El mal
- Regina Freyman
- 11 mar 2014
- 17 Min. de lectura
Hay en el hombre una fuerza misteriosa que la filosofía no quiere tener en cuenta: y sin embargo, sin esta tendencia primordial, permanecerían inexplicables multitud de acciones. Estas acciones sólo tiene atracción porque son malas, peligrosas, poseen el atractivo del abismo. Esta fuerza primitiva, irresistible es la perversidad natural, que hace que el hombre sea sin cesar a la vez, homicida y suicida, asesino y víctima.
Edgar Allan Poe
Una Mala palabra
¿Nos volvemos cada vez más malos? ¿Qué es ser malo? ¿Es el bien el antagonista del mal y la libertad su compañero necesario? ¿Tiene la maldad múltiples caras o sólo el rostro diabólico de la traición y la desobediencia con que la Iglesia la ha promocionado? Cuando somos niños llenos de energía, envueltos en la más pura libertad a la que puede aspirar un hombre, no a la libertad de conciencia, pero al menos sí a la libertad de prejuicios, el argumento que tienen los adultos para apaciguar esa energía es la de tildarnos de malos y vincular con ello castigos y fomentar el miedo ¿Es la obediencia el antídoto del miedo o justamente su caldo de cultivo? Estas y más preguntas sobre el tema me invitaron a recorrer en la historia y la literatura las visiones del mal, digamos que me sumergí en el abismo del Hades o el Infierno Dantesco para poder cercar una carencia, como nos diría la metafísica, o una potencia destructora, como se dibuja en el rostro de la violencia.
Como bomba atómica que concentra una detonación poderosa, la palabra Mal se desdobla y alcanza todos los confines de la definición: la más simple de ellas es la que nos dice que el mal, es saber lo correcto y aún así, hacer su contrario. Se trata de una disposición. Para Sócrates el mal no es voluntario, es un error cognoscitivo, una sinrazón. Séneca, por el contrario, considera a la malicia como moralmente negativa e imprudente porque bebe ella misma la mayor parte de su veneno.
La maledicencia es otro nombre de la difamación, y tiene que ver con emitir palabras perversas que requieren de otro dispuesto a oírlas, un voyerista que se regodea con la degradación ajena.
La filosofía y el mal
Tanto Aristóteles como Santo Tomás, piensan que el hombre apetece el bien de forma natural, y el mal es una carencia, la imperfección, es la privación de la rectitud debida. Kant propuso en La religión dentro de los límitesde la mera razón, una versión protestante de la teoría del pecado original, la que denominó teoría del mal radical. Es la incapacidad innata y esencial que el ser humano tiene de cumplir con el imperativo categórico de evitar su intrínseco egoísmo. Se trata de la fragilidad de la naturaleza humana. Para Hegel, lo característico es la ecuación: bien = universalidad, racionalidad; perversidad = singularidad: "Cuando deseo lo que es racional, estoy actuando no como individuo particular sino de acuerdo con el concepto de ética general”.
Maldad bíblica
Parece existir una maldad primaria, esa que integra las cosmovisiones de los pueblos primitivos. Según Voltaire cada religión a su modo, presupone un pecado original que contamina la raíz de la existencia. La alegoría de Adán y Eva afirma, está presente con sus respectivas variantes en todas las naciones. Nuestra fragilidad ante la muerte y ante nuestra naturaleza conflictiva nos conducen a explicar el origen del mal moral y físico de modos semejante. En la tradición cristiana el mal es una perfección soberbia, o mejor dicho una soberbia que se atreve a retar a su creador, el ángel caído, creado y degenerado a partir de su perfección original. Un ente que sólo puede destruir, una perversión superlativa que hace el mal por el mal mismo. Pero el mal presupone al bien, es guía y límite, la antítesis de todo bien.
