Navidad de mis recuerdos
- Regina Freyman
- 18 dic 2012
- 6 Min. de lectura
Quisiera al mundo darle hogar
y llenarlo de amor
Sembrar mil flores de color
y de felicidad
Quisiera al mundo darle hogar
y llenarlo de luz
En año nuevo darle paz en esta navidad.
Coca cola
Supongo que con cada segundo de vida que acumula el corazón, se hace más fuerte el deseo y la necesidad de recordar. Se acerca un fin de año más, la familia se reúne y nuestro ser recupera el entusiasmo, la añoranza, el anhelo de revivir y representar las vivencias que han sido escenario de estos festejos. En mi caso, el afecto por este tiempo lo sembró mi madre, supongo que es lo común, en gran medida somos las madres educadoras emocionales que contagiamos de significado a rituales y tiempos compartidos. Es posible que más allá de su connotación religiosa, la época navideña encienda, como se enciende una chimenea, una clase de amor muy singular, dirían los filósofos que se trata de un amor cercano a la caridad, amor de dulzura que da más y pide poco, una época de benevolencia en que los padres desean transmitir a sus hijos ese afecto incondicional que se disfraza de ilusión y que hace capaz que las carestías se aminoren para llenar un árbol de juguetes o poner más lugares en la mesa y ser hospitalarios.
Nací en la Ciudad de México, ella aloja mi infancia, transitar por sus calles es encontrar recuerdos caminando por ahí, sembrados en las aceras, o revoloteando por los parques. En estas fechas tuve que ir cerca de Liverpool de insurgentes a resolver un trámite, para hacer de un trámite un festejo digno de la época, invité a mis hijas a desayunar pues las llevaría a recordar la navidad de mi infancia, hoy entienden un poco mejor de la nostalgia pues ya dejaron de ser niñas.
Quise comenzar por el Árbol de Liverpool de insurgentes, donde me fotografiara mi madre muchas veces, mi sorpresa fue que desde 2009 no existe más (excuso un poco mi desconocimiento porque hace más de diez años que no vivo ahí). Desayunamos en el restaurante de la tienda y conté a mis hijas que era un árbol espectacular, era el ícono que durante 48 años indicaba a los citadinos que Navidad estaba por venir. Les conté que no existían los pinos naturales y de postal que hay hoy, que en mi casa íbamos al mercado de Coyoacán a comprar dos árboles raquíticos y mal cortados, los juntábamos y teníamos un árbol más o menos decente. Cerca de nuestra casa en Coyoacán había una fábrica de esferas, con ilusión acompañaba a mi mamá a comprar esferas rojas y plateadas, con cara de Santa Claus o con forma de niño Jesús. En el mismo mercado se compraba la piñata, la fruta y la colación, el heno y demás accesorios para los Peregrinos y la posada de rigor.

Una mesara simpática nos sirvió café y aproveché para preguntar por el destino de mi árbol. Nos contó que las obras de construcción de la línea 12 del Metro y la expansión de la tienda lo eliminaron y que tampoco está ya la plaza en la que había una fuente, un asta bandera, bancas y el también tradicional reloj musical del que cada media hora salía un desfile de muñecos. El centro de todo era precisamente el Árbol de Liverpool. Fue instalado por primera vez en 1961, apenas estrenada la tienda. Hacia fines de noviembre o principios de diciembre el árbol era encendido, siempre ofrecía una novedad en su adorno. Conté a mis hijas que su abuela siempre perdía las llaves del coche el 24 de diciembre en vísperas de la cena, íbamos a Insurgentes a comprar todos los regalos y en alguna tienda, en el mostrador las olvidaba, por las prisa, múltiples paquetes y el nerviosismo de pedirnos a mis hermanos y a mí que fuéramos haciendo la lista para Santa Claus, al tiempo que buscaba entretenernos y comprarlo todo sin que lo advirtiéramos. Así que el majestuoso árbol era punto de reunión, el sitio seguro para no perderse.
