“No estoy en peligro, Skyler, yo soy el peligro. Si llaman a la puerta de un hombre y le disparan, ¿piensas que ese seré yo? ¡No! Yo soy el que llama” Walter White, “Breaking Bad”
Cada época tiene medios que la definen y sobre éstas contamos historias que nos delatan.
Así, en un atentado simplista, recorremos un mito que personaliza a la naturaleza y que se intercambia oralmente; el teatro que discursivamente enfrenta a dos, ya sea tono trágico o cómico, pero detrás de la máscara de la persona se ponen en escena las pasiones humanas en su más pura expresión; la épica que consolida héroes nacionales que comienzan de viva voz y se fijan en la escritura del mismo modo que se fijan las fronteras; en el teatro la novela humaniza a esos personajes hasta retratar complejas psicologías que introducen al que hoy llamamos antihéroe; el cómic nos presenta con atino al heredero del héroe mítico, un superhéroe que trastoca las leyes de la naturaleza; en la radio se presenta el melodrama heredero masivo del teatro griego; surge al tiempo la pantalla grande y todas las historias caben, pero la profundidad de la novela es difícil de alcanzar hasta que no llega la televisión serial que recupera sus grandes técnicas y construye personajes sofisticados, juegos temporales y una historia de largo aliento que se parece a la vida misma. El especialista Peter Krämer afirma que la ficción para televisión es mucho mejor que la cinematográfica, ya que en comparación con la producción%u0144autónoma de películas, la producción regularizada de televisión genera una riqueza de referencias intertextuales similar a la del Hollywood clásico.
De esa forma, y si acudimos al pensamiento de Edward W. Said, cada nación es portadora en sus historias de su ideología, de sus negras intenciones, de su grandeza y su pequeñez. “...las naciones mismas son narraciones. El poder para narrar, o para impedir que otros relatos se formen y emerjan en su lugar, es muy importante para la cultura y para el imperialismo, y constituye uno de los principales vínculos entre ambos” (Said: 13). En un ejercicio suspenso me pregunto si el odio o amor que suscitan nuestros políticos no es una historia sospechosamente parecida a nuestra narrativa de exportación por antonomasia: la telenovela.
Mi intención es hablar de la serie de TV estadounidense contemporánea en lo que los especialistas han dado por llamar la tercera era dorada de la TV. Intentaré explicar este título, los vínculos de sus contenidos con la realidad contemporánea de ese país y su calidad narrativa, siempre con la perversa idea de que mis lectores hagan lo propio con la realidad mexicana en un ejercicio de respuesta que imaginaré como diálogo.
TV serializada, una narrativa compleja
Aunque muchas personas descalifiquen a la “caja idiota”, es la que con mayor pericia, en los últimos tiempos, ha podido trasladar lo más sofisticado de la narrativa textual Actualmente, académicos de las más prestigiadas universidades se dedican al análisis de la ficción televisiva; le han fijado etapas, géneros, circunstancias y le aplican todo tipo de metodologías, como a cualquiera de las artes.
La primera etapa resplandeciente de este medio, la primera edad dorada de la televisión norteamericana, son los últimos años de la década de los 40 y mediados de los 50, las tramas comienzan a ser una crítica velada y un reflejo fehaciente de la circunstancia de entonces, el género favorito es la antología y en pequeños relatos es el deseo de conquistar el espacio, la censura, la crítica a la guerra, etcétera. La paternidad de “La dimensión desconocida” es reclamada desde series antológicas como la británica “Black Mirror” hasta las episódicas “Mad Men” o la misma “Lost”. Umberto Eco (1983) acuña los términos «paleotelevisión » «neotelevisión» y «metatelevisión» para distinguir las eras de la televisión. A esta era corresponde la era paleotelevisiva, las funciones propias de este periodo era «informar, educar y entretener».
