Sube a la montaña no para plantar tu bandera, sino tan solo por abrazar el reto, disfrutar del aire y contemplar la vista. Sube para que puedas ver el mundo, no para que el mundo pueda verte.
Ve a París para estar en París, no para tacharlo de tu lista de pendientes y felicitarte por ser tan mundano.
Los gozos más dulces de la vida vienen solo con el reconocimiento de que no eres especial.1
David McCullough, Director de escuela
Pertenezco a una generación llamada (según sociólogos y especialistas) X. Para la generación de mis hijas y alumnos, cuando algo es X es un tanto insulso; como la caca de perico, diría mi abuelita, ni huele ni hiede. El apelativo y su descripción son, por demás, injustos, y todo porque estamos, como la letra que nos designa, crucificados entre hippies revolucionarios y geeks ciberfanáticos. Pero cantamos “Like a Virgin” con Madonna o “Forever Young” con Alphaville, tal vez por eso somos tan afectos al botox y a los encajes.
Mis padres, como buenos sesenteros, fueron liberales y muy poco les importaron mis calificaciones o si comía saludable. Sus redes sociales eran juergas que duraban hasta dos días completos; a mis hijas les apasiona el ejercicio, no son rebeldes, son excesivas (todo se vale y en grandes dosis), viven con un ojo en el ciberespacio; la virginidad y Madonna les resultan mitos de una religión antigua y... ¿calificaciones? Crecieron en un sistema donde reprobar es un término caduco y sus padres, al estilo de los padres del personaje Gaylord “Greg” Focker (de “Los Fockers: la familia de mi esposo”, de 2004), les construimos una egoteca donde guardamos su trofeo al quinto lugar en matemáticas, su foto de cuando actuaron de relleno en la pastorela de la secundaria o los monitores donde aprendimos a vigilarlos desde que dieron su primer respiro. ¡Querubines que deben avisar cuando salen y entran del antro, que en nuestros tiempos era una “inofensiva” discoteca!.
Pero eso sí, ni nuestros antepasados ni nuestros vástagos podían perderse como lo hacíamos nosotros, sin dejar rastro, la generación X no era vigilada por nadie, no había celulares ni chaperones; la generación X ha servido como los dos brazos de la letra que nos identifica para conectar a los hippies con los hipsters.
Actualmente, y gracias a la medicina moderna, podemos ver en una misma oficina a estas tres generaciones interactuando. Imaginemos que mientras un sexagenario calvo, de cola de caballo, canta “All we are saying is give peace a chance”; una cuarentona botoxeada canta “I want to be forever young” y una chica desfajada, enseñando las tiritas de sus calzones, canta junto con un joven conectado a su iPod “So what we get drunk, so what we smoke weed… Living young and wild and free”, mientras se toman una selfie.
Mi profesión es la de maestra, mi trabajo me hace necesario entender el mundo de los jóvenes de entre 18 y 24 años, y este semestr en particular entendí que el conocimiento cambió para siempre. Esta generación me ha representado un enigma, a ratos los alucino, a ratos los compadezco y otros más los envidio. Fue por ello que consumí grandes dosis de textos y estudios sobre estos pobres bichos que han sido más vigilados, estudiados y analizados que cualquier otra generación. Empecemos a la antigua, con definiciones para aclarar el panorama.
Generaciones activas
La palabra generación es hija del término genealogía (de los griegos genos –raza, nacimiento, descendencia– y logos –ciencia, estudio–). Es el seguimiento de la ascendencia y descendencia de una persona. Fue el sociólogo alemán Karl Mannheim quien fijó el concepto de generación como la agrupación de individuos que comparten un periodo histórico, a partir de hechos que marcaron su niñez y juventud y que determinarán su vida futura. Al hablar de generación designamos a personas que nacieron dentro de un lapso de 30 años. Como toda categoría, la idea de generación es una demarcación imprecisa. Nadie encaja en una “generación” como si fuera la pieza faltante del rompecabezas. Sin embargo, sus integrantes comparten características comunes.
Baby Boomers, personas nacidas durante la explosión demográfica posterior a la Segunda Guerra Mundial, entre 1946 y 1964, formados en la era de la televisión, prefieren la comunicación cara a cara o la comunicación telefónica, utilizan el correo electrónico regularmente, son optimistas y creen en el futuro. Presenciaron las movilizaciones en pro de los derechos civiles, la liberación femenina, las protestas contra la guerra de Vietnam, la llegada a la Luna y el asesinato de John F. Kennedy.
