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Épico

  • Regina Freyman
  • 30 ago 2013
  • 3 Min. de lectura

El héroe debe preferir lo fundado, organizar lo que ha de funcionar con él o sin él,

y también ha de negar el peso

inerte de la organización cuando amenaza a la fuerza

propia desde donde brota la posibilidad de dar forma.

Fernando Savater

Corre desde temprano, en su particular aventura. Hay que salir de casa a tiempo y embestir al día, desafiar la mala cara de los transeúntes con una sonrisa magna. Tolerar la descortesía, hacer que se trae puesta la capa de inmunidad que convierte en pétalos de rosa la grosería.

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Hay que hacer de cuenta que se posee un reino entero, aunque el gasto se resiste al estirón mágico de dos pesos al día. No presumir que le deben vasallos pleitesía y que la más mínima dádiva es tributo merecido. Ser el más gallardo es una imagen que le devuelve el pensamiento, pues heredero de vampiros de abolengo su faz no se vierte en los espejos. El caballero andante ama pura y virtuosamente a la dama en turno, esta vez la definitiva, no hace caso de ofensas ni tiranías pues hace de cuenta que son pruebas a su soberanía.

Se figura que la mujer es sensible aunque pellizque a la criatura, que lo hace en su provecho para sacar color de su tierna villanía; esbelta y delicada aunque se coma pierna, muslo y rabadilla. La reina, se figura nuestro protagonista, da lo mismo que recibe, incapaz de cometer exceso, de manipular o sacar provecho, aunque el Marques vecino le vea los pechos.

En esta su comarca la virtud es moneda de cambio, aunque a su coche ya le tronaron los faros y está manco de los espejos. Es el trámite una estancia sin agonía, porque fortifica el espíritu y restablece el orden que una vez fuera soberana porquería, el transporte público, supone carreta digna de un gran Duque, los choferes lo deslizan con gallardía.

En la oficina la colaboración noble ocasiona el robo del lugar de estacionamiento, como norma y misión se lucen los caballeros aplastando a los otros en una gesta perfecta, todo ello no es más que el camino de las pruebas que robustece el alma y agudiza los sentidos.

Cansado de tanta cortesía llega a casa con la princesa que ha recorrido igual travesía, hacen el amor mientras ella descubre una peligros grieta en el techo ¡que haría el Señor sin su ingenio y detección! Es su amor eterno de más de 100 años garantía, siempre que se respete el baño o se tape bien la mayonesa, de vez en vez hay caprichos que cumplir en otro Palacio, ese que está hecho de Hierro y la presencia adornada de singularidades en dos peculiares cuñadas.

Tras otro heroico día, el hombre se refunde en mazmorra oscura donde oculta el secreto que que pinta de épica la próxima quincena. Cierra con esmero el calabozo, saca de su estuche nacarado una pipa color dorado, con esmero la limpia, reluce como el sol, con la pericia de cirujano introduce entre su vientre de oro el polvo que índice y pulgar vierten haciendo, cuidadoso, un remolino. Aspira y recuerda las líneas del viejo Vizconde: mi padre era pirata y mi abuelo ermitaño, sé las magnas virtudes de todas las hierbas, todas ellas guardan sus virtudes contra la enfermedad, unos se frotan orégano y malva, o infusiones con berro y borrajas, el que a las hierbas se acoge no pillará nunca la lepra.

Lentamente retiene su aliento, expira, esta listo para soportar de nuevo.

 
 
 

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