La Mala conciencia
Del mal absoluto y aludido se deriva la carencia ligada con la culpa, la incapacidad crítica que para el cristiano se lava con el bautismo, la confesión, la oración y el arrepentimiento. Nietzsche en La genealogía de la moralnos dice que el mal es una enfermedad grave consecuencia de la presión social que roba la paz y suscita “ la enemistad, la crueldad, el placer de perseguir, de atacar, de transformar y destruir” es la moral del rebaño, que anula la consciencia crítica e inhibe la voluntad individual.
Existen dos modos de mala conciencia, una mala y una buena, como también una mala buena conciencia hipócrita: la primera mira al pasado y paraliza la voluntad, es la factura del hombre atormentado; la mala conciencia buena o constructiva se pregunta por sus actos, reflexiona, valora, repara y se perdona, si no hay reparación posible, al menos se hace consciente. La conciencia incurablemente mala o hipócrita finge, se presume culpable, arrepentida, pero ni repara, ni se inmuta. Está cercana al engaño y la mentira, se parece a lo que llamamos mala fe.
La Mala fe
Jean Paul Sartre esboza toda una teoría de la mala fe en El ser y la nada, considera que su extremo es huir de lo que no se puede huir, es decir, huir de uno mismo, de aquello que se es. Llama a la mala fe como conciencia inauténtica, consiste en negarse a uno mismo a través del autoenmascaramiento, su opuesto es la diáfana conciencia que se sostiene en los postulados de autonomía y libertad. La mala fe es para el filósofo una voluntaria inauténtica de existir, una actitud que se oculta su propia verdad de angustia y libertad. Seres que tiene miedo de sufrir y por eso se esconden, no reconocen que la oportunidad del Ser es asumir sus miedos. Esta inautenticidad niega la recomendación nietzscheana “Aprende a ser el que eres” instalándose en el autoengaño.
La violencia es otra forma de mala fe, la conciencia libre irrestrictamente se abre al mundo como posibilidad indefinida de dominio: El fin justifica los medios, que remite a un universo maniqueo: mis fines han de imponerse por cualquier medio pues deben prevalecer contra los de los otros.
La violencia es así un proyecto de la apropiación del mundo por destrucción. El objeto me pertenecerán en su deslizamiento del ser a la nada, siempre que esa nada sea yo Quien la imponga. Frente a la posición creadora del artista el violento crea también pero mediante pura destrucción; por eso su instancia arquetípica es la d el nihilismo, donde la destrucción se vuelve teología, y la del terrorista que ha roto todo vínculo de interlocución moral con la mayoría, utilizada como puro objeto de sufrimiento para imponerle su salvación. Es una negación de reconocimiento del otro y de mí mismo.

Oh poderosa Maldad
Según Hobbes todos los hombres tienen una recíproca voluntad de dañarse, por lo que si no quieren seguir en el estado natural de guerra de todos contra todos, debe entregar su maldad al monstruo supremo del Estado: el Leviatán.
Han existido dos enfoques básicos hacia la cuestión de la agresión humana dentro de nuestra cultura. Vamos a llamar a los defensores de las teorías de la agresión los halcones. Ellos creen que los seres humanos son violentos por naturaleza, que somos fundamentalmente depredadores, con una profunda antipatía hacia nuestra propia especie. Konrad Lorenz dice que "Hemos evolucionado para ser territoriales, la lucha contra los animales, la agresión surge en nuestros cuerpos como una forma de adaptación, una necesidad primaria , una fuerza implacable, una necesidad análoga al hambre.
Por otro lado están los que llamaremos las palomas, que creen que los seres humanos son sociales y amables por naturaleza. La agresión no sale desde el interior, sino que nos contamina desde el exterior. John Locke opinaba que los seres humanos están incompletos como individuos y requieren de una comunidad para ser plenamente. Rousseau creía que el estado natural era la armonía, y que cada ser humano siente " repugnancia innata al ver que sus semejantes sufren". La violencia en la historia de la humanidad ha sido generada por la privación, la corrupción y la interferencia con lo que nos es natural, la socialización y la cooperación. Los conductistas estadounidenses creen que la agresión surge en la experiencia humana como respuesta de la frustración. Halcones y palomas vuelan juntos. Casi parece que se requieren mutuamente. ¿Cómo se entiende y experimenta las raíces del mal y la crueldad , las pasiones más oscuras, son elementos cruciales en la formación del yo?