Generación X, nacida entre 1960 y 1980. El término lo popularizó Douglas Coupland en 1991 con su novela Generación X: Cuentos para una cultura acelerada. La “X” identifica a una generación ambigua. Los niños GenX no eran tan propensos a reunirse con la familia alrededor de la televisión, pertenecían a familias divorciadas o madres solteras, o progenitores con doble ingreso que se alternaban las responsabilidades del cuidado de los niños, podemos decir que su custodia quedaba a cargo de la TV, muchos se quedaban solos en casa después de la escuela y veían televisión sin supervisión. Crecieron con Plaza Sésamo, vivieron la explosión del Sida y la caída del muro de Berlín. Adoptaron fácilmente los teléfonos celulares y el correo electrónico. A diferencia de los Boomers, se enfrentaron a un mundo con fuerte desempleo y una gran competencia. A medida que la economía se recuperó, también lo hizo la tasa de natalidad, con lo que un segundo Baby Boom dio paso a la generación del milenio.
Generación Y, también conocida como la Generación del Milenio, la Generación Net, Generación i, con la, “i” que representa algunos tipos de tecnologías (iPod, Wii) y al hecho de que estas tecnologías son, en su mayoría, “individualizadas” en la forma en que se utilizan. Son también llamados Generación trofeo porque reciben premios tan solo por participar, buscan la retroalimentación y la gratificación constante, inmediata. Les es difícil mantener la atención en una sola cosa y por largos periodos. Tienen una limitada habilidad verbal. Nacidos entre 1980 y la década de 2000, su nacimiento se ve marcado por el advenimiento de Internet. Según la Fundación de la Familia Kaiser y el Pew Internet & American Life Project, los niños y los adolescentes pasan casi todas sus horas de vigilia utilizando medios de comunicación, redes sociales y mensajería instantánea. La iGeneration redefinió la comunicación, ya que para ellos un teléfono es su ventana al mundo, el aparato que aglutina todos los medios de comunicación. Son calificados como narcisistas, perezosos y mimados. Históricamente les tocó la Guerra del Golfo, la caída de grandes corporaciones, la era de los secuestros que supuso un cambio cultural a la falta de supervisión infantil de la generación anterior. Los padres se transformaron en sobreprotectores, llegando al extremo del fenómeno de padres helicóptero que hacen de la crianza de sus hijos un proyecto de vida. Padres, por otro lado, muy permisivos que inflan el ego de sus hijos y son indulgentes con su desempeño académico. Al tratar de reparar las altas exigencias de sus propios padres, los padres de los niños milenio los sobrealimentaron continuamente con elogios. El ámbito de juego,por motivos de seguridad, se redujo al espacio de la recámara, a una pantalla de entretenimiento interactivo: videojuegos Internet, redes, cámaras…
Cabe recordar que en 1920 el Dallas Morning News describió a la juventud de entonces como emocionalmente despreocupadas y sin sentido de la verguenza, el honor o el deber. En 1967, la revista Time publicó un artículo referente a los hippies (Baby Boomers), designándolos como amenaza pública y portadores de la decadencia cultural. El gran periodista Tom Wolfe llamó a la generación de1970, la década del Yo (agosto 23,1976 New York Magazine). El mayor peligro al hacer una revisión comparativa es caer presos de la nostalgia, así que, sin pretensiones de objetividad imposible, intentaré revisar con mesura todo cuanto leí sobre nuestros descendientes.
Selfie a profundidad
La Generación i es la más estudiada de toda la historia. Mil trabajos constatan sus patologías, talentos, ventajas y desventajas (lamentablemente estos estudios comprenden mayormente a la población estadounidense). El National Institutes of Health de Estados Unidos, por ejemplo, sostiene que los jóvenes de veinte años tienen tres veces más trastorno de narcisismo que la generación de 65 años; el filósofo José Antonio Marina afirma que “Las nuevas tecnologías fomentan y facilitan esta glorificación del yo” y alude a un porcentaje de narcisismo que ha aumentado un 58% desde 1982. Joel Stein escribió para Time “The Me Me Me Generation” (“La generación yo yo yo”, Mayo 2013, pieza central de la revista, su portada se ha vuelto célebre). Dice que los jóvenes Milenial no son inherentemente egoístas ni padecen de exceso de confianza, se adaptan rápidamente a un mundo acelerado, son optimistas, seguros de sí mismos y pragmáticos, dado que deben sobrevivir a un entorno más complicado que el de sus padres, donde el fantasma del desempleo crece desmesurado.
