He pensado mucho cómo escribir sobre el tema del suicidio, pensé en un cuento porque la ficción dice mejor sobre el dolor y los sentimientos, pero el atentado de que la biografía se cuele entre las letras es molesto, además de que me resulta fácil pensar que un ensayo es siempre un mero atentado, algo provisional; la trama atrapa, condiciona personajes a ejecutar eventos recurrentemente, al menos con cada lectura.
El ensayo presupone la vacilación, la propia discusión; todo queda abierto a nuevas conclusiones, a mejores disertaciones en el futuro. Al final la idea de un ensayo me deja en la mente la ilusión de que todo es temporal, como la vida misma.
La imagen que se suscita en mí con la conjunción de letras que articulan el homicidio personal, es la dolorosa imagen de esas enormes ballenas que llegan con parsimonia a dejarse morir a las playas, pasivas, voluntarias. Claro que eso es menos violento que imaginar a un semejante extirpándose el alma, quién sabe con que artilugio; el animismo que nos habita nos hace morar el cuerpo similar. En lo personal ver a esos enormes navíos claudicar a pesar de su grandeza, asumir una anomia que los lleva despacito hasta la muerte, me conmueve por imposible: no hay salvación, la magnificencia decidió abandonarnos.
No recurriré esta vez a estadísticas, e intentaré asumir pocas citas textuales a pesar de que son ellas, seguramente, lo que mejor adornan mis pensamientos. Y es que me imagino en el silencio intentando discernir un tema que es quizás el último de los tabús con los que la modernidad ha roto. Sin embargo, ante cualquier tema que flota entre la arena y la playa de la vida y la muerte, se experimenta un aliento sagrado, es por eso que me decido a pensar en el suicidio con la sensación aún en el cuerpo de lo que provoca en mí el sinsentido, el caos, el silencio.
Se conectan mis pensamientos y todo lo que circunda enmudece, soy vida y me aterra la muerte, más aún, me atormenta que alguien cuyo código genético prácticamente igual al mío no mire lo que yo mire, no sienta como yo siento. Claro que el esfuerzo empático me conduce a recuperar de la memoria los instantes de dolor y descubro que es entonces que el sol no calienta, la comida no sacia, y la música se vuelve sorda. Si estiro ese recuerdo como una cobija que arrope cada día… entonces comprendo.
Cada día hay más suicidios, se culpa por ello al sinsentido y sí, en efecto, es la falta del sentido sobre la existencia aquello que nos mata. Los especialistas en psicología positiva y los filósofos parecen concordar que la antítesis de la felicidad no es tristeza sino apatía. Mucho de esto es lo que la logoterapia de Víctor Frankl nos dice y que, actualmente, hay más indicios entre la comunidad neurológica que lo confirman ¿Por qué buscamos significado? cuando nuestros intentos de narrativa fallan, nos sumergimos en un abismo del malestar, hastío, desilusión y decepción. Buscamos significado porque pone orden en el caos que es la realidad, porque nos otorga dirección, sensación y significado en una existencia que ha cifrado el devenir en algo que llamamos tiempo.
¿Es el suicidio una enfermedad o un síntoma? Me parece que ambas. El sentido en su acepción de significado nos viene a partir de varias conexiones, entre ellas, para decirlo un poco literariamente, si el ser es un texto, requiere para ser aprehendido de un contexto. En este mundo líquido como diría Zigmunt Bauman los compromisos se diluyen, se navega entre una realidad que podemos llamar externa y una de pantalla. Entramos y salimos de los espejos negros, nos conectamos y nos desconectamos.
La grandes instituciones han muerto y el tiempo pareciera sólo importar desde el ahora. Descreemos de la eternidad y de las salvaciones colectivas ¿Pero estábamos mejor al amparo de Dios, de la Nación, del Matrimonio eterno?
Para darme respuesta recupero una idea “salvación colectiva” mucho de nuestro sueño civilizatorio ha tenido ese grito de guerra, pero ni antes ni ahora se puede lograr lo imposible. Ese margen mínimo que nos distingue de un hombre a otro, nos hace tremendamente plurales, tanto como las historias que somos capaces de contarnos. Tal vez las religiones, las doctrinas, las ideologías nos entregan tramas para armar, pero no podemos escapar de ese biógrafo que nos habita y llamamos mente, un narrador caprichoso que simultáneamente vive y cuenta. No hay dos creyentes iguales, ni dos esposo cortados con tijera. La libertad es un soplo que obliga al viraje en un trayecto, y así como mi piel no resiste muchas horas de sol y la de mi hermano sí; a mi madre la hacía llorar pasear por el centro, a mí me conmueven las ballenas poderosas que deciden dejar de nadar.
El hombre o mujer que dejaron de amar, que perdieron la fe, que abandonaron convicciones, los exiliados, son sensibilidades eternas que si antes no claudicaban es porque buscaban otras formas de escape.
¿Para qué quieres la vida sin sentido, a un Dios sin Paraíso, a la pareja sin amor?
La promesa de un Cielo o una Nacionalidad ya no alcanzan cuando nos hemos vuelto líquidos, nos escapamos por las rendijas, nos fugamos. Unos se recetan tratamientos estéticos, quirúrgicos, medicinales; otros nos contamos historias y otros, simplemente deciden decir adiós.