Regina Freyman
* ITESM campus Toluca, México, México.
Correo electrónico: regina.freyman@yahoo.com.mx
Hemos empezado a contemplar nuestros orígenes:
sustancia estelar que medita sobre las estrellas
Carl Sagan. Cosmos
Me confieso culpable de contaminar, de malgastar, de desperdiciar, de ser individualista. Me percato de ser maestra de una universidad, madre de dos hijas y por tanto modelo de conducta. Contextualmente
vivo en un país de tremendos contrastes, enormes riquezas culturales y naturales y graves abusos. Un pedazo de mundo que no me pertenece. Reconozco que me es más fácil esconder la cabeza como avestruz (aunque creo que esto es todo un mito, las pobres no son tan insensibles) a reconocer que soy
agente del daño pero puedo ser también agente del cambio.
Desde que era niña encuentro fascinantes los cuentos fantásticos y los ensayos científicos. Los dragones del Edén de Carl Sagan me conducían hacia el País de las Maravillas con la misma eficiencia que el conejo de Alicia. Soy incapaz de sumar, mas no por eso no admiro a los números. Digamos que soy víctima de una mala elección, responsabilidad mía, pero también coincido con Edgar Morín en pensar que este paradigma basado en la disyunción y la simplificación académica, me puso la mesa para optar por un solo platillo en un menú de claroscuros que dividía el mundo entre ciencias y humanidades. Fue después que, como todos los caminos llegan a Roma, las palabras
me llevaron a los números, las razones a los sentimientos y las respuestas a las dudas y viceversa. En esa infancia que retomo recuerdo con entusiasmo cuando la humanidad en su ambición
por descubrir vida más allá de nuestro cielo lanzó una botella interestelar.
El 20 de agosto y el 5 de septiembre
de 1977 fueron lanzadas al espacio dos
extraordinarias naves. Estos vehículos
del espacio, después de haber llevado a
cabo una exploración que promete ser
detallada y realmente espectacular del
sistema solar …abandonarán lentamente
los sistemas solares convirtiéndose en
emisarios de la Tierra al reino de las estrellas.
Cada nave Voyager lleva adosado
un disco fonográfico de cobre recubierto
de oro como mensaje para las posibles
civilizaciones extraterrestres …contiene
118 fotografías de nuestro planeta, de
nosotros mismos y de nuestra civilización:
casi 90 minutos de la mejor música
del mundo; un ensayo evolutivo en audio
sobre los “Sonidos de la Tierra”, y saludos
en casi sesenta idiomas humanos (y
en un lenguaje de ballenas), incluyendo
los del presidente de los Estados Unidos
y del secretario general de las Naciones
Unidas (Sagan: 67).
Por un tiempo la humanidad entera ponía sus ojos en el cielo, la sospecha de no estar solos en el universo pugnaba por la aventura de buscar ojos nuevos para ser reconocidos. ¿En qué parte del conocimiento humano inventaríamos este atentado?, ¿como una aventura de la ciencia? ¿Del espíritu?