A través de los ojos del halcón, la agresión es la expresión inevitable de la ambición de poder y la dominación. Las relaciones se rompen cuando nuestra naturaleza más verdadera emerge. A través de los ojos de la paloma, la agresión es una respuesta a la frustración y la privación. La estabilidad social sólo puede alcanzarse mediante la cooperación, la redistribución de los recursos, y la igualdad. A nivel personal, la intimidad y el amor son considerados con optimismo, tan fácil de establecer y bastante factible de mantener. Las relaciones se rompen cuando se nos ha desviado de nuestra naturaleza más verdadera, cuando no hemos sido amantes o amado lo suficiente. La mayoría de nosotros oscilan entre estas dos perspectivas.
La trivialización del Mal y los peligros de la obediencia
Después de la Segunda Guerra Mundial las preguntas sobre la maldad resurgieron ¿Es todo el pueblo alemán culpable del Holocausto? Hannah Arendt es encomendada para asistir y cubrir periodísticamente el juicio en contra de Otto Adolf Eichmann Teniente Coronel nazi encargado de la organización del transportes del Holocausto, juzgado por 15 cargos criminales, incluidos crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad y los crímenes contra el pueblo judío. Arendt afirma que Eichmann parecía un ser normal, sano, su conducta no mostraba ni culpa, ni odio. Era un hombre fiel al sistema y murió pensando que cumplía con su deber. La cobertura del caso por parte de la politóloga fue polémico, a partir de él nos muestra que el mal puede ser una banalidad: "La cultura occidental Solía atribuir el mal al egoísmo y al Pecado, pero en nuestro Siglo, el mal ha demostrado estar al servicio de la banalidad, en convertir a los seres humanos en superfluos” (de la película Hannah Arendt: banalización del mal. Hannah Arendt amplió el texto encomendado por New Yorker y se convirtió en el libro Eichmann en Jerusalén.
Intrigado por la misma cuestión, si todo un pueblo o un grupo numeroso puede ser sistemáticamente malo, Stanley Milgram, de la Universidad de Yale buscó experimentar con la obediencia ciega o irreflexiva de las personas en un experimento que lleva su nombre “El experimento de Milgram” del cual da cuenta en el libro Obedience to authority. An experimental view (Obediencia a la autoridad. La perspectiva experimental).
Al igual que la banalidad de Arendt, los experimentos comenzaron motivados por el caso Eichmann con el propósito de probar si la obediencia hace de gente aparentemente buena, seres capaces de hacer el mal. Milgram pidió voluntarios para participar en un experimento sobre la memoria y el aprendizaje, a los participantes se les pagaba cuatro dólares por administrar shocks eléctricos a unos estudiantes con el fin de mejorar su memoria. Milgram se refiere a los roles de este modo: el experimentador (el investigador de la universidad), el "maestro" (el voluntario que leyó el anuncio en el periódico) y el "alumno" (un cómplice del experimentador que se hace pasar por participante en el experimento). El actor, en un cuarto contiguo al Experimentador fingía estar conectado a un aparato desde el cual se subministraban corrientes eléctricas; el supuesto dirigente o Maestro de la prueba pedía al Experimentador incrementar el voltaje a cada error de respuesta del Alumno, esto escalaba hasta grados superlativos y el Alumno gritaba y pedía misericordia, sin embargo la presión del Maestro hacía que el Experimentador subiera el volumen eléctrico a grados de electrocutar al Alumno.