Ezra Klein, en The Washington Post, desmiente a Stein a partir de un estudio de Pew Research que muestra que este grupo se inclina más hacia la vida personal que hacia el desempeño profesional o altruista. Debido a su naturaleza egocéntrica muchos psicólogos los acusan de ser menos resilientes que las generaciones anteriores, propensos a la depresión, la ansiedad y la obsesiva búsqueda de satisfactores. Y cómo no, cuando las pantallas que los educan les señalan que solo los bellos, atletas, rockeros, actrices y ricos pueden acceder a la felicidad.
Rebecca Ryan, autora de Live First, Work Second (Viva primero, trabaje después), afirma que la Generación i prefiere trabajar en equipo, odia los conflictos, no son quejosos ni actúan como víctimas; son muy trabajadores y quieren tener un trabajo que represente un reto. Bruce Tulgan, fundador de Rainmaker Thinking y un experto en dicha generación, dice que son mimados y sobrealimentados, tienen un alto rendimiento pero requieren de un costoso mantenimiento y tienen una sobreautoestima.
La encuesta masiva de Pew Research Center’s Internet and American Life Project los define como la generación más optimista, pero los resultados son contradictorios, está más tecnológicamente conectada que sus progenitores pero es más desconfiada que ellos, a pesar de que pueden conocer y enamorarse de alguien a quien nunca han visto, mediante Internet. Son, más que nunca, hijos de padres solteros y tienen la peor actitud y opinión de este tipo de familias. Se casan tarde o pretenden no hacerlo nunca.
Un estudio de Stanford demostró que alabar el esfuerzo en los niños, y no el talento, conduce a una mayor motivación y una actitud más positiva hacia los retos. La reciente tendencia hacia la sobreprotección y sobrevaloración de los hijos es la responsable del obeso narcisismo contemporáneo, los jóvenes de hoy esperan recibir más por menos. La Universidad de Michigan observó a 13 mil 737 estudiantes universitarios y concluyó que, en comparación con los estudiantes de la década de 1970, su empatía es 40% más baja, hay una disminución del 48% en la preocupación por el otro y un 34% de disminución en la capacidad de tomar perspectiva con relación a un problema cualquiera. Los investigadores especulan que la creciente exposición a la violencia en contenidos mediáticos nos insensibiliza, también creen que el nuevo estilo paternal, permisivo y orientado a la competencia económica, tiene mucho que ver con esto.
Jean Twenge, profesora de psicología de la Universidad Estatal de San Diego, en su libro La generación Yo: ¿Por qué hoy los jóvenes estadounidenses tienen más confianza, son más asertivos, pero más miserables que nunca?, sostiene, tras 14 años de investigación a un grupo de 1.3 millones de jóvenes estadounidenses, que la generación actual habla el lenguaje del yo como su lengua nativa, el individualismo es lo primero, sus expectativas son muy optimistas: esperan que ir a la universidad les garantizará riqueza y fama. Sin embargo viven en un mundo en el que las admisiones a la universidad son cada vez más difíciles y hay pocos empleos.
La revista Personality and Social Psychology analizó a 9 millones de estudiantes de preparatoria y universitarios del primer año, y encontró que los de la Generación I son más materialistas, menos interesados en política, son inteligentes, talentosos y social y globalmente conectados, su pensamiento es rápido, son técnicamente hábiles. El estudio también insiste en que el nuevo estilo de los padres de resolverles todo y mantenerlos hasta muy avanzada edad no los ayuda a ser realistas.
El Laboratorio de Cognición Aplicada “George”, la Fundación Kaiser Family y el Pew Internet & American Life Project sugieren que están intoxicados de opciones y tecnología. Según Nielsen, el típico adolescente envía y recibe tres mil 339 textos al mes, lo que se traduce en más de 6 mensajes cada hora de vigilia, mientras que solo reciben 191 llamadas telefónicas durante ese mismo período.
Qué trabajo es trabajar
En 1992, el 80% de las personas menores de 23 años quería tener en el futuro un trabajo de grandes responsabilidades y mejores salarios, lo que solía lograrse, para algunos, con diez años, aproximadamente, de empeño y disciplina. Según el mismo estudio (Pew Internet & American Life Project), el 40% de los chicos i esperan recibir un ascenso cada dos años, independientemente de los resultados. Lo que me recuerda el comportamiento de muchos alumnos que pretenden pasar las materias asistiendo poco, leyendo menos y reclamando calificaciones como si se tratara de una puja. Al menos hasta donde yo recuerdo, en mi generación discutir la calificación era mal visto; claro está que tampoco estoy en favor del autoritarismo del que, en muchos casos, también fuimos víctimas.
