Todas las mañanas un personaje de caricatura, The Brain o Cerebro en nuestra lengua, despierta con un objetivo en mente. Pinky, su fiel escudero, le pregunta a diario ¿Qué haremos hoy Cerebro? y Cerebro responde: “Conquistar el mundo Pinky”. Esa respuesta da sentido a su existencia y a la historia que miramos en la pantalla. Pinky y Cerebro son dos ratones de laboratorio que jamás logran tan megalómano cometido para seres tan ínfimos, pero esa intensión los mantiene vivos. La alegoría es perfecta para ejemplificar la naturaleza y las ilusiones del ser humano.
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Me intereso sobre la mente. Primero porque es la cronista de nuestros días y como la vida es un viaje pasajero, supongo que uno desconfía del guía de turistas: ¿por qué nos muestra esto y no aquello? Tal vez nos lleva premeditadamente a los lugares más caros, solo nos enseña los sitios populares, en fin, la vida es para todos un viaje corto que no queremos desperdiciar; queremos vivir cada instante extrayendo la mejor experiencia posible, pero también la más fidedigna.
Habemos a quienes nos aterra el autoengaño. De modo platónico algo nos insta a buscar aquello que llamamos verdad, al menos acercarnos a ese bien bueno y bello que nos ubica en el espacio, que nos hace amar el lugar que ocupamos en el mundo. ¿Pero por qué? ¿Qué no se puede vivir montado en una ilusión? La respuesta, al menos la supongo a partir de mis experiencias y lecturas: soy desconfiada; de quien más desconfío es de mí porque sé que soy experta en el autoengaño; temo a las respuestas contundentes pero diré que la ilusión es una luz de bengala que brilla en la oscuridad y se disipa pronto, dejando la mirada aún más nublada y el corazón con resaca. Por eso acercarse a la incognoscible realidad, lo más posible, es una forma de salvaguarda, de disfrutar el viaje a sabiendas de sus límites y restricciones, es como viajar apegado al presupuesto y sorprenderse de que hay planes de bajo presupuesto, capaces de otorgarnos quizás la misma satisfacción (o aún mayor).
¿Qué tanto nos engañamos? Intento recorrer las ilusiones o falacias de la mente. No pretendo romper, como dice una antigua canción de Burt Bacharach, las bombas del chicle, es solo que tal vez, al explorar estos engaños, seamos capaces de escribir para nosotros mejores crónicas de viaje si es que vamos a algún sitio después de la vida o, al menos, saber que hicimos un viaje mesurado, justo, y que contuvo delirios e ilusiones hasta atinar a darnos el papel preciso y perfecto en la novela de nuestras vidas.
Lo primero que debemos preguntarnos es si vemos el mundo como realmente es. (Si somos ingenuos ni siquiera nos hacemos la pregunta).
Pero sabemos que lo que vemos y sentimos es cien por ciento recreado por reacciones químicas en el cerebro, lo que significa que todo cuanto percibimos es susceptible a la influencia, edición y reelaboración de la conciencia. Parafraseando al psicólogo Daniel Gilbert, la memoria, la percepción y la imaginación, no son representaciones sino adaptaciones, copias pirata (permítame la expresión). Un recuerdo se vuelve menos preciso a medida que más reflexionamos sobre él, como el pintor que al dar retoques se aleja de la idea original. La realidad no se recibe pasivamente, participamos activamente en su creación.
Mantenemos una confianza cándida en nuestras propias percepciones, a pesar de los constantes tropiezos. Y por si esto fuera poco nuestra mente está dotada de un conjunto de herramientas o trucos que hacen la vida más fácil de comprender, esos trucos crean escenarios que terminan por convertirse en la historia de nuestra vida. Una de estas herramientas es la heurística.
Para sobrevivir, nuestros antepasados tenían que pensar y actuar rápidamente, y la heurística hace de las ideas complejas, conceptos simples y accesibles. Otra debilidad de nuestra vida mental es una colección de patrones predecibles llamados sesgos cognitivos. Un sesgo es la tendencia a privilegiar una forma de pensar sobre otras igualmente buenas o mejores. La mayoría de los sesgos cognitivos son adaptativos y cumplen o cumplieron una función que nos hizo más resilientes.
Somos pésimos al hacer predicciones pero muy hábiles en la reescritura de nuestros recuerdos para hacer que parezca como si siempre tuviéramos razón. También sufrimos de un sesgo de confirmación que nos lleva a buscar todo lo que afianza nuestra óptica del mundo, evitando la información que amenace nuestra versión. Con el tiempo, esto crea una burbuja en la que parece que hay una cantidad monumental de consenso para confirmar nuestras creencias.