Monté un simple experimento en la Universidad de Yale para probar cuánto dolor infligiría un ciudadano corriente a otra persona simplemente porque se lo pedían para un experimento científico. La férrea autoridad se impuso a los fuertes imperativos morales de los sujetos (participantes) de lastimar a otros y, con los gritos de las víctimas sonando en los oídos de los sujetos (participantes), la autoridad subyugaba con mayor frecuencia. La extrema buena voluntad de los adultos de aceptar casi cualquier requerimiento ordenado por la autoridad constituye el principal descubrimiento del estudio.
Stanley Milgram. The Perils of Obedience (Los peligros de la obediencia. 1974)
El 65% de los sujetos que participaron como "maestros" administraron el voltaje límite de 450 a sus "alumnos". Ningún participante paró en el nivel de 300 voltios, límite en el que el alumno dejaba de dar señales de vida. Otros psicólogos de todo el mundo llevaron a cabo variantes de la prueba con resultados similares,
Seis años después del experimento (durante la Guerra de Vietnam) uno de los participantes en el experimento envió una carta a Milgram explicándole por qué estaba agradecido de haber participado a pesar del estrés:
Fui un participante en 1964, y aunque creía que estaba lastimando a otra persona, no sabía en absoluto por qué lo estaba haciendo. Pocas personas se percatan cuándo actúan de acuerdo con sus propias creencias y cuándo están sometidos a la autoridad. [...] Permitir sentirme con el entendimiento de que me sujetaba a las demandas de la autoridad para hacer algo muy malo me habría asustado de mi mismo [...] Estoy completamente preparado para ir a la cárcel si no me es concedida la demanda de objetor de conciencia. De hecho, es la única vía que podría tomar para ser coherente con lo que creo. Mi única esperanza es que los miembros del jurado actúen igualmente de acuerdo con su conciencia [...]
El profesor Milgram elaboró dos teorías que explicaban sus resultados:
La primera es la teoría del conformismo, describe la relación entre un grupo de referencia y la persona individual. Un sujeto que ante una crisis no tiene la habilidad ni el conocimiento para tomar decisiones, lo que lo llevará a ceder la decisión al grupo y someterse a la jerarquía. El grupo es el modelo de comportamiento de la persona.
La segunda es la teoría de la cosificación (agentic state), la esencia de la obediencia consiste en que una persona se mira a sí misma como un instrumento que realiza los deseos de otra y por lo tanto no se considera responsable. Una vez que esta transformación de la percepción personal ocurre en el individuo, todas las características esenciales de la obediencia ocurren. Este es el fundamento del respeto militar a la autoridad.
Efecto diabólico
Los buenos estadounidenses quedan en entredicho a partir de la participación de Philip Zimbardo como parte de los abogados defensores de uno de los carceleros de la prisión de Abu Ghraib; nunca hubiéramos conocido acerca de las cosas horribles que eran capaces de idear si no fuera por el estudio que se relata en su libro El efecto Lucifer: El porqué de la maldad. Según el autor, el poder más grande para hacer que la gente aparentemente buena haga cosas malas, es el propio sistema, el complejo de fuerzas omnipotentes que dan contexto y establecen la situación, poderes sutiles de una serie de variables situacionales que pueden dominar la voluntad de un individuo e inhibir su capacidad de resistir. La comprensión completa de la dinámica del comportamiento humano requiere que reconozcamos la extensión y límites de poder personal, el poder de la situación, y el poder sistémico.
La desindividuación, la obediencia a la autoridad, la pasividad frente a las amenazas, la auto-justificación y la racionalización son formas de deshumanización que pueden transformar a las personas normales, en autores indiferentes o incluso sin sentido del mal. Es como una forma de ceguera que nubla nuestro pensamiento y fomenta la percepción de que las otras personas no son humanas, son enemigos merecedores de tormento, tortura y aniquilamiento.
En todas las investigaciones citadas por Zimbardo, siempre hubo algunas personas que se resistieron, que no cedieron a la tentación. Estos sujetos no eran personas inmunes al mal o buenas por naturaleza sino seres con mayor capacidad reflexiva, mayor comprensión, capaces de tácticas mentales y sociales de resistencia.
