No me gusta la violencia, le temo, comienza por ser una chispa que incluso puede ser graciosa y sigue un camino ascendente hasta detonar un barril de pólvora. No me gustan las versiones oficiales, leer ficción me enseña que la pluralidad de lecturas es un acercamiento más nítido a algo que pudiéramos llamar verdad. No me gusta el relativismo y la narración en tercera persona, contrario a lo que se pueda pensar me resulta una forma de deslinde, de tomar una perspectiva ilusoria, se es en primera persona y es este disfraz el único mirador posible. Lo primero a admitir es que toda mirada es tendencia y por ello prefiero contar mi cuento que pensar que doy consejo o dicto una opinión.
Las noches del debate entre los candidatos a la presidencia de México me senté entusiasta a ver el espectáculo democrático, para establecer complicidades, completar mi visión o incluso entender otras posturas; me conecté en la red. No hay mejor termómetro ni más inmediato para mi sector social, cabría recordar que el mundo es más amplio que los habitantes de Facebook y Twitter, es fácil caer en la tentación de hacer de ese paraje el universo. Los discursos en la TV se amenizaban con la gestación casi inmediata de chistes, burlas a los participantes; al principio me divirtieron y admiré el ingenio capaz de la ironía exprés, comencé a coleccionar fotos y chistes. A medida que el proceso fue avanzando la gracia se tornó agresiva, ya nadie competía por el alarde de ingenio sino el insulto más grave, la imputación más perversa. El contagio fluyó en las redes y se armaron bandos sin rostro, las palabras se vaciaron de sentido, se volvieron cuchillo, el objeto de la furia dejo de ser un candidato y se volvieron todos enemigos: “Estás conmigo o en mi contra”, la descalificación fue protagonista. En un pleito de humores exacerbados las palabras parecieron más un grito o un lamento que una propuesta de sentido. Muy pocos volvieron a defender una idea o un proyecto, más bien se apeló a falacias elementales que deciden que todos los que dicen fa son idiotas y todos los que dicen re, carentes de cerebro. Se usaron argumentos de feo vs. guapo; tonto vs. listo; bueno vs. malo. Me da mucha risa la descalificación de Angélica Rivera como esposa insuficiente contra la esposa intelectual de López Obrador, mucho me recordó a la película de Pardavé: “No nos merece, es corista”. Todo esto para mostrar la trivialización del diálogo político, el maniqueísmo elemental y hasta la discriminación más rancia. Se perdió la historia, aunque seguimos conectados no fue por empatía ni se persiguió lo común, se buscó la ruptura, la necedad que se obstina con el monopolio de la razón.
Nacemos en redes de interlocución o en redes narrativas, desde los relatos familiares, los grandes relatos de la identidad colectiva. Hoy esto es más cierto que nunca, vivimos conectados a distancia, nos influímos con facilidad y podemos organizarnos más rápido para bien, pero también para mal. Aprendemos a desempeñar nuestro papel al ser socios conversacionales en estos relatos. En estos territorios es la ética quien debe orientar el actuar humano, el empeño por transformar el mundo en un lugar más digno. Si el yo se construye en diálogo, es el otro el que otorga validez; entre más grandes sean las diferencias entre el yo y el otro, más posible es articular una visión de largo alcance, qué fácil es asociarse con esos otros que se parecen tanto a uno y qué pobre es denostar al otro y anular así todo diálogo.
Imagino que en un mundo que ha liberado a la palabra escrita de sus amarres de papel, los antropólogos del futuro rescatarán las historias en plural que habrán de convivir y cuestionar la añeja historia oficial, que podrán leer de este proceso de encono y descrédito. Imaginemos ahora, lo pido yo como lo hiciera entonces Josefina Vázquez Mota, pero no pienso vestir a nadie de mujer ni sugerir chivos expiatorios, intento mirar atrás al pasado reciente como lo harán uno de nuestros bisnietos en busca de la historia de las elecciones de su país en 2012. Quiero pensar que se sorprenderá de ver a candidatos simplificados en un copete, abanderados como víctimas antes del crimen, simplificados en figura geométrica o acusados de usar botox hasta borrarse el rostro, ciudadanos travistiendo candidatos y ofendiéndose hasta la saciedad, seguramente quedaremos como los salvajes de la red, un tiempo prehistórico y simplista. Claro está que queda la opción de que no se sorprenda y eso dé la razón al teórico que, mal entendido por muchos, habló del fin de la historia, nos creímos el chiste y dejamos de contar.
Para contar con clase se precisa de la ética, entendida como la racionalidad interpretativa, premisa de la deliberación, ámbito del consenso, y sobre todo, bandera responsable que no anula al interlocutor.
La superación de la violencia debe suponer al individuo como parte legítima de la pluralidad, que respeta las múltiples tensiones que enriquecen el proyecto narrativo. Solo en la medida en que nos abramos a la pluralidad de interpretaciones, en que respetemos su diversidad y singularidad, podemos afirmar que nos estamos disponiendo al respeto profundo del ser humano, que es el punto de partida de la vida en comunidad.
Tuve el privilegio de tomar un curso en el Centro de Ética Aplicada de la Universidad de Deusto, los personajes que más me impresionaron fueron los filósofos Galo Bilbao, Tomás Valladolid, el escritor Kilmen Uribe y el senador Imanol Zubero, de ellos escribí con entusiasmo para la versión electrónica de etcétera, considero pertinente hacer un resumen de sus palabras también en este espacio.