Ilusionistas
El primer truco es el sesgo narrativo, el modo en que ordenamos el caos que orquesta nuestra vida en una historia articulada de forma aristotélica con principio, nudos y desenlaces.
Hacemos de nosotros el protagonista o héroe de la historia y, como el sol, todos los demás astros gravitan alrededor nuestro. Un de los casos clínicos más conocidos al respecto es el de los tres Cristos de Ypsilanti; presenta una situación patológica que ha servido para corroborar la centralidad que la mente sana otorga a la propia percepción. El caso documenta el encuentro de tres enfermos mentales que se creían Cristo. El psiquiatra los juntó especulando que quizás la conversación entre ellos los haría entrar en razón. Uno de los enfermos argumentó que los otros dos eran alguna forma de cyborg y que no estaban realmente vivos. Dentro de ellos, había máquinas que controlaban sus movimientos y hasta sus voces. El segundo creía que los otros dos eran dioses menores que surgieron después de él y luego reencarnaron. El último dijo que los otros dos hombres eran enfermos en un hospital mental. Después de tres años de tratamiento ninguno de los pacientes cambió sus creencias.
En mayor o menor grado todos somos racionalizadores que encontramos la manera de hacer girar todos los argumentos en un cuento que tenga sentido en el contexto de lo que queremos creer. Tomamos el papel del héroe o la heroína y terminamos triunfando ante los obstáculos. Entre mejor es la historia, entre más son los argumentos que le alimentan, más probabilidades hay de aceptar su veracidad. Nuestra mente condiciona esta forma narrativa: tres a cinco actos, una apertura con el personaje principal obligado a enfrentar la adversidad, un punto de inflexión donde el personaje decide embarcarse en la aventura, en un viaje donde el protagonista madura y logra, eventualmente, su meta. De acuerdo con el mitólogo Joseph Campbell, esa es la estructura de toda historia que ha sido contada y escrita salvo las tragedias.
Pasamos ahora a la falacia de conjunción, que como ya insinuábamos en la falacia narrativa, ayuda a que un evento o suceso sea más creíble entre más información se tenga de él. Tendemos a creer que hay señales en medio del caos, el cerebro piensa y acomoda información en lo que llamamos patrones, buscando reglas predecibles, simetrías aunque lo más probable es que estos patrones sean un juego de la mente más que la realidad pura y cruda.
La neurociencia no está segura de cómo recobramos el sentido de nosotros mismos cada mañana, pero la narrativa personal sin duda tiene mucho que ver con ello. Ser uno mismo debe sentirse como estar al mando, si sintiéramos que nuestra historia se nos pierde o borra caeríamos en un drama porque la identidad depende de esa sensación firme de control sobre nuestra historia. Lo contrario a esta sensación se llama síndrome de Cotard, también llamado delirio de negación o delirio nihilista: una enfermedad mental relacionada con la hipocondría. El enfermo cree estar muerto (tanto figurada como literalmente), estar sufriendo la putrefacción de los órganos o simplemente no existir. En algunos casos se cree incapaz de morir. Jules Cotard, neurólogo francés, descubrió el síndrome al que denominó le délire de négation (“delirio de negación”), en una conferencia en París en 1880.
Todos los cerebros son contadores de historias, todos los yoes públicos son en realidad narrativas ilusorias, una herramienta de adaptación y sobrevivencia que busca “la estabilidad de la conducta”. Lo último que los diversos organismos de la mente quieren es que el sistema vaya en direcciones aleatorias, fuera de control. Cuando el cerebro detecta problemas, siente que algo fuera de lo común va a la baja, el primer instinto es el de crear una narrativa como una especie de mecanismo de defensa contra el comportamiento caótico y riesgoso.
En ciertas personas, el hemisferio derecho no puede combatir narraciones aparentemente ridículas producidas por el hemisferio izquierdo. En esos casos, el hemisferio izquierdo llega a compensar en una dinámica de “jale y empuje” entre hemisferios. Todos los seres humanos reducimos los elementos confusos de la vida a dos preguntas: ¿De dónde venimos y por qué estamos aquí? Las respuestas han dado como resultado a civilizaciones enteras.
Existencialmente hablando, algunos individuos eligen sus respuestas y se apegan a ellas, mientras que otros se contentan con vivir su vida y nunca están satisfechos con una explicación. El campo emergente de la psicología narrativa añade una tercera pregunta: ¿Por qué quieres saber la respuesta a estas preguntas? ¿Por qué buscas significado? Dan McAdams, uno de los pioneros de la psicología narrativa, dice que el significado es más importante que la felicidad, para él hacer sentido es crear narrativas dinámicas que hacen sensato y coherente el aparente caos de la existencia humana.