El pecado de Lucifer es lo que los pensadores de la Edad Media llamaban cupiditas que significa deseo, de modo irracional que, sin importar las consecuencias, impulsa al individuo a hacer el mal. La alegoría dantesca lleva a los pecadores dominados por estos deseos malsanos, al noveno círculo del infierno donde son poseídos por el espíritu del lobo insaciable (el deseo irrestricto), congelados o fundidos en un hielo de egocentrismo donde prisionero y guardia habitan paralizados.
Para Phillip Zimbardo, el efecto Lucifer es el procesos de transformación de las personas buenas o normales que hacen cosas malas en el trabajo. En ese sentido, el mal consiste en comportarse intencionalmente en formas que dañan, abusan, degradan o deshumanizan al otro, es el abuso de la propia autoridad, el poder sistémico para alentar o permitir que otros cometan injusticias.
La mayoría de nosotros nos escondemos detrás de los prejuicios egocéntricos que generan la ilusión de que somos especiales, un escudos protector egoístas que nos lleva a creer que somos superiores a la mayoría de nuestros semejantes. Tales prejuicios son más comunes en las sociedades que fomenten orientaciones individualistas, como las culturas euro-americanas, y en menor medida en las sociedades colectivistas orientales, como en Asia , África y el Medio Oriente. Las sociedades que privilegian la individualidad buscan respuestas a la maldad a partir de los conceptos de patología o heroísmo. La mayor parte de nuestras instituciones, incluido el derecho , la medicina y la religión atribuyen la maldad a la enfermedad y al pecado, ellos asumen que se encuentran dentro de la parte culpable, la persona enferma, y el pecador.
La idea de que un abismo infranqueable separa a la gente buena de la gente mala es una fuente de consuelo al menos por dos razones: se crea una lógica binaria en la que el mal se materializa, percibimos el mal como una entidad, una cualidad que es inherente a algunas personas y no a otras. La defensa de una dicotomía bien-mal también hace que las "buenas personas" se deslinden de responsabilidad. Una tesis de Zimbardo es que la mayoría de nosotros nos conocemos a partir de nuestra experiencia en situaciones que involucran reglas, leyes, políticas y presiones que nos limitan ¿Pero qué tan buenos o malos somos a partir de la absoluta libertad?
Las instituciones crean mecanismos que traducen en ideología, causas de los procedimientos de operación del mal. A medida que los intereses de diversos agentes del poder se unen, llegan a definir nuestra realidad de una manera que George Orwell profetizó en 1984. El complejo corporativo - religioso-militar es un megasistema que controla gran parte de los recursos y la calidad de vida de mucha gente y cuando el poder está casado con el miedo crónico se crean sistemas jerárquicos de dominación que se convierten en propaganda para forjar un programa de odio.
El proceso comienza con la creación de concepciones estereotipadas de los otros, que se perciben como el enemigo, por tanto al descalificarlos sistemáticamente los vamos deshumanizando, les robamos su valor, vemos al otro como demoníaco, como un monstruo abstracto, como una amenaza fundamental para nuestras creencias. La manipulación mediática de imágenes visuales dramáticas del enemigo en carteles, televisión, portadas de revistas películas, e Internet, son procesadas por el sistema límbico , el cerebro primitivo, que desata poderosas emociones de miedo y odio.
La ceguera moral
Cerca del Efecto Lucifer de Zimbardo está la visión del mal del filósofo polaco Zigmunt Bauman, y el filósofo lituano Leonidas Donskis. Su libro La ceguera del malparece sumar las formas de maldad observadas por Nietzsche, Arendt, Milgram, Zimbardo con algunos conceptos de la modernidad líquida de Bauman. Así el mal es hoy producto de la masa irreflexiva, de una banalización de lña cultura, de la obediencia ciega, del contagio sistémico, de la pérdida de intimidad y de la objetivación del otro. Una suspensión moral que posiciona al yo por encima de los otros, una forma de narcicismo que pareciera un regreso a la infancia primera, esa donde no se concibe más conciencia que la propia, un egocentrismo que cree que es el otro a penas un producto de su imaginación.