Imanol Zubero lamenta que vivamos un mundo donde se afirman las individualidades y los poderes salvajes, cuando se debería hablar de convicciones comunes en pro de la interacción pública y la búsqueda del bien público. Nos recuerda que la esencia de la democracia es la deliberación, la racionalidad dialógica, el debate de preferencias éticas y cuestiones morales. Nos invita a implementar la autoheterodoxia y el antidogmatismo, sobre todo ante los dogmas propios, tener la capacidad de distanciamiento irónico, aportar nuestras convicciones en un lenguaje narrativo sustentado en la ética que combata la miniaturización del nosotros, es decir, la exclusión que debe responder con un nacionalismo moral y con fronteras éticas.
Galo Bilbao aclaró, primero que nada, el concepto de víctima. Precisó que todo diálogo para la paz debe ubicar a la víctima. En el caso concreto de nuestro país, hasta el momento, no hay víctimas a menos que nuestras instituciones señalen y corroboren que se efectuó un fraude electoral. Podemos hablar de la victimización de los perredistas y sus simpatizante quienes, de tener evidencias y razón en un acto de dignidad, deberán promover el esclarecimiento del agravio al que aluden en lugar de violentar, afirmar y suspender la disertación.
En una ética del discurso, el filósofo recomienda dar respuesta a las siguientes preguntas: ¿Qué se puede hacer, con quién se pude hablar, en qué condiciones? Nos dice que para evitar la victimización es esencial una ética de la conciencia y de la responsabilidad, que evite el fanatismo, el integrismo, el moralismo, el pragmatismo, el cinismo, y el utilitarismo. Se debe distinguir lo prepartidario de lo partidista, es decir, todo aquello que de hecho existe en el discurso que está al margen de la simpatía partidista, los hechos puros, lo compartido políticamente sobre la ideología particular partidista, en este caso ¿qué debemos esclarecer?, ¿hay delito que perseguir?, ¿quiénes y cómo deben dirimirlo? ¿Cuál es la participación concreta de cada uno de los actores en este asunto desde la responsabilidad ciudadana? Se debe discernir la narración de la reflexión. Para privilegiar la reflexión nos recomienda analizar cada nivel de la narración a partir de sus distintos niveles:
Se debe valorar la injusticia en concreto para su reclamación o validación y no la expresión del sufrimiento.
Se debe asumir el marco temporal de la interpretación, es decir, el momento histórico de la interpretación de los hechos.
Sugiere cautela ante lecturas previas, anteponer la conciencia y el recelo ante la lectura personal y la interpretación subjetiva.
La ciudadanía debe hacer sus aportes para buscar la verdad, para legitimizar la justicia y para ello debemos de preguntarnos: ¿Cómo me implico en este caso? ¿Hasta dónde puedo emitir un veredicto? ¿Qué tipo de lenguaje dignifica la pluralidad de posturas y el derecho democrático? ¿Me conduzco éticamente?
Tomás Bilbao distinguió a la razón como aquello que nos es más común. Aquello que nos confiere igualdad y nos hace sentir políticos, nos hace sentir cercanos y confiados, nos hace libres pero obligados a la servidumbre voluntaria de vivir en sociedad. Debemos hacer de la razón ética un punto de fuga donde confluyan las múltiples racionalidades, por ello debemos aceptar que todo discurso sobre la razón es un discurso materialmente mediado, influido, materializado. Tomás nos invita a pensar en la razón ético-crítica, razón político-democrática, histórica, de carácter reconstructivo que deberá escapar de lo ideológico, que no consiste en encubrir la realidad. Se trata de una otra razón, plural, que comienza su camino aceptando que hay otras razones, otros ensayos. No busca una conclusión exclusiva de las cosas. Va en contra de la colonización de la racionalidad, el discurso lógico, lejos de perseguir la autoafirmación de la identidad propia mediante un relato narrativo y selectivo, apologético de la historia singular, procede más bien de una actitud que se abre a la reivindicación, una razón anamnética, que no olvida, que se fundamenta en el recuerdo, que no admite nunca un pensamiento sin experiencia, que le interesan los hechos pero en tanto son acontecimientos morales que nos obligan a esforzarnos. Que nos obliga a pensar en nuestro presente de forma ilustrada, críticamente.
Kirmen Uribe, narrador experto, enfatiza que una cosa son las ideas y otra el corazón, no hay relatos únicos ni verdaderos, tenemos que buscar relatos comunes. Su escritura procura la reconciliación, insiste en que vivimos en una realidad de relatos enfrentados, el escritor puede ayudar a rescatar los relatos comunes. Cuenta una historia personal que podría ser ejemplo, al menos para mí lo es:
Mi abuela era republicana y mi abuelo franquista, cuando cayó enfermo mi abuela le leía los periódicos que alababan las obras del dictador, mi abuelo celebraba complacido desde su dolor, ella siempre coronaba cada nota con la sentencia de “¡Otra mentira!” Eso no le impedía sentarse a su lado y leerle todas las mañanas. Las relaciones personales son el primer paso para la reconciliación. Detrás de cada político hay un familiar, detrás de cada idea una persona. Hay que sentarse a conversar lo común.