Me hace feliz pensar que llevo más de quince años acompañando a etcétera en su recorrido por los medios, los temas y las historias; cuando comencé como una teleadicta, eran los albores de Internet, la televisión seguía siendo el medio dominante, la familia aún se reunía en torno a ella para comentar el día.
Yo tenía hambre de escribir y etcétera me abrió su espacio cibernético y material para desahogar mis ganas. Al mismo tiempo, una buena amiga de Marco Levario, Yuriria Sierra, me invitó a colaborar en Milenio para escribir de política. ¿Política tú?, me preguntó entonces mi exmarido, un tanto celoso porque a él, el tema le encantaba y a mí francamente me faltaba oficio; siempre fugada en mundos ficticios, la realidad política era un argumento del que conocía muy poco. Como era de esperarse, no duré mucho escribiendo de política, y no porque piense como lo hacen muchos despistados que la política no sirve o no me gusta, políticos somos todos aunque cada vez estemos más desinformados o confundidos; cometí algunos errores, perdí interés, en fin, la vida me llevó por otro lado.
Años después, todo parece haber cambiado, Internet lo domina todo, no falta mucho tiempo para que en una caverna casi platónica y con una impresora 3D, comencemos por comprar ideas de manufactura casera. Dicen los expertos que hemos pasado de la Revolución Industrial a la revolución de la mente, de obreros a creativos. Pero esa parece ser, en mi país al menos, una historia llena de huecos.
A pesar de mi poca pericia para el análisis del escenario político de México, vuelvo a escribir sobre el dolor que éste me causa porque el desconsuelo ha inundado mi espíritu. Celebro con etcétera, pero lloro por México. Cuando se ha perdido la confianza, ya no quedan soluciones. Dicen los expertos en el cerebro que la mielina es una sustancia que hace posible la neurotransmisión y por tanto la sinapsis entre las neuronas, pensamos gracias a los patrones mentales que se orquestan cuando estas redes neuronales se encienden; extrapolando la analogía, una sociedad en desconcierto, inmersa en la desconfianza, es un grupo de neuronas desconectadas. ¿Dónde queda entonces la sociedad de las ideas?
Entre zombies y fosas clandestinas
Un año tardó un compañero de la universidad en armar un proyecto con los alumnos para contribuir con planes de negocios e ideas creativas para reactivar las playas de Ixtapa. Me gustó el proyecto y me sumé. Ya no iremos, eso es lo de menos, lo de más son las causas.
Una estudiante ecuatoriana me dijo “Regina, mis padres imaginan que México es como la tierra que ilustró Juan Rulfo en Pedro Páramo, puro zombi entre fosas clandestinas”. Al día siguiente, 10 estudiantes del TEC son balaceados en Iguala, un extranjero sale herido, al igual que mi estudiante extranjera, una estudiante francesa se pregunta: ¿Qué no les asusta la violencia? Éstos son los casos de élite, ¿y los 40 desaparecidos, los fusilados, las corruptelas de panistas, priistas y perredistas, el Palacio de Gobierno incendiado, el gobernador sordo, el Presidente indignado, los ciudadanos apáticos? Más que ficción, esta historia parece un híbrido, un collage de terror sin fin.
Como he dicho en otros artículos, la maldad es una imperceptible conducta de desinterés por el otro que se va colando lentamente como la humedad en las paredes y es capaz de disolver las estructuras más rígidas. Podemos seguir culpando siempre al otro, a las instituciones, a las circunstancias, pero la verdad es que hemos perdido lo que los psicólogos llaman conciencia situacional, que es la capacidad individual para comprender el entorno de los seres humanos, sus pensamientos, sentimientos, en fin, su conducta. Vivimos encerrados en un selfie emocional que registra únicamente pasiones, deseos e ilusiones personales. El mundo del zombi es una burbuja unipersonal que fácilmente asume que el otro mira por los ojos de ese único protagonista. Hemos perdido la capacidad de analizar las situaciones o ¿de qué otro modo se explica uno que el gobernador de Guerrero insista como autista en la consulta pública solo porque se ha encariñado con la sillita? O, ¿cómo disculpamos a quienes, ciegos ante las filiaciones personales, ignoran la influencia o parentesco narco que hoy ostentan más de un servidor público?
Entre los ciudadanos comunes se ha perdido la capacidad analítica y se falla con simplismo: “La culpa la tiene Peña, Obrador, el legado de Fox, los vestigios fósiles priistas”.
La ceguera individual, el conformismo, la dinámica de grupo o la ciega obediencia a la autoridad, nos llevan a mitigar la responsabilidad, ya sea en una ventanilla pública o bancaria; la de un gobernador o secretario de Estado; o empresas enormes como Mexicana de Cobre o la que construyó la línea 12 del metro; la respuesta siempre es la del ídolo de la postmodernidad, Bart Simpson: “Yo no fui”.
Ofrezco disculpas a la ficción para poder relatar mi desilusión, la realidad ha dejado de serme suficiente, no encuentro palabras ante un país de descabezados, de fosas y narcotúneles, de estudiantes en desconcierto, sean ricos o pobres, de desaparecidos, de indolentes que no sienten que esta casa es nuestra. etcétera ha sido mi casa por más de quince años entre ficciones y realidades, entre política y sociedades, en el nuevo mundo de lo virtual, en el pasado y en el presente para celebrar y también, como hoy, para verter aquí mi indignación.
Texto publicado en la edición impresa 168 el 1 de Noviembre del 2014