Bauman y Donskis nos dicen que son dos las manifestaciones de la nueva maldad: la insensibilidad ante el sufrimiento humano, y el deseo de colonizar la privacidad mediante la eliminación del secreto de una persona, aquello que no debería ser público. El uso global de biografías, intimidades, vidas y experiencias de los demás es un síntoma de la falta de sensibilidad y de sentido humano. La imaginación moral moderna construye un fenómeno que Bauman llama la geografía simbólica del mal. Esta es la convicción de que las posibilidades del mal no nos son inherentes de forma individual sino consecuencias de las sociedades, las comunidades políticas y los países. tal vez. Bauman se refiere al infierno que un ser humano, buen vecino y hombre de familia totalmente normal infringe al otro al negarle su individualidad, su derecho a la privacidad, su dignidad y otorgarle un lenguaje amable y sensible.
Para estos autores el mal no se limita a la guerra o las ideologías totalitarias, es una forma de alejamiento de una mirada ética, una visión silenciosa que permite que los atropellos sigan su curso. Indiferencia ante la muerte de un desconocido, estar de acuerdo con un Estado que se presta o se entrega por completo a estos males, un estado que piensa en las personas como unidades estadísticas. Aceptar silenciosamente un país donde el poder económico y político es mucho más importante que el valor de uno de sus habitantes, incluso si habla en nombre de la humanidad. Esta es la ceguera moral, una ceguera auto-elegida, autoimpuesta o una actitud fatalista de aceptación en una época en que lo que más valora es la rapidez, la seguridad y el sentimentalismo.
Bauman y Leonidas nos dicen que dada la postura estrictamente monoteísta del “proyecto de la modernidad" heredado del control y el dominio de la iglesia, los símbolos religiosos se han sustituido por nuevos símbolos profanos, entidades con nombres diferentes para las antiguas deidades sagradas, cada status quo sucesivo parece poseer sus propias fuentes específicas del mal y cada una se enfoca en desviar o anular las fuentes conocidas, dando a luz a un nuevo objeto que asegure mejor en contra de los males del pasado, pero sin protección contra los efluvios tóxicos de las fuentes hasta ahora subestimadas o desatendidas por juzgarlas insignificantes. Coerción y seducción son los dos jinetes del apocalipsis que se han salido del vaticinio elocuente de 1984 de George Orwell, y Un mundo felizde Aldous Huxley. La visión de Huxley, pronosticó la inminente llegada de la sociedad de consumo; su principal tema es la servidumbre de los seres humanos privados de poder, pero se trata de una "servidumbre voluntaria.
En términos generales estas distopías muestran:
Control total del Estado sobre la vida pública y privada de sus ciudadanos.
Represión, no sólo de los disidentes, sino de los que pueden llegar a serlo.
Destrucción de la intimidad para aumentar la vigilancia y el control.
Anulación de la personalidad y la individualidad, o sobre potenciación de las mismas.
El símbolo de lo diabólico en la política asume una serie de interpretaciones, algunas de las cuales son sorprendentemente cercanas a lo que tomamos como rasgos importantes de la modernidad. Por ejemplo, la abolición total de la vida privada que conduce a la manipulación de los secretos y abusos de la intimidad de las personas, la sociedad de consumidores son confiscados rutinariamente por el mercado, tornándose en una "sociedad confesional '
Versión actualizada del Cogito cartesiano "Me ven, luego existo ". “Entre más personas me vean, más existo”.
Esta nueva forma de maldad, como diría Anatole France es el "fanatismo sereno 'de los' pequeños hombres”. Personas que se vuelven incapaces de cualquier crítica o cuestionamiento de sí mismos o del mundo. Al perder los poderes de la individualidad y de la libre asociación, pierden su sensibilidad moral y derechos políticos básicos. En última instancia se pierde la capacidad de compasión por otro ser humano. La maldad moderna se presenta en las formas más destructivas: priva a los seres humanos del sentido de su lugar, de su hogar, de su memoria y de su sentido de pertenencia.
