El cerebro es un laberinto, en el centro compiten Teseo y el Minotauro, recorren cada una de las cámaras y compartimientos, episodios de una historia que se desarrolla siguiendo un mismo hilo conductor que Ariadna, esa lectora que espera afuera, le ha dado a Teseo para que escape de su temor. Michael Shermer. The pattern behind self deception.
David Williams, en su libro The Trickster Brain: Neuroscience, Evolution, and Narrative, comienza por referir a la cultura Yoruba de África occidental y destaca que tiene un mito que cuenta sobre el embaucador Ajapa, famoso por sus dotes musicales con los que puede conjurar, manipular, crear y seducir; así dota de alegría necesaria al mundo. Como toda figura seductora, rompe tabúes y se burla de las pretensiones de la sociedad, así como de la estructura jerárquica en la que descansa.
Los embaucadores de la vida real son secretamente admirados, otras veces sagrados; se les puede mirar como profanos, pero todos comparten características de los seductores míticos, su persona misma parece estar hecha para desafiar el statu quo. Son figuras oscuras que surgen en los márgenes, en los cruces de fronteras, rebasan los umbrales donde las especies “respetables” no se atreven cruzar.
Son emisarios de otros reinos, del mundo subterráneo de nuestros impulsos y todos se parecen porque están hechos de la sustancia de que se forman los héroes, de la fusión de nuestros sueños y el valor infinito para cumplirlos; arriesgan la vida, anteponen sus deseos a los riesgos; su misión es abrir nuevas puertas, construir nuevas fronteras. Seres de gran cerebro, pero memoria limitada, su mayor truco de sobrevivencia fue el lenguaje, con él pudieron almacenar información en papel, piedra, computadoras, película, etcétera. Igualmente asombrosa fue la ampliación de sus sentidos fuera de los límites del cuerpo, ojos más potentes en grandes y diversas pantallas y telescopios, oídos sofisticados en radios y reproductores. Fabricantes de alas para volar, armas para matar y medicamentos para prolongar la vida.
Pero, ¿por qué es tan seductor este personaje? Lo es por ser la síntesis perfecta, la unión paradójica entre un cerebro primitivo, otro sensible y otro más que intenta controlarlos a ambos. Un contador de historias que desarrolló un pensamiento narrativo, una seductora forma de ordenar la información en parábolas y metáforas. Nuestra existencia se debate entre deseos, razones y sueños. Dentro de cada uno de nosotros vive un embaucador que busca ampliar los límites de la experiencia humana.
Mente plástica
Nuestro cerebro es un órgano en construcción, ha evolucionado acumulando procesos primitivos con otros más sofisticados, quizás sea por ello que vivimos en perpetuo conflicto que la fe religiosa, las drogas, la meditación, la psicología y una multitud de “tratamientos” intentan paliar. Nuestros cerebros no siempre nos hacen felices o nos dicen la verdad. A pesar de ser una especie más, o un hombre o mujer más en el mundo, nos gusta vernos a nosotros mismos en el centro del universo (efecto1 reflector), pensamos que nuestras historias son las únicas que importan.
El cerebro en sí nunca fue diseñado como una pieza terminada, como nada en los seres vivos lo es, todos nuestros órganos se van adaptando y cambiando de acuerdo a la necesidad de subsistencia. El cerebro ha ido sumandopartes o compartimientos en la medida en que el ser humano se ha sofisticado. Los nuevos sistemas se agregan en la parte superior de los evolutivamente más antiguos. Esto significa que el cerebro tiene que crecer en tamaño a medida que evoluciona; el cerebro está compuesto de neuronas que no han cambiado sustancialmente en su diseño desde los días de la medusa prehistórica, como consecuencia, las neuronas son lentas y tienen una gama muy limitada de señalización. Por lo tanto, la manera de construir el cómputo sofisticado del cerebro con estas partes subóptimas ha sido la creación de una enorme red, masivamente interconectada de 100 mil millones de neuronas y 500 billones de sinapsis.
