A diferencia de Newton y de Schopenhauer,
su antepasado no creía en un tiempo uniforme, absoluto.
Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos.
J.L. Borges “El jardín de los senderos que se bifurcan.
Patricia escuchaba con parsimonia, un poco triste quizás, ese discurso le sonaba añejo, el monólogo de quien requiere un auditorio para decirse, para imponer argumentos en un orden despiadado. Recuerda muy bien las comidas en casa de Joaquín, su padre, inmigrante cubano que gastaba fortunas para reunir en su mesa a toda la familia, vino francés, percebes, viñas de cielo, mar y tierra. El pago, el soliloquio de sobremesa para ratificar una vez más, a sus 60 años que su vida era ejemplar.
Patricia piensa que quizás la vida comienza su final cuando en lugar de intercambiar ideas uno se conforta con la propia voz ¿Será acaso la última ilusión de quien a punto de salir por la puerta trasera implanta su historia en los otros para no morir?
Si ese es el caso la invade la compasión. Recuerda mientras escucha sistemáticamente a Rodolfo descalificarla, centrarla, callarla, que hay otras formas de contar. Se acuerda de la abuela o la tía Mercedes contando anécdotas para hacer reír a los niños, nada de citas célebres ni “confieso que he vivido”, desmenuzaban sus instantes para dar de comer a los hambrientos, les recordaban que la risa es más lúcida que la arenga; que la vida es por demás ridícula, implicaba tía Mercedes cuando nos relataba con lujo de detalles que se rompió el brazo buscando un tesoro de monedas antiguas en la coladera de su tío el conde, que más bien era un condenado, sin un clavo en qué caerse muerto.
A veces cree que las preocupaciones del mundo, la crisis del medio ambiente, la economía misma, son problemas de narrativa, fracasos de la imaginación para conectarnos con el mundo, con los innumerables organismos que pueblan el planeta.
Se pregunta con melancolía cómo fue a parar a esa cama donde tantas veces ha hecho el amor, un sexo delicioso, sin agenda ni argumentos. Se sorprende de pensar que tal vez es cómplice de Rodolfo porque lo encumbra como madre consentidora que le dice a su niño que ha de conquistar al mundo. La verdad es que le enternecen sus diálogos en pro de convencerse de que ha sido bueno, productivo, decente; ella entiende que es un maltratado más, deviene de un sistema que le pide más, más y él se lo cree. Hijo irremediable de una religión que profesa en su Génesis a "aumentar , multiplicar y someter la tierra” . ¿Hasta que punto eso que lo asfixia se convierte en su motivo?
No atina respuesta, debe ser que para él, ese discurso se le ha metido entre las venas, es la plomada de su existencia, pues prefiere acomodar hazañas en vez de revolcarse con Patricia ratificando que en este concierto no hay dirección, sino sonido, la melodía temporal que la respiración exhala.
Exhalar y anhelar, divaga silenciosa Patricia para no violentarse con la centralidad del discurso que le ha pedido que se calle, ambos verbos provienen de la misma raíz, son respiro, el primero es dadivoso, sale para darse, comparte su agonía, el otro es dificultoso, no alcanza, es un jadeo, emanación incompleta. Es así como oye a Rodolfo, jadeante, pretendiendo acicalar el lamento para que pase la aduana, no debe ser interrumpido, ni una palabra que enturbie la claridad de su vida contada de él y para él.
–Rodolfo es que no me permites hablar, ni desviar la conversación, todo debe obedecer a una linealidad que tú decides.
–No me importa demasiado, no me distraigas, necesito oírme, completar mi idea.
Me gusta más cuando cuenta sus cuentos sin moraleja, sus amores antiguos, sus travesuras de infancia. Como la abuela, como tía Meche. Cuando riega las palabras dadivoso sin afanarse por construir un castillo alto, erecto, rígido.
Dicen que hay dos tipos de Yo: uno que vive el presente y por tanto siente, ese yo intuitivo que fluye con el devenir poco sabe de caducidad. El otro es el que lleva la cuenta, acomoda la historia, procesa, ordena y por tanto sufre, es demasiado temporal para no padecer el anhelo de permanencia.
Por eso se ella fuga ante la imagen del noticiero que reporta a una pareja de esqueletos que tras 700 años siguen tomadas de la mano.
Recuerda borradas aquellas líneas de un cuento de Borges y las toma para sí, para contarse esa mañana en que las trama del tiempos no empatan ,que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas la posibilidades. No existimos en la mayoría de esos tiempos; se dice para consolarse en algunos existe él y no yo; en otros, yo, no él; en otros, los dos.