El hombre de hoy se exhibe voluntario en sus redes sociales, consume para existir y hace de su vida un espectáculo que deba ser reproducido en videos y fotografías porque si no soy público entonces no existo.
La maldad y el feísmo
La última forma del mal que exploraré es la citada por el escritor Vicente Verdú en un artículo para el diario El País donde señala que nuestra cultura ha desvinculado la fórmula platónica de: bello, bueno y verdadero en una cultura que privilegia lo feo, lo caótico, la falta de armonía, lo grotesco e hiperbólico. Cito al autor porque no hay mejor forma de cifrarlo que la suya:
Su emergencia mantiene una estrecha relación con el ascenso larvado o explícito del mal. La benéfica idea del cielo y sus posibles correspondencias en la tierra -ya sea la utopía política y sus ideales de justicia e igualdad- se sustituyen por el predominio de los infiernos materiales y humanos: las megaciudades, desde México a Yakarta, cuajadas de caos, tóxicos y desamparados, pero, además, el desorden financiero internacional que mata, el asesinato a manos de niños con 14 años que acribillan a sus compañeros de escuela, el terrorismo que degüella regularmente en los poblados de Argelia, las políticas de castigo del Fondo Monetario Internacional sobre países asiáticos o latinoamericanos que infringen las leyes... van desgranando día a día una crónica del sadismo y la crueldad. La mayor parte del mundo se encuentra hoy padeciendo una condena de embargos, restricciones presupuestarias, despidos masivos, recortes a la educación o la sanidad, mientras, al mismo tiempo, se implanta el moderno patrón del progreso fin de siglo. La prosperidad ha encontrado su modelo en la nueva hipérbole del infierno y la maldad. Un infierno ético y estético también, porque el infierno de verdad no es sólo una figuración ética y religiosa, sino, a la vez, una composición estética donde lo feo, el terror de lo informe, la vulgaridad y la atrocidad, son inexcusables para su escenografía completa. Lo deforme, lo excedente, la sobredosis, la perversión moral y formal, se asocian a la totalidad, donde la mixtura ha logrado el triunfo del magma sobre la bendita "aldea global" y el del mal y la fealdad como seña de lo que es nuevo.
La maldad como nos dice Poe en el epígrafe que antecede este recorrido, nos habita pero recuperando a Verdú debemos perseguir una suerte de equilibrio, una forma de armonía que no degrade en lo feo; la consciencia de que la obediencia no nos hace inocentes, la razón para ser consientes y dueños de nuestras propias maldades, la recuperación de la intimidad porque la exhibición absoluta entre pantallas se torna ya obscena y sobre todo la sensibilidad de recordar que el otro existe y que sin él nosotros también nos volvemos nada. La maldad o la bondad son polos que nos constituyen pero cuando nuestros actos nos anulan, simplemente, no hay para nosotros como concluyera Gabriel García Márquez su célebre novela, una segunda oportunidad sobre la tierra.
Referencias:
Bauman, Zigmunt and Leonidas Donskis. Moral Blindness. Polity Press: Cambridge. 2013
Milgram, Stanley, “The perils of obedience”, Harper's, 247:1483 (1973:Dec.) p.62
Mora, Ferreter J. Diccionario de Filosófia. Ariel: Barcelona. 2001
Verdú, Vicente. “La energía del mal, el poder de lo feo” El País. http://elpais.com/diario/1997/12/04/sociedad/881190005_850215.html. JUEVES, 4 de diciembre de 1997
Virgil Rubio, Jorge. Diccionario razonado de vicios, pecados y enfermedades morales. Alianza: barcelona. 1999
Zimbardo, Philip. The Lucifer Effect : Understanding How Good People Turn Evil. Random House: New York. 2008
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