Primero apareció el complejo reptiliano, que trata de las funciones corporales básicas, la parte antigua del cerebro, necesaria para la respiración, la regulación cardiaca, el deseo sexual, los impulsos y deseos de subsistencia como el de hambre, frío, etcétera. Luego el sistema límbico, que involucra procesos más sofisticados de percepción de emociones y sentimientos; por último, el neocórtex (el pensamiento superior) que permitió el apego emocional, donde aparecieron nuevos circuitos cognitivos que nos permiten clasificar, crear historias y aquello que los expertos han dado en llamar el simulador de experiencias, la parte frontal de nuestro cerebro nos permite imaginar y predecir, comprender a otros y recordar, es como una gran pantalla de cine que replica escenas en nuestra consciencia.
Hay dos hemisferios, lo que implica un sistema de copia de seguridad muy útil para la mayoría de los animales, en caso de que uno de los lados se dañe; pero para los animales de más alto nivel como nosotros, los diferentes hemisferios han evolucionado para hacer cosas distintas, lo que duplica nuestra capacidad intelectual, repartiendo las áreas en diferentes tareas. Además, el cerebro funciona en módulos (mencionados anteriormente), que se especializan y tienen diferentes objetivos dentro de un solo ser. Hoy sabemos que el cerebro procesa información a través de la creación de patrones, un proceso evolutivo que dotó a los animales superiores con una forma avanzada de pensar. El neurólogo Alonso Damasio y el biólogo Gerald Maurice Edelman (premio Nobel de medicina) dicen que el cerebro funciona a través del reconocimiento de patrones y metáforas, en oposición a la lógica. Los patrones parecen sobreponerse y combinarse formando esquemas más sofisticados.
Lenguaje, patrones e historias
La evolución de un lenguaje ofreció beneficios de supervivencia específicas debido a su naturaleza referencial que nos liga al mundo exterior y al mundo interior de nuestra experiencia vital, nos informa tanto de las sensaciones internas como externas de nuestro cuerpo, ideas como: “Hay comida cerca de la curva” o “Ella está enamorada de mí”.
Nuestras mentes interpretan historias antes de que seamos conscientes de haberlas procesado. El hecho de que historias similares se produzcan entre las culturas de todo el mundo (como el ADN) nos dice que pertenecemos a una misma especie. La idea de que hay elementos mitológicos universales y que todos los seres humanos compartimos una “unidad psíquica“ inició con la obra de Adolf Bastian (1826-1905), que originó el auge del estructuralismo y la psicología contemporánea, su teoría de Elementargedanke, inspiró en Carl Jung la teoría de los arquetipos.
Un arquetipo junguiano es una tendencia no aprendida de experimentar las cosas de una manera determinada. El arquetipo no tiene forma propia, sino que actúa como un “principio organizador “ (patrón) sobre las cosas que vemos o hacemos. La similitud entre nosotros y los demás es una condición previa para la interpretación, por ello la naturaleza humana sigue siendo en todas partes más o menos lo mismo. La narración agudiza nuestra cognición social, nos lleva a reconsiderar la experiencia humana y estimula nuestra creatividad en la forma en que resulta más natural para nosotros. Venimos preequipados para atender, relacionar, recelar y entender a otros seres humanos. Cada mito, cuento, leyenda o historia transmitida es la expresión de un misterio humano que busca una explicación plausible. Al viajar por el tiempo y el espacio, ese mito encuentra una forma narrativa.
El mitólogo Joseph Campbell mostró en El héroe de las mil máscaras, que todos los mitos son solo máscaras de los más profundos impulsos y deseos primarios universales de dar sentido y comprensión a nuestra existencia y al mundo en que habitamos, lo que implica una naturaleza humana universal. La importancia de patrones que subyacen como fundamento de nuestro pensar está presente en diferentes teóricos. El crítico literario Northrop Frye afirmó que “lo que la crítica literaria puede hacer es despertar en los estudiantes los sucesivos niveles de conocimiento de la mitología que se esconde detrás de la ideología en la que su sociedad les adoctrina”. Y Levi Strauss basa su teoría estructuralista en el análisis de la sociedad con atención a los patrones que guían nuestra interacción.
