En días recientes el Tec de Monterrey hizo toda una ceremonia simbólica en la que se presentó un nuevo logotipo que no destituye al anterior sino que presenta una nueva alternativa para el manejo mercadológico de la institución de educación privada. La crítica de ex empleados y exatecs, es, en algunos casos, pertinente en otros muchos, desinformada, apresurada y huele a la frustración de una ex pareja resentida. Tomo el caso no porque la institución me lo ordene o me vaya a dar un premio, tampoco me resulta trascendente la diatriba por la calidad del diseño del logotipo o lo circense de la ceremonia, lo que me impresiona es que nuestra sociedad presenta en este micro escenario la conducta repetida de deslealtad y desconfianza que tanto enferma al país, esta facilidad de deslinde, de desinterés que fomenta la crítica maniquea, la descalificación sistemática y la ceguera de quien tiene pertenencias líquidas como diría Bauman, que se encienden on/ off según convenga.
La lealtad parece un valor hoy extinto. No olvido que el primer artículo que escribí para esta revista fue en apoyo a la infidelidad, mucho tiempo ha pasado desde entonces, sigo validando mucho de lo que ahí escribí , otras cosas han cambiado desde entonces. Lo primero que rescato es la idea de que toda fidelidad es electiva, que no supone la permanencia eterna pues la afiliación requiere de condiciones que se ratifiquen entre las partes y cuando las condiciones cambian las afinidades caducan y el vínculo se disuelve. La lealtad es otra cosa, consiste en memoria histórica, en respetar una suerte de afiliación de la que fuiste parte; se trata de una persona, una institución o una idea que en algún punto abrazaste; puedes renunciar, pronunciarte en contra, pero creo que no se debe olvidar que por un momento le dio asilo a tu pensamiento, a tu cuerpo, a tu voluntad. Hablar mal y sin fundamento de quien fue tu aliado me parece traición, callar y permitir la crítica sin pronunciarte me parece cobardía.
Llevo casi doce años trabajando en el Tec de Monterrey, como toda relación de largo aliento nos sabemos nuestras cosas, como toda institución humana es imperfecta, tengo el valor y el derecho a criticarla, también estoy íntimamente comprometida con la institución por intereses varios que van desde la afinidad por el proyecto, la costumbre, cariño de muchos años y hasta el elemental "de aquí como". Por fortuna etcétera con quien también llevo una larga relación me da la palabra y por ello ratifico mis lealtades y me pronuncio.
Comenzamos este semestre con una celebración por el lanzamiento del nuevo logotipo, algo que me parece representativo del cambio administrativo y la necesidad de reformular una institución al amparo de un nuevo modelo educativo que no es un invento del Tec sino la búsqueda de nuevas rutas ante un sistema educativo que ya no opera. La fiesta, el logo, etc. son el banquete para los novios o la fiesta para la quinceañera, la crítica se queda en ese nivel. El mismo día de la presentación del famoso logo las redes sociales se llenaron de memes alusivos, críticas y descalificaciones, todo ello, en mi opinión, parte de una comunidad viva que se manifiesta. Mi pensamiento fue que el logo cumplía su cometido: había llamado la atención y desde el más puro ejercicio transmediático había puesto a la comunidad del Tec a crear con la creación. Sin embargo varios blogueros exatecs se manifestaron indignados del cambio de logotipo (no hay tal trueque, se trata de una cohabitación) de que se hubiera contratado a un despacho internacional y no se hubiera solicitado el talento de casa, en ese punto entiendo la desatención. Pero en días recientes se publica un reporte índigo muy poco informado.
