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Regina Freyman

El lago de los patos

Sentado entre dos sauces miro a los patos del lago, imagino que los patos blancos del lado este no se juntan con los patos negros del otro lado, son como patos de barrio bajo muy agresivos y territoriales, sé que no está bien hacer del blanco y el negro estereotipos raciales, pero la imaginación se nutre de recuerdos, proyecciones y prejuicios, uno no puede ponerle censura al pensamiento, el soliloquio es más rápido y me descubro pensando incorrecciones o improperios, obscenidades fugaces o cursilerías repentinas. Dejé de imaginar la vida con ella, con Sulma, la verdad es que suspendí hace poco los sueños de futuro, me conformo con el presente como quien come la sopa del día de la fonda del parque.




Tuve un sueño vívido, los colores eran brillantes como en película de arte y el escenario presentaba figuras de santos de cuerpo entero representaban una especie de procesión, todos ellos de cutis reluciente, rosado con ojos de cristal, sus trajes eran suntuosos de terciopelo negro con plumas de cuervo brillantes y azuladas, en la parte trasera del atrio un chico barbudo miraba de reojo, l creí estatua hasta que vi sus ojos eran de un azul agua que duele, uno supone que esa claridad se hiere con la luz o que su espectral relucir desnuda al alma, llevaba corona de espinas, era claro que se trataba de Jesús, mi versión onírica por supuesto dado que era un joven pícaro que corría para esconderse y se reía pícaro cada que me asomaba a mirar sus ojos.

A Sulma la imagino desnuda como una mártir, como un Santiago alfiletero de flechas, no sé si es el dolor de la ilusión perdida o la venganza de un largo periodo de sequía. Me asombra mi blasfemia pues siendo un ateo reconocido, con muy poca instrucción mística no comprendo la recurrencia de pensamientos eclesiásticos y jesuses pícaros. A veces pienso que es la venganza de mi madre por mi impiedad que me afrenta desde la desolación de un paraíso que resultó un sitio aburrido y se divierte a mis costillas. Debo confesar que pienso que me protege y le hablo constante a pesar de que el censor tardío me regañe por mi ingenuidad.

Cumplo cincuenta la semana próxima y voy gozando de una vida sin complicaciones, Rosaura y las niñas reafirmarían mi presunto egoísmo si externara el deleite de pasar la tarde viendo patos negros y blancos, mirando los sauces hasta pesarlos espectros mientras el sol se zambulle lento entre las fauces de los cerros. Mi madre lo supo cuando comprendió que no volvería la tarde en que la internaron en la residencia, había perdido la razón pero ganado clarividencia y me dijo: ¿Esto es todo lo que hay verdad? No volví, en ese cuerpo no habitaba mi madre sino el espíritu del Cristo juguetón que se burla de mis miedos y reconoce mi egoísmo.

No sé si realmente es amor lo que siento por Sulma, en el fondo me es antipática. La conocí en el trabajo cuando Rosaura decidió que yo era insufrible. Sulma era, antes que nada, una cogida fácil, la dicharachera secretaria siempre dispuesta. No sé si ella me amó a mí, creo que tampoco, supongo que me volví un capricho, la afrenta femenina para probar, a sus 36, que era capaz de encontrar marido, pareja estable que la quisiera por sus talentos y no por sus preciosas nalgas bailarinas. A veces pensaba que debería volver con Sulma, a Rosaura y a las niñas les valía un pito, otras veces prefería pensarme solo, quedarme a mirar patos en el estanque y a soñar con santos y Cristos que se mofan de mis pecados.

Todo se decidió la tarde de viernes que inició la Semana Santa, Sulma se iba a Monterrey en camión para visitar a sus padres, el camión se volcó, Sulma falleció y mi destino se quedó varado entre patos y frente a un estanque.

Todos incluyendo a Rosaura me miran con conmiseración, nunca la había pasado mejor, me envían comida, me llaman para saludarme, sin entrometerse en mi mundo, claro está, dado que estoy de duelo, nadie me increpa sobre mis planes, o sobre mis ambiciones, voy del trabajo a la casa y paso las horas mirando a los patos del lago, intentando descubrir a qué bando pertenezco, a los patos violentos, a los blancos o soy tan solo un ave de paso, quizás un ave de rapiña célibe bendita por santa Sulma.

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