Las historias son artefactos de la mente y como tales deben ser capaces de decirnos algo acerca de nosotros mismos cuando se examinan en el contexto de la investigación científica sobre el cerebro. Las historias son un rico tesoro psicológico de cómo la mente humana establece límites, categorías, significado, propósito y cómo tratar un conflicto. Las historias actúan sobre nosotros a través de numerosas técnicas, como la connotación, la asociación, la imaginación, la metáfora, la trama, y la motivación del personaje (se basa en el conocimiento intuitivo que todos tenemos acerca de las interacciones personales, debido al hecho de que somos animales sociales que deben negociar constantemente nuestro camino a través de un mundo de relaciones complicadas). Como especie somos contradictorios, todos somos estafadores que viven estafándose a sí mismos.
No podemos vivir sin respuestas, sin completar patrones, sin atentar soluciones; somos contadores de historias, entes de ficción porque una respuesta incorrecta, un buen cuento, es mejor que no tener respuesta.
Las neuronas espejo nos permiten sentir de una manera empática. Somos empáticos con personas y también con personajes ficticios. Cuando leemos una historia y la entendemos, creamos una simulación mental integrando muestras experiencias. De acuerdo con el neuropsicólogo Justin Barret nuestras creencias implícitas o no-reflexivas, están por default trabajando constantemente detrás de la escenas en forma de memoria y experiencia. Cuando leemos literalmente sentimos lo que el protagonista está sintiendo, pero nuestro cerebro no pierde de vista que ha entrado a un mundo de ficción. Eso es lo que hace que las historias sean satisfactorias. Tratamos de meternos en problemas sin tener ningún riesgo. La meta es abrazar el conflicto y aprovecharlo en suspenso.
Tradicionalmente, las ciencias humanas se han basado en el paradigma de la construcción social, que afirma que los seres humanos son “producto del arbitrario condicionamiento social”. Teóricos como Michel Foucault, piensan que el cuerpo y la sexualidad son construcciones culturales más que fenómenos naturales, como si la selección sexual y la selección natural no fueran poderosas fuerzas biólogos que nos condicionan. Lo cierto es que cada vez más constatamos que somos una elaborada construcción de biología y cultura. El viejo debate naturaleza frente a crianza es realmente un dilema superado, puesto que sabemos que nuestro cerebro se ha convertido en lo que es a través de las influencias tanto de la genética, como de la cultura.
El lenguaje, como todo lo humano, surgió bajo las restricciones de la selección natural y sexual para que nos ayudara en la supervivencia. Todos los idiomas están en un estado constante de cambio, como ríos y corrientes que las rocas y accidentes del cauce cambian al igual que la evolución biológica y los cambios sociales, pero no hacia la perfección, no hacia un extremo fijo. Darwin creía que el lenguaje era en parte instintivo y parcialmente un arte que se aprende, y que tenía que ver sobre todo con la selección sexual. El lingüista Noam Chomsky, en contra de Darwin, afirma que el lenguaje humano es completamente diferente a los sistemas de comunicación de otros animales.
Todas las teorías que desafían a la de Chomsky tienen en común pensar que: el lenguaje tiene antecedentes en los mecanismos cerebrales antiguos que compartimos con otros animales.
La teoría del esquema, por ejemplo, es un modelo de desarrollo del lenguaje que presenta una alternativa. En ella se afirma que el cerebro evolucionó de un proceso de pensamiento pre-lenguaje que creaba historias (un proceso natural que compartimos con otros animales) a través de la necesidad de conectar la causa y el efecto, loque representa una condición necesaria para la supervivencia de todas las criaturas. En este caso, se podría pensar que un leopardo, para matar a un babuino, necesita armar una estrategia, es decir, asumir una historia para articular una estrategia, el desarrollo de un proceso innato del subconsciente para vincular las acciones en un relatonarrativo similar. No necesitamos palabras para pensar de forma narrativa.
