Hace tiempo que no pienso en el futuro, pensó Elisa esa mañana. Su nombre acusaba la devoción de su madre por el personaje de Mi bella dama o de Pigmalión, ambas son lo mismo una la película y otra, la obra de teatro. En cualquier caso el tema es el mismo, la cenicienta pobre y sucia que asciende a convertirse en bella, pulcra y educada. Elisa defraudaba a la madre, no era la gran dama, ni la gran profesionista, ni fue la gran esposa, tampoco era la mejor de las madres. Se arriesgó a defraudar a la madre y hoy se siente feliz. Por supuesto que intentó calzarse el sombrero del éxito en los campos antes mencionados, algo logró, sin embargo, decidió,cuando concluyó la carrera, cuando se acabó la pasión matrimonial y las hijas crecieron, irse por la libre. Organizó la quema de calendarios, tiro las agendas por la ventana y se dedicó a vivir sin planes.
Es innegable que todo vuelve así que se enamoró de nuevo, volvió a otear calendarios de reojo y se preocupó de nuevo por el reloj. Dejo de estar presente y comenzó a perderlo todo, la bolsa, una sombrilla, los lentes oscuros y la sonrisa. Seguía teniendo alegrías pero se preocupó de nuevo por el desenlace, quería leer las hojas finales de la novela de Elisa para saber si había conquistado el final feliz. Se consolaba pensando que en todas las tramas, las de verdad el protagonista muere, pero eso nunca es suficiente, se anhela saber si el balance saldrá a favor. Todo esto la angustiaba y como era costumbre miraría para dejar de pensar la película que le dio nombre. Cayó en cuenta de que jamás leyó la obra así que al día siguiente tarareando la melodía de en tu calle estoy y no sé por qué llegó hasta la librería. Le gustaba sentirse la otra Eliza, la de ficción que escribe su nombre con Z, la que tenía el rostro a cuadro de Audrey Hepburn, y el talante rebelde que seguro heredaría desde la obra de teatro de George Bernard Shaw.
El final de la película la enojaba un poco, sumisa, Eliza volvía con el desdeñoso profesor Higgins cuya última línea era mandar a Eliza por sus pantuflas (claro que la madre le aclaraba que Higgins era de ese tipo de hombres que confunden amor con debilidad y no expresaba la gran pasión que sentía por la humilde vendedora de flores).
A Elisa no le cuadra que escenas antes Eliza cantara algo que traducido del inglés sería "Puedo arreglármelas de maravilla sin Higgins". Claro que Elisa sabe que puede arreglárselas sin hombre, pero siendo honestas le gusta aquello de estar enamorada ¿condicionamiento o capricho? Se inclina a pensar que el romance es adictivo y la compañía indispensable. Se puede sobrevivir de mil modos pero eso no es vivir, es preferible amar a un cara dura que en vez de decir te amo canta "Me he acostumbrado a tu rostro" que pasar noches de frío, supone para justificar el final.
De cualquier modo leyó a George Bernard Shaw, se sorprendió al descubrir que el final era distinto:
Liza se hace independiente, abandona a Higgins, se casa con su dócil y eterno enamorado Freddy y abre su propia florería, vive una vida más o menos feliz. Recordó que de adolescente vio una adaptación cinematográfica con Michael Kaine que se llamaba Educando a Rita. Rita era una mujer divorciada y pobre, su profesor era Kane, el amor crecía entre ambos pero el profesor era alcohólico, así que la mujer se titula, aprende lo que debe y se va. El final es más cercano a los deseos de Shaw.
Así que los posibles finales de Eliza son:
1.) Soportar la frialdad de Higgins, quedarse con él, al fin se ha acostumbrado a su rostro. Un final muy tradicionalista.
2.) Casarse con el pusilánime y rogón de Freddy. Un final utilitario.
3.) Ser empresaria y autosuficiente. Un final de autoayuda.
Elisa descubrió que mientras buscaba el final adecuado para Eliza se olvidó de buscar el propio y fue de nuevo feliz, me contó ayer en una carta que sigue enamorada, que no ha recobrado relojes ni agendas porque su mejor papel es el de amante del presente pero que desde entonces se ha vuelto investigadora de finales posibles para personajes de ficción porque esos son inmortales y siempre re aparecen en manuscritos perdidos, secuelas o pre cuelas y hasta per versiones. En cualquier caso dejará que el autor la sorprenda.