El estudio de Robert J. Thompson, director del Centro para el Estudio de la Televisión Popular de la Universidad de Syracuse, Televisiones, shabla de la segunda era dorada de la TV a los años 80 y principio de los 90 (series como “Hill Street Blues”, “Luz de luna”, “Hospital” y “Twin Peaks”) y establece para este periodo doce características:
1. La calidad como un deliberado intento de diferenciarse del resto de la programación.
2. La incorporación de talentos de medios más prestigiosos como el cine.
3. El cultivo de una audiencia de clase alta, urbana, culta y joven.
4. Los problemas con la gerencia de las cadenas como parte del conflicto entre arte y comercialidad.
5. Uso de la memoria para crear nuevos conflictos a partir de acontecimientos pasados.
6. Hibridación de géneros.
7. Preeminencia del escritor.
8. Uso de la autoreferencialidad.
9. Trata de tópicos controvertidos.
10. Tendencia al realismo.
11. De atraer la atención de los críticos.
12. Ganar todo tipo de premios.
En esa época la TV se siente retada por la afluencia del video y el surgimiento de la TV por cable; las tres grandes cadenas (las llamadas networks) tuvieron que arriesgarse con una programación más trasgresora que pudiera cautivar la fuga de espectadores, la serie “Hill Street Blues” es reconocida como pionera de la nueva televisión, ya que es una representación realista del mundo policiaco, presenta un estructura innovadora que combinaban las tramas autónomas dentro de una trama continua. Múltiples series siguen este formato, tal es el caso de “House” o “CSI”, donde un caso policiaco o médico se desahoga en un episodio, mientras que la vida de los personajes principales o protagonistas se entreteje y se desenvuelve a lo largo de toda la serie. Esta época corresponde a la era neotelevisiva donde el medio tenía como misión “entretener, hacer participar, convivir”.
Dicen los expertos que desde el folletín decimonónico se mostraban estas estructuras del relato seriado: la historieta autoconclusiva (series, Sherlock Holmes de Conan Doyle) y la narrativa continua (serial, Charles Dickens).
TV laberinto
La tercera era dorada de la TV estadounidense se origina con “Los Soprano”, una hibridación del género de gánster y el drama familiar. La sofisticación narrativa y temática llega al clímax. El uso de la transmedia, donde un medio, como si fuera la mula del dominó, establece el centro narrativo de un mundo de ficción; la siguiente pieza puede surgir en el cine, en un cómic, pero sobre todo puede ser la aportación del nuevo prosumer o espectador productor que no se limita a decodificar sino que agrega piezas o eslabones a dicho mundo. Esta nueva forma de interacción representa el apogeo de la muerte anunciada del autor a la que aludió Rolan Barthes. En cuanto a los temas, y tomando a Tony Soprano como el gran héroe postmoderno, notamos que se trata de otro nivel del antihéroe, generalmente un hombre en crisis que, fastidiado de las instituciones, siente una gran compulsión a transgredir, sin embargo, no es el villano opulento y todo poderoso, sino una psicología conflictiva que se debate entre lo íntimo y lo público, entre la razón y las emociones; una masculinidad en crisis, como dijera Anthony Giddens. Walter White, Dexter o Tony son capaces de asesinar, robar y huir, pero al tiempo sufren su incapacidad para comprender a su madre, para aceptar su mediocridad o su crisis emocional.
Jordi Balló, escritor y especialista cinematográfico, señala que en narrativa existen dos argumentos: uno edípico que se fundamenta en el autoconocimiento, donde un protagonista de origen desconocido busca su identidad; en la medida que avanza descubre que su origen está relacionado con una culpa que baña a la ciudad y que debe pagar las consecuencias. Este personaje amnésico clásico que en el pasado servía para resolver un episodio de una trama mayor, en la actualidad preña toda la serie, lo que nos remite a la dificultad contemporánea o a la importancia que adquiere la identidad y la individualidad. En su libro Hombres fuera de serie, Brett Martin nos dice que se trata de “hombres fastidiados, preocupados y frustrados por el mundo moderno”. El objeto que atormenta a los personajes es “el teléfono móvil, sonando siempre, muy pocas veces en el momento adecuado y aún menos para transmitir buenas noticias”.