Existe un vínculo importante entre el gesto, una forma de pre-lenguaje que incluye las expresiones faciales (un lenguaje universal), los sentimientos y el lenguaje. Es probable que a partir de esta mezcla de sentimientos y gestos que es el cerebro humano haya desarrollado el lenguaje y el habla, porque vemos la combinación de ideas que se fusionan con gestos faciales –que habrían podido conducir de un sentimiento que se traduce en gesto, al movimiento de la boca, la urgencia por ser expresados mediante sonidos–. En resumen, la necesidad o deseo de comunicar aquello que habita nuestra disertación interna. Vilayanur S. Ramachandran, neurólogo conocido por su trabajo en los campos de la neurología de la conducta y de la psicofísica, está convencido de que fue el desarrollo de las neuronas espejo lo que nos permitió convertirnos en seres humanos, crear una lengua y una cultura.
Cerebros narradores
El libro El error de Descartes del neurólogo Antonio Damasio, nos prueba que el error del filósofo fue pensar que la mente y el cuerpo no tienen nada que ver uno con el otro y el reciente descubrimiento de las neuronas espejo de Giacomo Rizolatti (cabe recordar que las neuronas son células nerviosas descubiertas a fines de 1800 por el neurólogo y escritor Santiago Ramón y Caja), muestra enfáticamente que el cuerpo y el cerebro están conectados de manera profunda y que estas neuronas nos ayudan a comprender a las otras personas y a intuir escenarios futuros, son partículas que gestan la capacidad de imaginar.
Damasio explica en su libro que los niveles fundamentales del edificio neural son los mismos que se encargan del procesamiento de las emociones, los sentimientos y las funciones necesarias para la supervivencia del organismo, y mantienen una relación directa y mutua con los órganos del cuerpo, lo que deriva en los más altos logros de la razón, la toma de decisiones, la creatividad y la conducta social. Emoción, sentimiento y regulación biológica son indispensables para la inteligencia y la supervivencia. “En busca de Spinoza” es otro ensayo del mismo autor, en el que nos explica que uno de los principales rasgos de la conducta humana civilizada es pensar en términos del futuro. Nuestro conocimiento acumulado y nuestra capacidad para comparar pasado y presente se abren a la posibilidad de “cuidar” el futuro, mediante la anticipación de forma simulada.
Los memes (elementos culturales) palabras, historias, imágenes, e ideas, como los genes, cambian con el tiempo. “Un meme (o mem) es, en las teorías sobre la difusión cultural, la unidad teórica de información cultural transmisible de un individuo a otro, o de una mente a otra, o de una generación a la siguiente. Es un neologismo acuñado por Richard Dawkins en El gen egoísta, por la semejanza fonética con «gene» y para señalar la similitud con «memoria» y «mímesis». Según Dawkins, poseemos dos tipos de procesadores informativos distintos: El genoma o sistema genético situado en los cromosomas de cada individuo y determinante del genotipo. Este ADN constituye la naturaleza biológica vital en general y humana en particular. Mediante la replicación, los genes se transmiten hereditariamente durante generaciones. El cerebro y el sistema nervioso permiten procesar la información cultural recibida por enseñanza, imitación (mímesis) o asimilación, divisible en idea, concepto, técnica, habilidad, costumbre, etcétera”.2
La tesis más importante de Dawkins es que los rasgos culturales, o memes, también se replican. Por analogía con la agrupación genética en los cromosomas, se considera que los memes también se agrupan en dimensiones culturales, incrementables con nuevas adquisiciones culturales. La gran diferencia es que, mientras los cromosomas son unidades naturales independientes de nuestras acciones, las dimensiones culturales son nuestras construcciones. Segmentos narrativos que son contagiosas.