En 2008 el programa de televisión estadounidense 60 Minutes cubrió la historia de la Generación i, su conclusión fue ésta: “Un nuevo tipo de trabajador estadounidense está a punto de atacar todo lo que era sagrado”. El programa los describe como cínicos, reacios al trabajo duro y con egos frágiles como consecuencia de su infancia llena de trofeos y la adulación que no los preparó para la realidad laboral.
Nos dicen los especialistas que un número importante de estos jóvenes recupera los valores de la era hippie. Se trata de un grupo selecto, en su mayoría universitarios de clase acomodada que optan por alejarse del consumismo y creen en la filosofía do-it-yourself (hazlo tú mismo), buscan consumir poco para dañar lo menos posible al planeta y conciben el éxito como una vida placentera, familiar y lejos de los reflectores. Buscan una conexión en su trabajo y en sus vidas no laborales. Pero la mayoría de los jóvenes no se encuentran en esta élite de idealistas, la gran mayoría se sienten atrapados, incapaces de encontrar trabajo. Cabe recordar que la idealización de la figura del hippie de los sesentas fue alimentada por los medios de comunicación, la gran masa no era necesariamente cercana al arquetipo enaltecido.
Mientras que para mi generación y las anteriores, el trabajo implicaba responsabilidad y disciplina, para la Generación i, debe ser placentero, lúdico y subordinado a otros valores como la familia, los amigos, el bienestar personal. Todo ello me parece una percepción favorable, sin embargo la demanda como empleador o, en mi caso, profesor, se vuelve complicada dado que estimular todo el tiempo trivializa la importancia de cualquier compromiso, se requiere de un gran sentido ético para comprender que el trabajo es un deber placentero y que la motivación es una responsabilidad compartida. Los nuevos empleadores han buscado atraer su compromiso convirtiendo las oficinas en parques recreativos o spas: Google les ofrece mesas de billar, un piano de media cola, una pared para escalar, una piscina y una cancha de voleibol de playa; eBay les proporciona a sus empleados salas de meditación y hasta cinco semanas de vacaciones el primer año; Microsoft, enSeattle, ofrece un lago privado, 25 cafeterías, cancha de futbol, beisbol y voleibol. Sin embargo, una estadística demuestra que el nivel de compromiso se ha incrementado apenas un 16% entre los Milenials, lo que sugiere que la diversión no es la respuesta final. La idea de compromiso es complicada, si bien lo lúdico y placentero es seductor, nuestro cerebro se interesa por aquello que, sin perder las condiciones aludidas, supone un reto, cierta forma de esfuerzo, no me gusta el término sacrificio por ser demasiado religioso, pero los seres humanos apreciamos más aquello que supone retos de largo aliento. ¿Qué pasa entonces cuando todo se vuelve inmediato? ¿No será que inmediatez y simplicidad tienden al menosprecio, la apatía y, por consiguiente, la depresión? Esta generación educada con videojuegos nos ha demostrado la importancia de la interacción, sin embargo la realidad no obedece esas reglas, no se puede apagar, suspender o buscar las claves en un foro, no todo supone la competencia ni el ascender en niveles, la vida no siempre tiene un para qué claro ni podemos reiniciarla.
Generación o degeneración
Fui una de las primeras personas de mi generación seducidas por Internet, me considero una inmigrante digital muy capaz, sin embargo creo que tras la borrachera, hoy son tiempos de ponderar, de aceptar que la sociedad del conocimiento cambió para siempre, aún no sabemos cómo ni qué, pero es mi generación, la X, quienes entablamos hoy una negociación con el pasado y con el futuro, no es la nostalgia la que debe orientarnos, pero sí los hechos concretos, todo cambio debe alegrarnos, acercarnos, humanizarnos... Ésos son, en mi óptica, los parámetros guía para educar y vivir. Mientras que leo en medios extranjeros la cautela, estudios y recelos, percibo que aquí en México seguimos instalados en la adoración de los nuevos medios, ir detrás siempre tiene una ventaja, aprendamos de los que llevan el liderazgo. Ponderemos, pues, usemos los medios y que no sean ellos quienes nos usen a nosotros.