No quieren que bailemos. Que escuchemos música. Que nuestros besos se mezclen con las risas. Amar. Divertirnos. Gozar de la vida. Compartir cenas y almuerzos. Beber. Comer. Ocupar el espacio público. Sentirnos libres. Antoni Gutiérrez-Rubí El PAÍS 14 NOV 2015
El viernes tras el terrible ataque a París llegué a mi casa e hice ante el asombro lo que muchos facebookeros o habituales en redes sociales hicieron. Expresé mi solidaridad decorando mi muro (ese espacio contemporáneo de manifestación personal) con la bandera francesa, aún no se había activado la aplicación de la bandera francesa en la foto de perfil.
Por la mañana entre todas las manifestaciones sobre el crimen de Francia me fastidió sobremanera el video que compartió la única musulmana mexicana que conozco y que por ser antigua compañera de trabajo acepté entre mis amistades. Debo admitir que en ello hubo mucho de morbo, pues respeto, más no comprendo que una mujer que contaba con todas las libertades que la mujer occidental ha logrado, decida renunciar a ellas. Supongo que debe operar la compasión para intuir que un dolor muy grande te haga buscar una religión como cerco y consuelo. Pero que se escondiera atrincherada en su burka para dar un mensaje como representante de Mujeres Musulmanas en México desvinculándose de a tragedia, me hace pensar que a lo mejor una burka en medio de minifaldas o un video en medio de plegarias, es más un acto de taimado exhibicionismo que un acto de humildad y empatía. Hubiera sido mejor que usara la bandera francesa en el rostro como hicieron más de miles de usuarios uniformando la solidaridad.
Mientras el día se estiraba, las noticias fueron armando el rompecabezas del crimen, el recuento de la muerte y los daños, se difundió la nota sobre los terribles ataques ahora a Beirut; el pánico en las calles de París; paralelo a ello las opiniones en redes sociales de conocidos y desconocidos. El ánimo comenzó a cambiar, muchos usuarios comenzaron a quejarse por la solidaridad a Francia y no con Beirut o con México. Pensé que las redes sociales son un espacio de expresión donde sin duda no existe comunicación al Cielo, no tiene por qué haber gradaciones de primera o de segunda con respecto a la muerte o la tragedia, menos resentimientos de países pobres o ricos. Las lecturas ideológicas distraen de lo importante, el dolor por la injusticia o la muerte no tiene bandera, y no se destapa a unos por sentir dolor por otros ¿o qué es el corazón un nacionalista o la compasión una manta chiquita?
Yo no rezo, pero sí lamento la pérdida de civiles inocentes. Estos recordatorios “democráticos” “Claro te acuerdas de París pero no te importa Beirut”, “Preocupado por Francia y aquí siguen faltado 43” todos ellos comparativos con otros países con otras tragedias, me parecen insensibilidad ante el duelo. Es como si llegaran al funeral de un ser querido a recordarnos sus miserias: ¡Pobrecito pero se lo merece tomaba mucho! a decirnos que hay quienes sufren aún más ¡Qué duro pero a Julieta se le murió un pariente todavía más querido! o que se disculpen de su inasistencia al funeral porque no han terminado de llorar a sus muertos y no tiene espacio en el corazón para más.
El dolor es el dolor y la muerte injustas es eso, injusta, la dignidad humana no pone condiciones ante la solidaridad, ni se cumplen cuotas ante la injusticia, la sangre
corre igual en todo cuerpo y la perdida trágica de un ser querido deja siempre
una cicatriz a la que no se le mide el tamaño o la profundidad.
Peor aún me parecen las alusiones del tipo “se lo buscaron” los recordatorios del colonialismo, de los abusos imperialistas (Nos recuerda el filósofo francés Pascal Bruckner que somos propensos a olvidar que la conquista y el expansionismo no son peculiares de Europa, que todas las grandes civilizaciones: los persas, los mongoles, los chinos, nuestros aztecas e incas también lo fueron. Los musulmanes invadieron Persia, India, el sudeste asiático, Sudán y Egipto, destruyeron las religiones locales y masacraron toda resistencia) o las creencias en la teoría conspiratoria que hace creer al que la expresa que él es más listo que los demás, único observador de “La Verdad” que no se inclina sensiblemente ante la muerte porque su razón lo lleva a mirar los hechos desde el palco de la perspicacia.
Me puse una bandera francesa y no una de Líbano; borré de mis amigos a la musulmana mexicana, no somos afines, aceptar eso es rehuir una nueva forma de censura “Lo políticamente correcto” que ocasionó que algunos sintieran culpa por su preferencia y fueran sumando banderas, causas y motivos de solidaridad, retractándose de la pura conmoción humana que nos hace sentir frágiles al ver que la Ciudad Luz fue atacada. París es aspiracional, Francia es un símbolo de libertad.
En La tiranía de la penitencia: Ensayo sobre el masoquismo occidental dice Pascal Brukner:
No hay duda de que Europa ha dado a luz monstruos, pero al mismo tiempo ha dado a luz teorías que hacen posible entender y destruir a estos monstruos… ha cometido los peores crímenes y se ha entregado a tratar de erradicarlos. La peculiaridad de Europa es una paradoja llevada al extremo: a partir del orden medieval llegó el Renacimiento; del feudalismo, la aspiración a la democracia; a partir de la represión de la iglesia , el surgimiento de la Ilustración. Las guerras de religión promovieron el laicismo, los antagonismos nacionales promovieron la esperanza de una comunidad supranacional, y las revoluciones del siglo XX promovieron el movimiento anti totalitario.[1]
Dice un principio periodístico que la información atañe al lector a partir de la proximidad, hoy ya no basta con la cercanía geográfica sino empática, me siento cercana a ese grupo de personas que estaban un viernes cenando en un restaurant, en un concierto, disfrutando un partido de futbol. Un grupo de ciudadanos que trabajan como yo de lunes a viernes para divertirse el fin de semana; al margen de moralismos acepto que me siento más cercana a ellos que a los ciudadanos inocentes que murieron en Líbano. Me siento vulnerable de pensar que esto puede pasar en cualquier ciudad como también me atañen los secuestros o la delincuencia de mi país.
Admiro la filosofía francesa, disfruto su cultura y sus paisajes, he ido a París pero no a Líbano. Creo en el genio peculiar Europeo que como señala Bruckner es consciente de sus atrocidades y defectos; para mí representan el pensamiento crítico que no se conforma con la ideología para llevar. Es en defensa de ello que afirmo mi afinidad y mi desacuerdo con un fundamentalismo que me hace pensar que la fuerza que lo orienta es el temor a la vida, a la autonomía individual, a la innovación permanente y al cuestionamiento de la autoridad.
La muerte injusta como concepto humano vale lo mismo, es un principio del humanismo, de aquello que llamamos dignidad humana; pero como sujeto tengo derecho a lamentar o a sentir mayor dolor de una pérdida sobre otra. Lamenté más la muerte de mi hermana que la de mi sobrino, y nadie se atrevió a cuestionármelo, mi dolor es mi privilegio. Puede haber mil argumentos para valorar la desgracia desde la razón, pero al desnudo, con uno mismo, el dolor tiene que ver con la identidad, con la falta o ponderación de valores que te definen.
Me puse una bandera francesa en el rostro porque su historia me simboliza libertad, porque gozo con su música y admiro su cultura, porque en París se da cita todo el mundo, porque se vale vivir con dios y sin él, y porque coincido con el tweet de Pérez-Reverte “…Todos somos París pero no todos somos Siria o Iraq. Hasta que nos despertemos o nos despierten siéndolo”.