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Regina Freyman

etcétera de por medio

Soy Regina y cuento historias, Si lo hago bien o mal no me concierne, las produzco por sistema, las cuento en clase, las escribo, las sueño. Podemos decir que vivo en medio de conflictos. Sin conflicto no hay nada qué decir, por eso el corazón me delata, también me da mucha lata, enfrentarme a la fragilidad, a la contención de emociones, regular las decisiones, en fin, andarse con cuidado no ha sido nunca lo mío, odio la distancia que me separa de un oyente o lector, de todo incauto que preste atención a cuanto digo, su presencia anima la trama, por eso escribo para estar cerca aunque sea a la distancia. Me voy volviendo incapaz de habitar otra historia, que las realidades múltiples que me invento, me vuelvo la extraña de quien fui, la mirada de los que antes eran mis personaje cercanos me desconoce y me cuestiona ¿Qué te pasa? Ya no eres la misma. Y pensar que todo comenzó con la teleadicta. No, es inexacto, comenzó con un anuncio por palabras que envié a mi hoy amigo Marco Levario. Es cierto que lo veía por televisión, hacía análisis político y yo era una pobre damnificada de la huelga de la UNAM que quiría escribir, así que le envié este anuncio:

Cuadro de texto: JOVEN ENTUSIASTA Y DINÁMICA BUSCA compañia (editorial) seria, estable, destacada, generosa. Objeto: relación duradera y productiva. Se ofrece fidelidad con mancha (tipográfica), limpieza hasta en la cornisa, cuidado extremo a cada uno de los cuadratines, evite queden huérfanas o bastardillas. ¡LLame, no se arrepentirá! Currículo archivo adjunto.

Acudí a una cita de palabras. En ella, me hice presente, no creo que exista un ritual más sofisticado que el de construirte con palabras para materializarte en la pantalla. etcétera aceptó mi cuento y me convertí en teleadicta, por un mes conté diario mis experiencias en la televisión:

Imaginándome en el exilio, náufraga como Crusoe, con la tele como única compañera, escribo notas que viajan en una botella. Con más pericia que Gilligan intentaré comunicarme con el mundo exterior, no sea que en una de esas la tele me atrape y quede ahí como una niña de Poltergeist.

Las teleadictas como todo mundo, tienen días malos y días buenos, recuerdo una noche oscura:

Así que hoy no te enciendo –le dije-. Estoy cansada de jugar tu juego sucumbir a tus encantos y abandonarme por entero a tus historias. Siempre vienes a mí con los mismos cuentos conmovida, creo todas tus mentiras. A veces antepongo la indiferencia aunque no puedo evitar mirarte de reojo. Tú me provocas lo sabes y pareces disfrutarlo. Estiro mis dedos, te acaricio cada borde, apenas rozando con el índice tus comisuras, te dibujo y cada trazo empata con tus formas. Te miro de cerca, cada vez más cerca y me mareo. El tiempo se detiene y ya no pienso, finalmente me entrego mientras tú, pareces disfrutarlo.

Esta noche será distinto. Así que, no te enciendo. Inspirada por la luna me revelo. Apenas puedo con tu peso, mi tormento me asfixia y no te veo. Mas con toda mi energía, a ciegas y yo sola, esta noche te destierro. Te condeno a desaparecer, a no verte jamás, a no prestar oídos a tus tontas fantasías. Te exilio de mi cuarto, te abandono a tu oscura soledad. Te castigo, perversa televisión, a permanecer apagada. Mientras, alejadas las dos aguardamos impacientes a que vuelva la luz.

Un mes después me salí de la pantalla, supongo que no resistí vivir más en ella así que confesé lo siguiente y me despedí por largo tiempo:

Pertenezco a la reconocida generación de la tele. Nací con ella y no me avergüenza confesar el año de mi alumbramiento: 1967. Mis padres aseguran que la televisión fue mi niñera desde entonces. Mis primeros recuerdos en technicolor son posteriores al Gato Félix que era de las pocas caricaturas todavía en blanco y negro. En esos extremosos tonos recuerdo a “La pandilla”, “Mr Ed”, “Mi marciano favorito” y la primera telenovela de un larguísima lista: “Yesenia”.

Las primeras incursiones amorosas se dieron a la luz de una televisión y al amparo de su ruido. Coartada perfecta para despistar al enemigo. La televisión nos acompaña cuando de noche llegamos fatigados del trabajo, su murmullo nos deposita en brazos del sueño, es ella misma quien por las mañanas nos despierta. Necesitamos incluso su eco a la distancia, es el antídoto contra el silencio que nos aterra.

La tele, mi amiga, paciente compañera, amante indiferente e incluso nodriza de la infancia. Ella me entretiene, me desespera, la ignoro a ratos, pero me corteja siempre. A momentos la defiendo, otros tantos la señalo, no busco conclusiones ni persigo sentencias, ella está aquí como la vida, ambas juegan al espejo.

La TV es una cronista, una aventurera que fotografía al tiempo en sus terrenos, a ella poco le importan los cambios de horario, cuenta sus cuentos en sus propios tiempos elípticos y flexibles que se expanden y comprimen obedeciendo la sonata de sus caprichos.

Por seis largos años me despedí de mi amigo Marco y de etcétera, de la televisión, y me volví cyberadicta. Eso también lo conté en etcétera:

Nací para Facebook el 9 de abril de 2008 a las 6:53 de la tarde, por tanto acudiré a un astrólogo para que me hable sobre mi futuro virtual. Esta red social es la máquina del tiempo, te permite buscar a los amigos del pasado, colgar las imágenes de la fiesta previa, acordar las citas del mañana pero poco sé sobre mi destino aquí. Soy realmente joven en el ciberespacio, tengo apenas cinco años, cuando mucho quince si contamos mi primera cuenta de correos, pero eso fue en la era digitozóoica antes de tener un muro e imágenes que respalden mi existencia. Mi primer ¿Qué estás pensando? Fue este tierno tecleo: “Eso del muro suena solitario, ojalá pronto llenen de mensajes mi blanco muro”. Cinco años después y habiendo sumado mil 178 amigos, mi situación es insuperable.

Lo que no conté es que etcétera y yo nos encontramos en el face y volví a contar mis cuentos que hoy ya suman 99 con éste (en tres años) pero presiento que aún me quedan muchos más porque descubro que hacerlo me da consuelo, no soy la de antes, ni teleadicta, ni cibernética sino una cuentadicta dispuesta a adaptarse al a etcétera, palabra que presupone todo lo demás, lo que vendrá y que se encuentra oculto en el nebuloso devenir.

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