La conciencia
Las personas construimos una historia a medida que respiramos, buscamos darle sentido a nuestros actos siempre en pos de un futuro perfecto. En este proceso, nos señala Román Gubern en su libro Metamorfosis de la lectura, resultaron fundamentales tanto la cooperación como la rivalidad, la gente requiere de empatía para aprender y comprenderse y al mismo tiempo, debe competir para defenderse y adaptarse al medio.
La conciencia es un proceso. “La reentrada es la señalización continua de una región del cerebro (o mapa, estructura) a otro y de regreso, a través de las fibras en paralelo masivo (axones) que se sabe que son omnipresentes en los cerebros superiores”. Esta idea de “reentrada” para los organismos biológicos fue desarrollada originalmente por Francisco J. Varela, biólogo y filósofo que utilizó el antiguo símbolo del Uróboros, la serpiente que se muerde la propia cola, para relacionar la necesidad de los sistemas vivos para desarrollar circuitos de retroalimentación que incorporan el medio ambiente y el funcionamiento interno del organismo, lo que conduce a que “el cerebro escriba su propia teoría, una célula que computa su propia computadora, el observador que se observa”.
Pero la conciencia no es una respuesta a la realidad, es más bien una opinión sobre ella. La vida se siente como continua, inmediata, pero la verdad es que siempre llegamos tarde, hay un desfase de medio segundo entre lo que percibimos y la forma en que nos hacemos conscientes sobre ello.
Eso que llamamos mente no es una parte sino un proceso, la cadena que engarza nuestra propia historia. Para Antonio Damasio, la mente es la suma de miles de procesos mentales a partir de los cuales emerge un testigo de nuestro existir, como la música de una orquesta que no es sino la suma de notas articuladas de todos los músicos que al tocar en concierto hacen que ella surja.
Memoria
Basta un estímulo para inflamar en la oscura memoria la constelación neuronal que reanima un recuerdo, un patrón memorable. Pero ese estímulo, esa caña de pescador que se lanza a las aguas quietas, debe tener la magia de revivir en presente las condiciones claves que se suscitaron en el pasado.
Frente a cualquier ficción narrativa, el cerebro se comporta del mismo modo que ante aquello que llamamos realidad, realiza millones de operaciones mentales, mide cada situación, evalúa, compara con los recuerdos preexistentes a fin de prever a cada instante lo que habrá de ocurrir a continuación. Podemos llamar a esta estrategia, narcisismo biológico, dado que a partir de convertirnos en el protagonista de toda historia, nos devuelve una predicción de los riesgos a los que nos enfrentamos, al tiempo que nos hace comprender al otro. Hemos desarrollado un sistema sofisticado y eficiente para la evaluación y recuperación de información sobre los demás.
Las neuronas imitan en una cuadrícula las formas que los sentidos ven, oyen, sienten, lo que el gusto prueba, lo que el tacto palpa; a esas formas Damasio las llama imágenes. Por esta capacidad cartográfica, por llamarla de algún modo, el cerebro replica literalmente lo que necesita del mundo, después traduce estas imágenes en significado. La creación de categorías comienza como un sistema de valor –una jerarquía de niveles–. El cerebro evolucionó valores con el fin de hacer predicciones y tomar la decisión más pertinente.
La memoria no es una cámara de vídeo ni una archivo, es creativa, hace de cada recuerdo una polifonía, un evento tornasol, un camaleón que se funde con el presente. Tenemos recuerdos privados y compartidos que nos unen a los seres queridos, aquéllos que se tocan a cuatro manos como algunas sonatas, o en grupo como sinfónicas. Gracias a la mirada de los medios de comunicación, millones de personas miramos lo mismo en sincronía. ¿Alterará eso nuestros recuerdos individuales? Jung hablaba de “una época” como una dolencia psíquica a gran escala.