La vida tiene sentido cuando se mira en la dirección del pasado porque se puede editar a nuestra conveniencia, eso logra que pensemos que todo cuanto nos pasó y pasa es predecible. Los psicólogos lo llaman distorsión retrospectiva. Una racionalización post hoc, una explicación posterior a los hechos que hace el suficiente sentido común para seguir adelante y no perderse ante las propias motivaciones.
La neurociencia y la psicología se han unido en los últimos veinte años para llegar a una conclusión perturbadora: el yo no es real, es solo una historia como todas las demás. Sin recuerdos episódicos, no hay narrativa; y sin narrativa no hay un yo.
1. La falacia del consenso común
Tendemos a creer que cuanto mayor es el consenso en torno a una idea, es más probable que sea correcta. Pero la verdad es que ninguna creencia es verdadera por estadística, es decir, compartir una creencia entre muchas personas no le otorga veracidad. En retórica a esta falacia se le llama argumentum ad populum, o “apelación a la gente”, que tuvo base hasta que el método científico la cuestionó. Haríamos bien en tomar prestadas las lecciones del método científico y aplicarlas en la vida personal, pero la tendencia es preferir ver causas en lugar de analizar efectos, señales en lugar de ruido, patrones aleatorios, historias fáciles de entender; gracias al método científico, las historias, llenas de prejuicios y falacias, se estrellan contra los hechos y ajustan su trama, eso si el narrador así lo quiere o vivirá atrapado en su falacia.
2. El efecto Benjamín Franklin
Solemos creer que hacemos cosas buenas para la gente que nos gusta y cosas malas a la gente que odiamos, pero muchas veces nos llega a gustar la gente para quien irremediablemente hacemos cosas buenas y generamos odio para justificar el daño que causamos a otras. Por muchas razones, nuestras actitudes devienen de nuestras acciones que luego nos llevan a observaciones, que derivan en explicaciones, que finalmente devienen en creencias. Las cosas que hacemos terminan por condicionar lo que pensamos.
Los escáneres cerebrales muestran que cuando el cerebro recibe declaraciones opuestas a la postura política del sujeto analizado, las zonas más altas de la corteza, responsables del suministro de pensamiento racional, reciben menos sangre, y es hasta que se presente otra declaración que confirma sus creencias que el cerebro deja de sufrir. El cerebro, literalmente, comienza a cerrarse cuando sentimos que nuestra ideología se ve amenazada. Por tanto, el rol que jugamos justifica nuestra aversión o filiación hacia las personas, si invertimos tiempo y esfuerzo en alguien tendemos a quererlo, y si las condiciones nos llevan a tratar mal a otro alguien justificamos con el menosprecio nuestra actitud.
La disonancia cognitiva que se genera cuando hacemos algo bueno por una persona que odiamos o algo malo para una persona que queremos, hace que experimentemos como si dos creencias lucharon en el ring, la sensación persiste hasta que una creencia golpea a la otra y la pone fuera de combate.
Construimos nuestra visión del mundo para que encaje con lo que sentimos o con lo que hemos hecho. Cuando sentimos ansiedad por nuestras acciones, buscamos bajar la ansiedad mediante la creación de un mundo de fantasía que erradique la ansiedad, y luego podemos llegar a creer que dicha fantasía es la realidad. Desde el experimento de la prisión de Stanford o de Abu Ghraib, y hasta en los campos de concentración, se ha probado que la actitud de los soldados está condicionada por su rol. El efecto Benjamín Franklin es el resultado del concepto de uno mismo que busca coherencia ante aquello que lo amenaza.
3. La falacia Post Hoc
Incluso los dispositivos que funcionan con botones tienen un sentido intuitivo debido a nuestra tendencia natural a pensar en forma lineal. Tenemos el hábito de pensar que un evento es desencadenado por otro, sentimos que los dos eventos deben estar relacionados. Debido a esto, la falacia post hoc es reina del pensamiento irracional. A diferencia de otras falacias, recibe un impulso biológico especial: el efecto placebo. Nos tragamos tanto nuestros propios cuentos que nuestras expectativas y creencias pueden cambiar la percepción de la realidad tanto que el propio cuerpo puede mostrar síntomas.
Tenemos el caso de los suplementos o cremas de belleza o las pulseras “magnéticas” que desde la perspectiva científica es imposible que rejuvenezcan, adelgacen o embellezcan, alivien la artritis y mejoren el flujo sanguíneo, pero en ensayos clínicos la gente a menudo se sugestiona y se siente mejor. Los objetos y tratamientos milagrosos están diseñado para producir una racionalización post hoc, por lo tanto, “porque yo llevaba la pulsera es que...”