¿Un sueño de la imaginación que se hizo tangible? Creo que el contenido mismo del disco dorado que se envió con la intención de presentarnos, lo dice todo: nos definimos con música y con palabras; con imágenes y cantos de ballena. No mandamos objetos mandamos la memoria encapsulada en un disco que, como el primero, concebido por los olímpicos griegos, fue lanzado para llegar lejos en un afán de romper marcas y allanar fronteras. Más rápido que el contacto extraterrestre, 30 años después del lanzamiento de los Voyagers, los humanos regresamos la vista a nuestra tierra preocupados. Descuidamos la casa, los recursos se acaban, la economía arde, la depresión es un estado contagioso y nadie escucha con claridad “Los murmullos de la Tierra”. Desconfío por principio de los extremos engañosos, las utopías y distopías son entes de ficción. La primer ceguera sería considerar que todos los actores causamos el mismo daño o resolvemos con el mismo impacto; lo primero que me sugiere el Índice de Desarrollo Humano (idh medición por país, elaborada por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) es que se trata de una estadística fría que contempla de forma chata indicadores genéricos sobre esperanza de vida, nivel educativo y nivel de vida digno, y no contempla el impacto o daño que, por poner un ejemplo, cada uno de los incluidos en esta estadística infringen. Es decir, un ciudadano de Noruega que goza de las posibilidades de larga vida, salud y educación, quizás es dueño de un restaurant donde se sirven porciones de comida desmedidas en un afán de competencia comercial, fomentando con ello el desperdicio (comida que se irá a la basura y que podría alimentar a personas en carestía) o tal vez la pandemia de la obesidad. El mismo hombre consume —tal como lo muestra el ejercicio de la lectura— una cantidad estratosférica de energía eléctrica. ¿Quién contabiliza los daños? Mi ejemplo es quizás demasiado burdo pero me parece que para tener indicadores claros que nos lleven a tomar verdadera conciencia deberíamos de ser precisos al señalar a los agentes del daño. Hoy que sufrimos la debacle económica que azota al planeta es preciso vislumbrar la fragilidad que nos hace rehenes de un grupo de hombres en el poder ¿Cuánto daño hizo la administración Bush? En esa línea de pensamiento me parece que el sentido de desarrollo no es sólo reconocer los niveles de vida alcanzados por los habitantes de tal o cual país se requiere medir también el daño potencial que pueden causar, de otra manera nos encontramos ante instituciones internacionales que sancionan y señalan la corrupción y negligencia de los países pobres y desestiman los abusos de poder. El fundamento del cambio es, considero, comenzar por la autovaloración: qué tanta responsabilidad tengo, qué tanto daño infrinjo. Las instituciones educativas tienen un papel relevante. No educamos para la industria, educamos para la vida; debemos cambiar el término competitivo por competente, la visión triunfalista por la responsabilidad social, el ánimo individualista por el trabajo en equipo. Dejar de lucrar con notas aritméticas para otorgar comentarios que descubran el talento individual y alimenten la solidaridad y la empatía. Estadísticas confirman que, aquello que llamamos felicidad se obtiene no de la mayor riqueza económica, sino de la estabilidad emocional por trabajar en un ambiente agradable y disfrutar del trabajo. Se obtiene de la compañía y de la esperanza, de la permanencia que sólo se consigue al trascender y pensarnos como un eslabón de una entidad mayor a nosotros mismos. “Una sociedad no puede prosperar sin cierta sensación de compartir objetivos. Si la única meta es alcanzar lo mejor para sí mismo, la vida se vuelve demasiado agotadora, demasiado solitaria…’’ (Layard: 229) Como maestra de literatura he aprendido que las fronteras de un libro se expanden hasta llegar a otro y de ese a una pantalla, y de ahí se bifurcan hasta tocar pensamientos, sentimientos y engendrar nuevas historias. Que las palabras no son sumas de sonidos y que no alcanza la retórica para entender, digamos como ejemplo, los mundos de Borges; espacios palpitantes que remiten a la física o a las matemáticas. Como maestra universitaria comprendo que mis clases no terminan cuando el reloj mata una hora, sino hasta que el último comentario ha sido dicho. Interiorizar la responsabilidad y el papel que cada uno de nosotros jugamos en el concierto social no es aminorar la carga, es por el contrario, entender con perspectiva hacia dónde debemos señalar para exigir respuestas. El peor delito es la complicidad. Somos agentes del daño y también del cambio.
Bibliografía
CIENCIA ergo sum, Vol . 1 7- 1, marzo- junio 2010
Layard, R. (2005). La felicidad: lecciones
para una nueva ciencia. Madrid, Taurus.
Morín, E. (1997). Introducción al pensamiento
complejo. Barcelona, Gedisa.
Sagan, C. et al. (1977). Murmullos de la Tierra:
El mensaje interestelar del Voyager.
Random House, Madrid, 1980.
Solow, R. (1992). An Almost Practical Step
Towards Sustainability, Conferencia
pronunciada con motivo del 40 aniversario
de Resources for the Future,
8-10-1991.