Yo protagonista
Al principio solo existía un sistema de disposición, con él las criaturas primitivas toman decisiones que inician la acción, es un sistema simple y eficaz, pero el sistema de mapas es mucho más sofisticado y reciente, lo que permite una mejor precisión y un mayor poder predictivo. Cuando el sistema cartográfico o de patrones se desarrolló, el sistema de disposición no desapareció, los dos se unieron como una forma de ahorrar espacio. Damasio cree que el sistema de disposición codifica la cartografía, cuando se recupera un recuerdo, el sistema de disposición (como un programa de ordenador que encripta un archivo de gran tamaño y lo reduce para el almacenamiento o transmisión) contiene una fórmula para reconstituir el mapa. El mapa recarga las moléculas sensoriales como fueron originalmente emocionadas, recreando los sentidos, el contexto, el estado de ánimo y el ambiente del momento original y la fusión de éstos con lo que está pasando en el momento de recordar el recuerdo. La mente consciente está en el extremo final de la línea en términos de la sucesión de procesos, el “intérprete“ del cerebro “reconstruye los sucesos cerebrales y al hacerlo, lo hace sumando errores de percepción, de memoria y de juicio“. Los recuerdos son creaciones del “yo”. Ese “yo”, creado por el cerebro, el protagonista “yo”, no es ni aprendido ni enseñado, es universal a la experiencia humana.
La vida personal tiene que ser conectada conscientemente a la vez en una narrativa personal que cuenta la historia de nosotros como individuos y una narrativa del grupo social más amplio dentro de un contexto mítico ampliado. Conscientes de ser conscientes, percibimos nuestra estancia vital en términos temporales, con las consiguientes implicaciones de pasado, presente y futuro.
Al mismo tiempo tenemos una forma de estar presentes que reporta nuestra percepción in situ, lo que algunos psicólogos llaman memoria experiencial y una memoria biográfica, la memoria también actúa en cuanto a patrones mecánicos en los que ya no tenemos que hacernos totalmente conscientes, basta que nos subamos al coche para que el “patrón manejar” opere por sí mismo, sin recapitular en todos los pasos que involucra el proceso, a esto es a lo que llamamos memoria de trabajo.
La memoria experiencial vive solo en el presente, puede recordar el pasado pero como una experiencia que se invoca desde la sensación presente a la que el médico preguntaría: ¿Le duele aquí ahora que le toco? Para esta entidad cuenta la vivencia, vive en un continuo, por ello no hay una priorización de momentos, cada momento es presente. La mayoría de estos instantes se pierden para siempre y son, sin embargo, la experiencia finita que viviremos en esta tierra.
El yo que recuerda, yo biográfico (contador de historias), mantiene el hilo conductor de la trama de nuestras vidas. Al que el médico preguntaría: ¿Cómo se ha sentido últimamente? Para esta entidad lo que más cuenta es el final de la experiencia. Es éste el que toma decisiones sobre nuestra vida. Elegimos a partir del recuerdo de la experiencia. Pensamos en el futuro como recuerdos anticipados.
Ética
En toda la vida animal debe haber un sistema de valor –incluso para los organismos unicelulares– que nos mantendrá sanos y lejos de lo que puede hacernos daño. Los sentimientos de empatía y “amor“ se presentaron en diversas especies, han servido como la columna vertebral para el desarrollo de las emociones humanas que llevaron a una sensibilidad refinada que deriva en el comportamiento ético. En los animales sociales, como los primates con células de espejo y desarrollada atención hacia las intenciones de los demás, el comportamiento a menudo determina su rango social, para sobrevivir, uno requiere de una buena imagen, de aliados y amigos. Nuestra educación ética, sentimental y compasiva la adquirimos de los cuentos que nos cuenta nuestra madre, esas primeras narraciones que nos muestran comportamientos deseables como la honestidad o indeseables como la envidia. Varios filósofos (José Antonio Marinas entre ellos) afirmanque los sistemas legales son el resultado de cuentos o historias que nos hicieron percatarnos de la necesidad de un sistema que hiciera posible la equidad y la protección de los más débiles.
