito cinco cuartillas sobre el libro y que yo podría avocarme a comentar los dos últimos capítulos. Así que pensé: “Ya la hice, dejaremos que ella sea la estrella del momento, yo digo dos apuntes y listo”.
Sin embargo, la historia se jugó distinto, la doctora Castro tuvo un percance y llegó tarde. Tuve que comentar entre notas he improvisación mi lectura sobre el libro De Liberales a liberadas lo que, más que un análisis minucioso como el de mi colega, me permitió exponer mis prejuicios, postura y temores. Así que transcribo, escribo y reconstruyo:
Como nací en una familia liberal no me he abrazado a la lucha feminista con tanta pasión. Por dar ciertas señas contaré que a los 12 años mi madre me llegó a un ginecólogo para que me dijera como protegerme si quisiera tener relaciones sexuales; mi padre parodiando a un antiguo político mexicano me llama el orgullo de su nepotismo a pesar de que tengo un hermano y la única tirana entre mis hermanos y yo fue mi protagonismo de primogénita que me hacía por default la estrella en todos los eventos familiares.
Sin embargo, no dejo de advertir que he sido maltratada por el poder masculino pero no me he quedado callada y he maltratado a los hombres de mi espectro con la misma moneda. Tal vez por eso me atreví a confesar mis alergias sobre el Día de la Mujer y que a la editora de esta revista la molestó tanto como a mi querida doctora Castro. Hoy admito que quizás ellas tengan razón pero mis temores se orientan por el temor al victimismo, la trivialización de un calendario que ya contempla el día hasta del perro marrón y la ponderación de un grupo por intereses políticos olvidando que la marginación y el maltrato no son privativos de un solo sector.
Este libro De liberales a liberadas que al margen de mis prejuicios considero imprescindible por su trabajo de investigación, por lo claro y amable de su lenguaje de divulgación y sobre todo porque las escritoras Adriana Maza Pesqueira, Lucrecia Infante Vargas y Martha Santillán Esqueda, aprovechan el patrocinio del partido pero rehúyen a la complacencia fácil y a la tendenciosidad ideológica, presentando una recuento que va desde 1753 hasta 1975 y que como mujer mexicana debía conocer y valorar. Mi estrategia fue comenzar contando una anécdota nutrida de muchas varias:
Hace unos días y como ocurre cerca de los finales de año, nos reunimos un grupo de amigos y amigas de la preparatoria. En la mesas estábamos predominantemente mujeres, había un sólo hombre, el compañero que se casó con su compañera de la prepa. Al poner las vidas al corriente se develaron muchos modos de ser mujer:
Estaba la profesionista divorciada y de economía extra saludable, que incluso mantiene a sus hijos adolescentes para, en sus palabras no tener que lidiar con el haragán de su exmarido y que por el momento decidió no tener pareja y dedicarse a su trabajo; la ejecutiva en ascenso que pospuso el matrimonio más no la maternidad y en lo que encuentra al hombre de sus sueños y llega a eso que ella llama la cumbre, suspira cada que pasa frente al hospital de Santa Fe en donde sus óvulos esperan el momento perfecto; estaba también mi amiga la diputada que ejerce su derecho de ser monógama serial y para quien la maternidad es cosa de su abuela, con la que por cierto vive felizmente. O Lourdes la malabarista que tiene casa, chamba, marido, chamacos y hasta un amante de ocasión. Rocío es viuda, quedó muy rica, se dedica a la ecología y las causas sociales, vive de viaje, tiene un novio que parece su hijo y por eso vive en el gimnasio y cuentan las malas lenguas que verse como se ve es su mayor inversión. Y por supuesto estaban Esteban y Alondra con ese nombre de telenovela que le pusieron en homenaje a una bella protagonista y que quedó al último para contar su historia. Y tú que haces Alondra, le preguntamos y ella respondió: Soy ama de casa. Esteban se puso rojo, dio una gran explicación sobre la decisión de que ella se quedara en casa con los niños, habló de sus talentos e inteligencia y cada una y poco a poco comenzamos a hacer la apología del ama de casa: tú que puedes, es bien bonito, es el mejor trabajo aunque el peor remunerado, es agotador... Lo cierto es que parecía que todos experimentábamos cierta culpa por el oficio de Alondra.
Lo que me quedó claro tras la lectura es que gracias a las mujeres que integran esta historia es posible que hoy podamos elegir entre muchos modos de ser mujer. En el capítulo 4 “Posrevolucionario y participación política” Martha Santillán nos habla sobre las facetas del movimiento feminista y sus filiaciones ideológicas. Nos relatan con pericia la historia de dos postura feministas en nuestro país, las de las conservadoras y las de las liberales; da cuenta de cómo, al tiempo que el discurso en el poder iba cediendo ante las peticiones de inclusión también incurría en el aprovechar elementos de ambas narrativas para construir con él una salmodia victimista.