En frente de Liverpool había una pequeña tienda de muñecos: Juanita Pérez, mi mayor deseo era coleccionar a la familia entera junto con los miles de atuendos y zapatitos. La familia Pérez estaba constituida por Anita (una especie de Barbie gigantesca y pechugona, hermana mayor de Juanita) Juanita (una niña como de 10 años) Manolín (como de la misma edad de Juanita), Rosita (hermanita menor como de 3 años) y los gemelos (unos bebes de escasos meses). Las muñecas tenían, incluso los uniformes de todos los colegios de la ciudad en esa época. Fue triste constatar que la tiendita no existe más, pero el bendito internet me regaló fotos de mis queridas muñecas y la historia de una señora: Guillermina Green, española de origen, que fue actriz en la época de oro del cine Mexicano y que en un viaje a España en 1962 se enamoró de la Mariquita Pérez y decidió traerla y ponerle el nombre de Juanita. Me dice la red que quedaron dos socias que continuaron la fabricación de muñecas por separado, la señora Calderón comercializa la versión moderna de Juanita Pérez que se vende en El Palacio de Hierro y la señora Baz fabrica las muñecas “Chiquis”.
Terminamos de desayunar y recordé al Santa risueño de Sears, la sucursal que está en la esquina de Insurgentes y San Luis Potosí que se inauguró en 1947. También me llevaban ahí, recuerdo que en un aparador un Santa Claus de tamaño humano se reía estrepitosamente. No sé si me asustaba o me gustaba, tal vez la culpa la tenga una vieja película mexicana, de esas que no tenía uno más alternativa que ver los fines de semana "Eterna agonía" con David Silva. La cinta se supone que se inspira en un hecho real , cuenta la historia de un muchacho, Trinidad ( David Silva) que se vuelve delincuente, en la escena final es perseguido por la policía, muere baleado en su vecindad, el llanto de su madre protagonizada por Sara García que además es ciega, se confunde con la risa del famoso Santa Claus de Sears. Quise contar algo más alegre y recordé la juguetería ARA.
Todas las Navidades y cumpleaños mi abuelo nos llevaba a sus veintitantos nietos a escoger un regalo allí. Por mucho tiempo ARA fue la juguetería más prestigiosa de México, ahí buscábamos los muñecos y muñecas Lilí Ledy o los juguetes Mi alegría. La tienda no existe más, hace mucho tiempo que desapareció pero mi curiosidad me llevó de nuevo a la red y encuentro una nueva historia trágica: resulta que la famosa juguetería era propiedad del papá de Paulette, la pequeña niña por la que sus padres pidieron a apoyo porque supuestamente había desparecido una mañana del lunes 22 de marzo. Ni la trágica película, ni la desaparición de mi árbol, ni siquiera una nota roja destiñen mi blanca navidad infantil.
Prosigo entonces recordando en voz alta a la Tía Magüicha que juntaba juguetes para el día de Reyes, todo el año recolectaba aquello que los primos y sobrinos ya no querían, enmendaba caritas, cosía vestiditos, pegaba, zurcía, reciclaba los juguetes de ARA y los dejaba igual de lindos o acaso más, la poderosa sorpresa de la reconstrucción que desempolvaba juguetes viejos pero cargados de afecto, nos motivó mil veces a mis primos y a mí, a robar los juguetes destinados a los niños pobres. Lo mejor era ayudar a la tía, confeccionar con ella boletos infalsificables para la rifa, acompañarla a la Merced para comprar dulces y llenar canastitas que daríamos a cada niño, armar paquetes para niños de 3, de 10 o más. Estar temprano en casa de los abuelos el día 6 de enero y entender del mejor modo posible que lo mejor de la Navidad es poder dar. Esa casa resplandecía de alegría, niños felices que no esperaban nada obtenían pelotas, dulces y, desde luego, el sabroso abrazo de Tía Magüicha con la atenta invitación de volver al año siguiente. La tía Magüicha envejeció, la ciudad se tornó insegura y los mexicanos nos hemos vuelto desconfiados, ya nadie procuramos en la familia esta singular tradición.
Para finalizar les cuento a mis hijas que las llevaré pronto a La Alameda Central, quiero mirar el rostro de la niña que fui, que seguramente estará montada en el elefante que no recuerdo si es de Melchor, de Gaspar o de Baltasar.
Antes de despedirme de mis hijas les doy las gracias, fueron ellas quienes me hicieron la ilusión, tuvieron la paciencia de escuchar un viejo cuento de Navidad.
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