Es triste en realidad no encontrar en ningún diccionario filosófico la definición de infidelidad, y si acaso encuentras la palabra, la entrada dice así: contrario a la fidelidad ¡Me opongo! La infidelidad tiene su propio carácter, sus muy particulares subdivisiones y personales placeres.
Los personajes infieles siempre me han apasionado. Podría empezar hablando de Zeus, cuyas prácticas de seducción son conmovedoras: mira que convertirse en lluvia de oro para conquistar a Danae, o volverse cisne a su encuentro con Leda, o transformarse en toro blanco para raptar a Europa. A ver qué esposa o esposo hace eso, cuando mucho se engendran en pantera.
Ginebra y Lanzarote vivieron un amor apasionado a la sombra de Arturo, y Menelao no pelaba a Helena hasta que la supo en brazos de Paris, entonces, hasta le construyó tremendo equino (prueba irrefutable de que la infidelidad reaviva al matrimonio, aunque no sabemos a ciencia cierta el paradero de Helena).
Quién dice que el amor es para siempre. Octavo Paz afirma en La llama doble que el amor es de origen erótico, el tiempo acaba con la pasión y la transforma en empatía, si bien le va. La metáfora del poeta es la siguiente: el amor es una flor, el tallo es el erotismo y la raíz el sexo. Si no hay erotismo, esa magia de la imaginación que nos hace desear aun en ausencia, el amor se vuelve fraternal compañerismo. En palabras de otro gran poeta, Ramón Xirau: "Amar es una angustia, una pregunta, una suspensa y luminosa duda; es un querer saber todo lo tuyo y a la vez un temor de al fin saberlo".
Para la poesía cortés el objeto amado debe ser inaccesible. La amada en muchas ocasiones es casada y eso precisamente es lo que mantiene la llama ardiendo, a extremos tales que Francisco de Quevedo desafía a la muerte y arde como polvo enamorado.
¿Quién tiene la felicidad guardada en un cajón, o la libertad escondida bajo la cama? La fugacidad es memorable mientras que la rutina destiñe y empolva.
Milan Kundera en La insoportable levedad del ser distingue dos tipos de infieles: los líricos y los épicos. Los primeros buscan una pareja ideal y se ven repetidamente desengañados, lo que les brinda cierta disculpa romántica; el segundo tipo de amante o amanta(porque aquello de amada sugiere pasividad femenina de la que no estoy muy convencida) no proyecta sobre la "víctima" un ideal subjetivo, por eso toda relación amorosa le resulta interesante y nada puede desengañarlo. El amante épico es, ante la gente, un desvergonzado, aunque más bien un coleccionista (de huesos, de abrazos, de sueños, de momentos) con carácter de investigador. Así era la diosa Venus que pudo darse el lujo de deleitarse en los brazos de Hércules, ser colmada de oro y besos por Vulcano, atrapar en sus redes a Marte y tener sus escapadas con Zeus.
No se trata de ver el tema con frivolidad, y es que los tintes moralistas nos hacen condenar la idea aun cuando seamos practicantes. Quien no es fiel a la causa es visto como traidor, y en realidad se es un romántico, un idealista o, al menos, un indeciso. La clandestinidad de una aventura tiene un sabor intenso, el sentimiento solidario de dos contra el mundo, la pasión de un tiempo limitado y el suspenso de la próxima llamada...
Publicación original: http://www.etcetera.com.mx/2000/397/rf397.html