Los personajes femeninos, casi siempre confinados a papeles secundarios, se beneficiaron de la nueva “moral” narrativa. “Se les permitió que sus vidas fueran más allá de ser simples obstáculos o dinamizadoras de los avances del héroe. Por el contrario, podían ser corruptas, despiadadas, insensatas, e incluso, en ocasiones, seres humanos heroicos por sí mismas –el ama de casa que tiene que decidir si sus comodidades domésticas compensan los delitos cometidos por su maridos (“Los Soprano” y “Breaking Bad”)–, la secretaria que lucha por abrirse paso en el campo de batalla lleno de testosterona del mundo de la publicidad de los años sesenta (“Mad Men”).
El otro argumento que señala Balló es el de Orfeo, personaje en crisis que desciende a lo infernal, y sale regenerado. En la serie contemporánea, ese infierno ya no hay que buscarlo muy lejos, rodea a todos los personajes. La nueva serialidad, nos dice Balló, no evoluciona hacia la resolución de conflictos, la serialidad clásica buscaba restablecer el orden. En la actualidad la tendencia es a la erosión y a la corrosión, la introducción de carácter siniestro, un modelo sentado por “Twin Peaks” (David Lynch), donde una comunidad decadente avanza hacia su destrucción. Eso es la base de toda la producción serial del siglo XXI, que muestra la idea de múltiples verdades y culpables. La época contemporánea corresponde a la era metatelevisiva donde lo primordial es entretener, fragmentar y reciclar.
El emblemático suceso del 11 de septiembre no solo marcó el cambio de milenio y la entrada al nuevo mundo. La ficción televisiva nunca será la misma, el 11S impregna de crisis paranóica y conspiratoria (televisión conspiranóica) los mundos de la pantalla y declama en cada trama las crisis institucionales: derrumbes de fe en la familia, la escuela, la empresa y sobre todo el gobierno; la desconfianza en el otro comienza en la propia cama y se extiende hasta las galaxias. Las series policíacas como “The Wire”, políticas como “West Wing” o de ficción como “Lost“.
“...parte de la mejor ficción televisiva norteamericana diagnostica el fracaso de unos ideales liberales que han cimentado históricamente una visión utópica sobre cómo debería ser una sociedad democrática… los argumentos centrales de esta comprometida ficción televisiva que no duda en dibujar un posible futuro dominado por instituciones antiliberales y por un entramado de intereses que, como bien indica el politólogo Seldon S. Wholin, nos acerca peligrosamente el fantasma del totalitarismo invertido”. (Curso La tercera era de la TV)
El drama moderno abandona el hiperbólico tono del melodrama y se construye en personajes contenidos que expresan su temor a partir del silencio y la complejidad psicológica. No tenemos las respuestas fáciles ni los desenlaces previsibles, los finales quedan muchas veces abiertos como en la vida, no hay chantajistas de folletín ni llantos o gritos desaforados como en la telenovela mexicana. El terreno privado es la metonimia del ambiente exterior, tanto político como social, por ello la familia de “Modern Family” puede ser un reflejo geopolítico donde una colombiana joven es la esposa de un estadounidense, padre de un chico gay casado con un hombre complejo que posee cualidades de ambos géneros (ambos tienen una hija de origen asiático) y una hija estoica casada con un hombre emocional. O en series como “La ley y el orden”, “Dexter” o “Breaking Bad” las mujeres se enfrentan a los problemas de la esfera pública y los hombres se encuentran atrapados sin poder resolver su ámbito privado. Las instituciones públicas han perdido legitimidad, mientras que poderes marginales viven y se alimentan de la pasividad del ciudadano obeso, materialista y que intenta divertirse hasta la muerte. Hoy la política no se delata en argumentos racionales, sino en las historias que reflejan en su espejo negro nuestras realidades, que diluye nacionalidades y fronteras.
El personaje de la serie de televisión contemporánea es un Teseo perdido en su ciudad laberinto, donde el tiempo y el espacio se (con) funden, busca su identidad que se construye a partir del enfrentamiento con su propio monstruo; habrá de recorrer su camino solo siguiendo el hilo de una trama intrincada.
Reitero la pregunta, y en nuestro territorio: ¿Cuál es el cuento que nos define, la parodia de nuestra política o la política de nuestras telenovelas?.