El cuento de Alma y Sombra es una vieja historia de amor, una leyenda de los indios que expresa la unión perfecta de los opuestos, dijo doña Fidelia, la anciana de voz lúgubre, de ojos celeste casi agua que parecían lágrimas a punto de desahogar. El que escucha se llama Federico, encorvado, todo hecho pregunta consulta su destino, confía en ella, era así de vieja desde que su madre lo llevó por primera vez, antes esperaba en antesala para que su madre consultara el guion de su incierta vida. Federico aprendió el ritual y heredó la manía, se dispuso a seguir los dictados de la vieja con precisión para no defraudar a los astros, para no alterar las predicciones, al fin y al cabo, nadie era capaz de escribir con tal detalle una historia para llevar, para ceñírsela a la medida, ajustando los pliegues de la ambigüedad y disminuir con ello la zozobra de un futuro vacío, la vieja Fidelia confeccionaba su historia de amor que comenzó con dos manchas en la taza de café, una tenue y otra oscura: Alma y Sombra dijo inequívoca. El augurio era perfecto, Federico conoció a Blanca en el metro, lo cautivó su soltura, su entusiasmo, cantaba sin tapujos de camino a casa, bajito, pero audible, se le veía siempre feliz, él en cambio iba de rostro adusto, molesto por tanta gente, harto de su vida, heredó el tono oscuro de la melancolía, el halo misterioso de quien llora por dentro una rancia pena que adornará la existencia a modo de abismo y cicatriz.
Doña Fide repasaba la historia de Alma y Sombra, dos mitades, una pareja de amantes antigua como el sol y la luna. Una vez que se encuentran, dijo, siempre lo hacen al medio día, hora sin sombras, hora de paz y armonía perfecta, Alma y Sombra se hacen uno, Alma se calza la Sombra, Sombra se mece en el Alma y van juntas porque se originaron así, al mismo tiempo, con la misma luz.
La historia le dio valor a Federico, le hablaría a Blanca, la invitaría a salir esa tarde en el metro, ella llevaba el saco blanco que compró para su primer día de trabajo, mala idea esa tarde de aglutinamientos, mala idea para ese tipo de transporte. Blanca quiso protegerse de los empujones, procuro evitar la mancha, su obsesión obstruyó la respuesta, ni siquiera puso atención en la pregunta. Se fueron alejando, entre el marasmo de personas sin rostro, Federico veía alejarse un punto blanco, como una polilla que revolotea sin rumbo. La buscó incesante por tres días y tres noches, nunca supo su teléfono, jamás vio la luz de su departamento, sin amigos ni familia ¿A dónde se habían llevado a su Alma?
Fidelia le dijo que una fisura en el amor los separó sin haberse conocido. Alma se volvió mariposa errante y Sombra se hizo tumba, el desamor es una forma de muerte. Hay esperanza, sentenció la anciana, porque reza la historia que cuando Alma y Sombra vuelven a reunirse en un medio día sin sombra, hora solsticial de paz y armonía, reviven los amantes, de nuevo gira el calendario. Federico paga la lectura y se va de nuevo rumbo al metro, se acabó el tiempo romántico de los trenes de novela se dispone con paciencia a subir al proletario, sí ahí la encontró una vez porque no habrá de ocurrir de nuevo el gran milagro.
La nieta de doña Fidelia se emperifolla, se enfunda en el saco blanco, tiene poco de haber llegado a la ciudad, va cantando suave pero audible una alegre canción de amor, va camino al metro a cumplir un encarguito de la abuela que al fin, uno de algo ha de vivir.