4. El efecto halo
Cuando alguien se considera talentosa en algo específico y aspiracional, ese rasgo influye preñando sus demás cualidades. El cerebro, para procesar información rápidamente, tiende a aplicar etiquetas simples para las cosas que encuentra. Cuando tomamos decisiones basadas en creencias que reposan en sensaciones innatas, los psicólogos dicen que se lleva a cabo el efecto heurístico, un sentimiento que no necesita análisis adicional. La simetría es causada por esto. Los bebés de tan solo dos días de nacidos prefieren mirar caras simétricas. En Estados Unidos se supone que cada centímetro de altura por encima de seis pies (1.82) incrementa el salario promedio de $789 al año (estudio publicado en 2004 en The Journal of Applied Psychology). En los últimos cien años de investigación, la belleza parece ser la única cosa que la mayoría de las personas valoramos.
La gente guapa no solo tiene la ventaja de la belleza, sino que es tratada como si tuviera muchas más cualidades; lo interesante es que dichas personas tienden a creer y actuar como si realmente poseyeran esos atributos; la psicología, la llama visión holística.
5. La atribución errónea de la excitación
La frecuencia de la novedad puede disminuir a medida que la relación avanza, mantenerla viva requiere de la adversidad. La atribución errónea de la excitación es otro fenómeno, como el efecto de Benjamín Franklin, que se enmarca en la teoría de la auto-percepción.
Casi cualquier estado emocional puede atribuirse erróneamente a la influencia de otra persona, las parejas que realizan habitualmente tareas difíciles juntos son más propensos a gustarse a largo plazo, dado que su relación se alimenta de la excitación de los problemas que se derivan del trabajo. Los socios tienden a sentirse más cercanos, más atraídos y enamorados. William James creía que a menudo nos miramos en una situación de forma retrospectiva como si fuéramos la audiencia tratando de entender nuestras propias motivaciones. Actuamos como observadores de nuestras acciones, testigos de nuestros pensamientos, y formamos nuestras creencias de nosotros mismos sobre la base de esas observaciones.
6. La ilusión del agente externo
Somos realmente malos para la predicción afectiva. Estamos condicionados a sobreestimar el impacto de los efectos emocionales positivos y negativos de todo cuanto nos pasa. La homeostasis emocional hace que tengamos un punto de base que impide que las víctimas de accidentes permanezcan deprimidos o que los ganadores de la lotería vivan en un éxtasis de felicidad. La predicción afectiva y la rutina del hedonismo son parte de un fenómeno más amplio llamado, sistema inmunológico psicológico. Uno de los componentes de este sistema es su potencial para causar autoengaño y a él se le llama optimización subjetiva, que supone ver la vida mejor de lo que ese impide que nos quedemos encerrados en una situación sin esperanza. En un esfuerzo por convertir el caos en orden, el ruido en señal, y de rastrear las causas de los efectos de nuestra vida, erróneamente vemos ajeno a nosotros las causas de nuestra historia, pero en realidad está en nuestra propia mente.
7. Efecto gatillo
Pensamos que alteramos nuestras opiniones al incorporar nueva información, pero sucede todo lo contrario, cuando nuestras convicciones más profundas son desafiadas por evidencias que las contradicen, se hacen aún más fuertes.
Los sesgos cognitivos nos muestran que tendemos a ver el mundo a través de gruesos cristales de botella forjados a partir de creencias sin fundamento y manchados con actitudes e ideologías subjetivas. Las tecnotopías, la Arcadia siempre han estado ahí, pero Internet ha desencadenado su potencial. Con los medios de comunicación y el progreso de la publicidad, el sesgo de confirmación y el efecto contraproducente serán cada vez más difíciles de superar. Tendremos más oportunidades para escoger y elegir el tipo de información que deseamos que alimente nuestra cabeza. Facebook ya emplea algoritmos que editan los mensajes de nuestros contactos de manera que lo que leemos en nuestros muros sea algo con lo que estamos de acuerdo.
Los medios del futuro nos entregan información no solo acorde a nuestras preferencias, también registran el modo en que votamos, información sobre dónde crecimos, nuestro estado de ánimo, todo aquello que pueda ser cuantificado. En un mundo donde todo viene a ti tus creencias no pueden ser desafiadas, y cuando lo son, puedes retirarte en una burbuja amurallada por la información que corrobora tu visión de mundo. Esto deriva en lo que llamamos ignorancia pluralista.