Lo primero que mezclan para hacer la parodia es el logotipo con el instituto de la felicidad que se inauguró en noviembre de 2013. Como la psicología positiva me interesa, el día que dicho instituto se inauguró pedí a mi campus que me invitara, fui y reporté en esta revista. Lo primero que cabe aclarar es que el asunto de la "felicidad" no es invento del Tec, es parte de una corriente de la psicología desarrollada por Martín Seligman, quien fuera presidente de la American Psychology Association, bajo la idea de que si se estudia la patología, porqué no estudiar la salud emocional. Válido o no es un campo de estudio existente y no un invento tropical. Tal como dije, acudí al evento y esta fue mi crítica:
...debo confesar que la participación de Seligman me aterró, todo aquello que se eleva a sistema, me causa suspicacias, el atentado que suene a dogmatismo me pone la piel de gallina y a pesar de que mucho de lo que he leído de esta nueva corriente me provoca admiración, hubo un punto en que me sentí atrapada en el Mundo Feliz de Huxley: fue el instante en que el ex presidente de la American Pschyology Asosiation dijo que colaboraba con dos mandatarios: el Primer Ministro británico y el Presidente Obama; que el ejército Norteamericano estaba siendo tratado en esta nueva forma de terapia y que tenía acceso a todos los estados de Facebook y Twitter. Antes elaboró con su equipo un diccionario de todos los términos que denotan felicidad y se ha dado a la tarea de clasificar a partir de los estados y post la felicidad de los usuarios, con ello hizo listas de la felicidad por profesiones... ¿Seremos obligados a ser felices? El filósofo Pascal Brukner ya nos advertía de esto en su libro Felicidad perpetua: sobre la obligación de ser felices, creo que los aspectos más sublimes de los seres humanos se dan en libertad y de modo espontáneo, me gusta la psicología positiva pero temo que me obliguen y me auditen la sonrisa ...(http://www.etcetera.com.mx/articulo/historias_felices/22458/)
La publicación índigo dice que hubo descontento por el lanzamiento del Instituto de la felicidad, descontento que aparece fuera de tiempo pues, como he dicho, éste surge desde el año pasado. Luego afirman que "los más participativos fueron exalumnos del Estado de México, del DF. Pocos comentarios vienen de los maestros del campus Monterrey, la sede central del Sistema. Prefieren conservar la chamba...no aceptaron dar su nombre, mencionan un régimen de terror y cierta represión". A mí no me ha tocado tal represión, he criticado al sistema abiertamente y jamás he sentido una amenaza. Coincido en que hay mucha conversación en torno al "Nuevo Tec" y creo que eso es lo que sucede cada vez que hay cambios, ajustes, etc. Se alude a la falta de rigor y exigencia académica un problema que no es privativo de la institución sino al cambiante paradigma educativo, todos los que trabajamos en la docencia sabemos que el tema de discusión hoy es la exigencia ante los problemas que plantean los nuevos medios de comunicación. Después se dan a la tarea de cuestionar a directivos y ponderar a quienes se fueron; cuando la crítica se personaliza y se sostiene una loa a la nostalgia de quienes fueron, -los entrevistados llevan en su mayoría el prefijo ex-, mi reacción es sospechar.
No quiero entretener a los lectores de una revista de temas trascendentes con asuntos tan domésticos, he tomado el caso como ejemplo de una tendencia que en lo personal me tiene cansada, la falta de implicación que nos lleva por el camino de la descalificación y no por el de la crítica sensata. Todos los días escucho que el presidente tiene la culpa, el director, el jefe, el padre, el conductor, y hasta Dios que nos ha abandonado ¿el mundo se divide en dirigentes y dirigidos? ¿Dónde queda la autocrítica, la propuesta, la memoria? La moda de la descalificación es el lenguaje de lo políticamente correcto ¿te caen bien los políticos parecen preguntar en las charlas de sobremesa? Yo odió la política se afirma con suficiencia sin pensar en el desatino de que todos hacemos política, todos estamos adscritos a una institución; criticarla con justicia es nuestro deber, defenderla es también un valor aunque no sea popular porque es admitir antes que nada una forma de pertenencia; soy maestra del Tec, soy mexicana y por tanto estoy implicada.