A la carta
- Regina Freyman
- 24 may 2013
- 3 Min. de lectura
¿Cuando dejas de entender, es por qué pasó tu tiempo? Algo así se preguntaba Aurora de camino a casa después de la despedida de soltera de la mejor amiga de sus hijas. Entre juegos alusivos al sexo, ilusiones amorosa, comida y serpentinas, se colaron grandes temas. La obsesión por el amor de película, la felicidad perfecta envuelta en bonanza económica, viajes y casas de ensueño. Lo que más inquietó a Aurora es la noción de que la vida se puede elegir a la carta como quien en una barra de ensaladas elige ingrediente por ingrediente hasta integrar la combinación perfecta. Aurora recuerda al conferencista que alegaba que al escoger hoy en día entre una variedad inmensa, por un segundo se piensa que se ha optado por el ideal, pero la excesiva oferta se siembra en angustia de quien supone que, tal vez, quizás, había una mejor alternativa.
Lo primero fue el juego de preguntas indiscretas, todas las chicas confesaron su larga lista de amantes y Aurora que siempre tuvo fama de liberada, consejera sexual experta, quedó como timorata al aceptar que las niñas la aventajaban en cantidades industriales, incluso rieron a mares cuando quiso justificar que ella sólo ha tenido relaciones por amor. ¿Entonces no conoces el sexo casual? ¡Ay mamá eres hipernerd!
El grupo se dividía en dos tipos básicamente, las que habían optado por el matrimonio abandonando la vida profesional, mujeres de familia y las profesionistas autosuficientes. Las primeras sentían la frustración de depender de sus maridos: Laura, Rocío y la Chachi, hartas de la clase de Ballet o Karate de los niños buscaban al ex novio en redes sociales, pataditas bajo la mesa en reuniones de vecinos, en busca de emociones perdidas. La más protegida, Rita, esposa de un político afamado, busca citas clandestinas en el baño del gimnasio y nada menos que con el entrenador con quien sólo habla de crunches, spinning o dietas. No tiene otra alternativa porque como nena protegida dos guaruras le cuidan la espalda y las pompas de acero, por supuesto. Carmen, Consuelo y Carla, las tres cabronas, así se autonombran, ganan lo que quieren, viajan donde quieren y cogen con quien quieren, pero sueñan con el guarura, la clase de Ballet y el vestidito blanco. Carla y Chelo ya congelaron sus óvulos porque pueden quedar sin vestidito blanco pero no se irán de la barra de ensaladas sin su niño envuelto. La experiencia de ser madres es imprescindible. Carmen ha ido más lejos, pidió a su amante, un británico elegante guapo y bien casado, que le permita tener hijos sin compromiso, es un arreglo de genes. Guardados en Médica Sur tiene 4 embriones (Paula, Jorge, Vanesa y el último es comodín, los ha nombrado porque el médico asegura que no habrá desperdicio). Cada que pasa por el sur de la ciudad una lagrimita escurre porque no ha encontrado el momento propicio para sentarse a empollar.

¿Por qué mejor no adoptan? ¿Por qué han de tenerlo todo? ¿No será que por querer vivir tantas vidas en una no se viva ninguna bien? ¿Por qué quitarle a los hijos el derecho de tener un padre? ¿Tanto vale la casa, el coche y los cursos de Ballet para quedarse en una casa vacía? ¡Ay mamá! no entiendes nada. Todas rieron de las preguntas como quien disimula el absurdo.
Aurora llega a casa, vive sola tras la muerte de Ramón, se desmaquilla y prende la computadora, un mensaje de la red de citas le dice que José se interesó por su perfil y quiere conocerla, el test determinó que son compatibles, dos aventureros en busca de sorpresas. Aurora da un brinco a la cama y se dispone a soñar con sexo casual, citas a ciegas, mientras somete al corazón a la calma aparente, toma el teléfono y avisa que llegó a casa con bien y tomará las medicinas de la presión.
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