El personaje de Batman me gustó desde niña, siempre quise ser Gatúbela y besarme con el entonces gordito Batman de mi amada serie a gogo.
La idea de los héroes, como a todo niño, me subyuga desde siempre y hoy hago de una inclinación lúdica una investigación, por ello leo sobre héroes e intenté en el artículo Batman romántico e infausto, encontrar las coordenadas específicas del arquetipo oscuro que enmascara al hombre murciélago. Pero la serie sesentera me regresa a mi infancia y es desde ahí, la médula de la subjetividad que aclararé mi disgusto por la última película de Nolan Batman El caballero de la noche asciende.
Me gustaba el General Koster, El llanero solitario, Thor, El hombre araña, Los cuatro fantásticos, La mujer maravilla pero ningún héroe me cautivó como lo hizo Batman. Era distinto, irónico, oscuro ¡mira que elegir a una rata voladora como emblema! Sus rivales eran singulares, arquetipos igualmente complejos a pesar del colorido de golpes y escenarios que trivializaban las hazañas. El Pingüino o el Guasón, Hiedra venenosa, seres complicados producto de alguna traición, al fondo de su ser un ente lastimado optaba por la maldad, de esa condición de excéntricos que compromete al mismo Bruno Díaz y su doble personalidad se desprende la complejidad humana que se sostiene por historias dolorosas, actos heroicos como el de “un hombre que hace algo tan simple y reconfortante como poner un suéter sobre los hombros de un niño…”, o ridículos como usar una capa y una máscara con orejas para combatir asesinos.
Somos sublimes pero también ridículos, eso me parece es de lo que Nolan despojó a su último Batman. La entrega anterior nos mostró la fragilidad del héroe y lo puso en contraste con la ironía dolorosa de un lúcido y patético Guasón que será inolvidable para los que amamos esta historia. Pero el Caballero para mí desciende, al margen de espectaculares imágenes y una Gatúbela que sostiene una pizca de humor (gran belleza y buena actuación) nos entregan a un héroe que intenta ser profundo en cada diálogo, más parecido a Jesucristo que Superman, su contraparte es una forma de Buda que aprendió del dolor y del desamor, de la verdadera villana que surge como el Dios es máquina de la tragedia griega a llorar por su papá.
Me regreso con Adam West a la covacha de mi infancia que solía ser mi Baticueva en donde me podía sentir heroína porque bastaba una máscara y una capa, un poco de dolor, sede justicia y deseo de trascendencia que a todos nos iguala, ni superpoderes ni magia, tantito ingenio para hacer con una cuerda y una cartera vieja un baticinturón, sin tantos personajes recitando frases de Nietzsche o volando como ninjas superdotados.
En la cinta Batman dice: “A nadie le importó quien era hasta que usé una máscara”. Yo extraño justó lo contrario, cuando me ponía la máscara y jugaba a ser Gatúbela desaparecía, nadie se interesaba por mí y podía ser felizmente inadvertida jugando en un mundo personal y fantástico.