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Regina Freyman

El bar de palabra

Che Job es un argentino que trabaja en el bar “La biblio” a los jóvenes de la cuadra les gusta embriagarse ahí, los más románticos piden shots de poesía, los ojos se les llenan de lágrimas y sacan de la cartera viejas fotografías. Dice el Che Job, ciertamente un hombre paciente, que es difícil verlos salir flotando, chocar unos contra otros o abanicar las delirantes mariposas amarillas que aseguran ellos los persiguen.



El señor Calvo es un abogado respetable pero melancólico que acude a consumir cuentos de Poe, a medida que su cuerpo tembloroso absorbe las tramas su corazón late acelerado, uno de sus ojos se desorbita de forma repugnante y su voz asemeja el incómodo graznido de un viejo cuervo. La señora Rosales es iracunda y obsesiva, pide presurosa y de mala gana capítulos mezclados de las novelas de Mario Puzzo, se marea al combinar personajes y argumentos hasta vomita sangre y salir corriendo.

Amelia y Celia son dos mujeres jóvenes solteras muy inmaduras que piden cuentos de hadas hasta que comienzan por perder zapatos, adoptar ratones y quedarse dormidas esperando un beso de amor. Che Job está harto de besar a estas princesas abusivas, por eso él se consume en sus propios vicios muy patrióticos , se enreda en la Rayuela hasta dar con una esquina rosada y claro, luego ya no sabe regresar a casa porque se pierde entre jardines que se bifurcan y páginas de arena.

Una noche silenciosa llegó una mujer sin nombre que buscaba la identidad que un día le robó un viajero que salió un noche de un libro de Calvino, el tipo era, como todo viajero, un aventurero que comenzaba itinerarios para dejarlos inconclusos y comenzar otras rutas que al cabo siempre quedan inconclusas. La mujer pidió cocteles de hedonismo, otros de estoicismo, y así fue recorriendo la barra de filosofía en busca de explicaciones para la ausencia. Su mutismo cedió y se convirtió en verborrea, Che Job no sabía como callarla así que comenzó a esgrimir argumentos, ambos resultaron buenos espadachines y se enfrascaron en un duelo, volaban por ahí ideas existencialistas, filosos conceptos racionalistas y pausas utilitaristas que les permitían arremeter de nuevo.

La misteriosa mujer se fue bebiendo al pobre Job que perdió la paciencia y hasta el trabajo, por un tiempo la siguió, se les veía entre las calles en su delirante juego de esgrima de palabras. Parece que la chica de pronto tuvo una epifanía y se dio nombre, emocionada cesó la batalla con un beso de amor y corrió despavorida para no ser vista nunca más.

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