Se ha constatado que el concepto de equidad existe en muchas especies: los monos capuchinos, los chimpancés, los lobos, los coyotes y perros domésticos. Esta justicia social tiene una correlación con el orden y el orden con el estado o jerarquía, que a su vez deriva de las luchas por el apareamiento y las preferencias alimentarias, aspectos dominantes de la vida de los animales.
Tres regiones del cerebro parecen estar involucradas en el establecimiento del estatus jerárquico: la corteza cinglada anterior, un área que se involucra en el seguimiento de conflictos y la resolución de discrepancias, la corteza prefrontal media, que procesa los pensamientos acerca de otras personas, y el precuneus, una región recién descubierta que algunos científicos piensan que puede ser el asiento de la conciencia de uno mismo, la capacidad del cerebro para pensar en sí mismo.
Con un fin en mente
Somos seres trágicos, como dijera Miguel de Unamuno. Lo somos porque nuestros cerebros:
1) Pueden concebir un estado de perfección que no podemos alcanzar.
2) Porque pasan mucho tiempo comparando nuestra vida a la vida de los demás.
3) Piensan desesperadamente en permanecer vivos, sin embargo, somos seres finitos y lo sabemos.
La tarea de nuestra mente es la de imprimir este mundo temporal, la continua conversión del mundo visible y tangible a través de las vibraciones invisibles dentro de nosotros mismos, una tarea a veces apasionante, otras dolorosa. Mientras que todo ser viviente tiene un deseo innato y tenaz por vivir, para el gran cerebro del Homo sapiens la historia personal y la del grupo son, probablemente, la mayor obsesión, dado que tener sentido y unidad representa una fortaleza que hace posible la adaptación para la supervivencia. Esta noción de sentido y unidad estimula al individuo a querer seguir adelante incluso en las circunstancias más adversas. Así como los genes desean la inmortalidad a través de la reproducción, nuestras mentes encarnadas quieren alcanzar la inmortalidad a través de las historias que viven antes de que nuestros cuerpos se pudren y desaparezcan. Toda lápida inscrita en el cementerio es el argumento de nuestra propia historia.
Tener dominio sobre la tierra significa esencialmente contar historias que nos protejan, nos asocien, nos impulsen a crear y persistir. Como especie hemos ido a la guerra una y otra vez para asegurarnos de que nuestras historias, y no las de otros, sean las que sobrevivan. En cierto sentido, la historia es el equivalente cultural del gen, y para tener una historia (individual o de grupo) se lucha con entusiasmo para que ésta no sea olvidada. La historia es la encapsulación de toda identidad.
Scheherazada es el gran ejemplo de la embaucadora que tras estar amenazada de muerte termina en la posición de mayor prestigio del reino, gracias a su capacidad de seducir con historias, enamora al rey y vive más de mil y una noches. El reconocimiento y aceptación de nuestros conflictos internos, la capacidad de contar mejores historias para sobrevivir ha sido la gran herramienta de un cerebro que ha evolucionado de historia en historia.
Referencias:
Ackerman, Diane, An Alchemy of Mind: The Marvel and
Mystery of the Brain
Bloom, Paul, How Pleasure Works: Why We Like What We Like
Boyd, Brian, On the Origin of Stories: Evolution, Cognition,
and Fiction
Damasio, Antonio, Self Comes to Mind: Constructing the
Conscious Brain
Ibid. El error de Descartes
Ibid. En busca de Spinoza
Linden , David J. The accidental mind
Williams, David, The Trickster Brain: Neuroscience, Evolution,
and Narrative
Notas:
1 Se refiere a la tendencia de creer que la propia percepción de un objeto o evento es una perfección fidedigna y objetiva. Esto nos lleva a la creencia falsa de que nuestra percepción es verídica y por tanto los otros deber pensar lo mismo. (Gilbert & Gill, 1997; Piaget, 1929; L. Ross & Ward, 1996).
2 http://es.wikipedia.org/w/index.php?tittle=meme&oldid=72114953