Hay una grieta en todo, así es como entra la luz
Leonard Cohen
Ulises, Helena o tal vez Malena, los nombres cambian porque son personajes de humo de un autor, la mayoría de los autores se saben y se asumen un monstruo.
El autor, es un ser capaz de la soberbia para jugar a crear mundos, de dar vida a personajes, matarlos, pero sobretodo, de asumir la arrogancia de firmar sus buenas o malas palabras. Son responsables de sus delirios, de sus sueños, de sus delitos e incluso de sus pesadillas, los ponen por escrito y con ello asumen el triunfo, el fracaso, la inadvertencia y el olvido, pero no pierden nunca la posibilidad de tomar decisiones, son monstruos decididos, adictos a eso, a emitir juicios, a construir escenarios porque son partidarios de la vida que es acción. Esto último los tiene fascinados y por ello les aflige la muerte, esa luz que se apaga y niega la página blanca, no más fallos, no más alegrías, angustias ni dolores, simplemente no más.
El autor asume su condición de monstruo humano lleno de contradicciones, a medida que el tiempo pasa pierde el temor de ser esa zona de claro oscuros y se vislumbra, simplemente, como un personaje más de los que escribe, en su mundo narrativo no existen seres buenos o malos, decentes o indecentes, eso sería muy simple, son seres accidentados, se labran de acuerdo a las vicisitudes de la acción, y aunque su soberbia les hace sentir cierto control sobre su mundo narrativo, que a veces invade a la misma vida, saben que incluso sus decisiones son contingentes, una canción sugiere un título, una frase da viraje a la pluma que fortuitamente mata una posibilidad y, fuera del papel, a veces, se descubren diciendo sí, cuando en realidad pensaban no.
Pero los autores son inmisericordes incluso con ellos mismos, se torturan por haber errado, pero su terrible arrogancia no les permitiría jamás soltar la pluma y desconocer sus palabras, la fortuna que siempre humilla hasta a los más valientes, les enseña que aquello que consideran erróneo es capaz de tornarse un acierto célebre, la frase memorable que les regale un poco de atención, porque la verdad es que los autores están obsesionados con ser atendidos, leídos, con cautivar aunque sea por un instante la voluntad del otro, sembrar en él un poco de sentido, de emoción; los autores son provocativos, alguien en su infancia sembró el deseo y creció un bosque, sus deseos incontenibles se reproducen como selva y les salen ramitas de hojas verdes por los poros como si fueran coladeras y por ello escriben obsesivos para podar el entramado.
Es previsible que un autor odie el papel de víctima, son personajes damnificados por los huracanes o los temblores, incapaces de escribir, se conforman con ser descritos, acotados en su miseria, marginados por las circunstancias. El autor no se limitará a morir pasivamente, se inventará una trama, ante su último suspiro pensará iluso: así lo he decidido.
Esta monstruosidad humana está llena de grietas, de debilidades y compulsiones, son justamente estas cicatrices por donde pasa la luz, son dolores antiguos, obsesiones viejas, heridas de batalla que arden como quemaduras y que les urgen a escribir.