top of page
Regina Freyman

Luz de la memoria

“Nuestros recuerdos son los frutos delicados pero poderosos de lo que recordamos del pasado, creemos sobre el presente e imaginamos acerca del futuro”.

Daniel Schacter

R y H. Escribe en el cuaderno como si fuera escuincla de secundaria ¿Cuántas veces van ya que declara sus sentimientos a Ricardo? Se siente naturalmente ridícula y sigue garabateando letras manuscritas, de molde, intenta la mejor caligrafía.

Hora y Ritmo se dice, buscando nuevos significados, el ritmo seduce las horas que se atreven a contar distinto, la música ordena el caos del tiempo, doblega a las horas para que ocupen un tiempo alterno del mismo modo que el recuerdo ordena sucesos en su partitura singular. Dicen los expertos, hoy estudiosos de la memoria, que el pasado es una sonata que se ejecuta en presente. Jamás suena igual porque se construye por la selección de aquello que al memorioso le resulta significativo. ¿Pero cuáles son los instrumentos? Un aroma, notas de fondo de la realidad que tintinea, un sabor o un rostro: el recuerdo se suscita como invocado por los elementos. Quien pierde su pasado pierde la identidad, no hay más, Ricardo tiene razón, Helena se siente entusiasmada de dársela.

Los artistas lo supieron primero, los científicos lo ratifican. García Márquez atribuye cien años de recuerdos a un hombre frente al pelotón de fusilamiento, leemos un pasado que se escribió previo a la muerte. Proust adivina que la forma de volver al pasado se desata con el sabor de un panecillo. Funes, el memorioso de Borges, logra retener visualmente todo pero entonces pierde la capacidad de abstracción. Helena regresa a la primera vez que vio a Ricardo para encontrar todas las piezas de un recuerdo que se actualiza constante. La clave está en la luz, se dice, un relámpago encendió el cielo por un instante el día en que lo conoció.

Basta un estímulo para inflamar en la oscura memoria la constelación neuronal que reanima un recuerdo. Pero ese estímulo, esa caña de pescador que se lanza a las aguas quietas, debe tener la magia de revivir en presente las condiciones claves que se suscitaron en el pasado. Helena se enciende toda, sus deseos y recuerdos la hacen radiante cada que vuelve a encontrarse con Ricardo y ¡claro! eso la intimida porque sabe que él lo sabe, es su termómetro, la llave maestra, el telescopio que adivina sus estados, la clave de sol que reconstruye su sistema de notación.

¿Por qué él enciende todos sus recuerdos, por qué adivina todos sus climas?

No es tiempo ya de tratar al futuro como tabú, si han armado un pasado común a la luz de sus recuerdos y deseos, es tarde ya para tener pudor de hablar del futuro. ¿Alcanzarán al futuro? Nunca, nadie perece en algún punto del presente que como el pez en el momento de ser atrapado deja de serlo por ser pescado.

Se puso la gabardina que recibió de su tía recién muerta y partió sola rumbo a la cabaña del bosque. Ricardo la esperaría allí a pesar de la lluvia o, tal vez, para encontrarse, bajo la misma.

Caminó por el espeso bosque durante una tarde increíblemente oscura. Debía de ser el otoño, pues el viento era muy suave y tibio, caía de los árboles gran cantidad de hojas. La tormenta aún no se daba cita, pero el caer de las hojas era tan abundante que le impedían avanzar, sus pies se sumergían en ellas y quedaba temporalmente apresada. Un fuerte olor a humedad inundó el paisaje y acompañó la tarde de un leve sollozo de viento. Caminó largas horas sin que Ricardo se hiciera presente, de pronto le pareció ver la sombra de la cabaña. Casi simultáneamente, escuchó a unos perros ladrar y unos pasos avanzar con parsimonia.

Se sintió caer de repente, su cuerpo se soltaba como en un vuelo a la inversa, una caída que la hacía más ligera. Se enfrentaba a un instante inédito, una gama de sensaciones incalculables que producían una debilidad casi gozosa, un dolor agudo que al tiempo liberaba un éxtasis que adormecía sus sentidos pero irisaba toda su piel, ¿es esto el futuro? Se veía tirada entre las hojas, en el centro de las ruinas de la cabaña, profundamente dormida. Oyó una voz que le decía a lo lejos:

“Estás atrapada”.

Una mujer dormida no miente, es un hechizo, escultura perfecta, distante a pesar de la cercanía, inaccesible, posibilidad perpetua, el latir infinitesimal de un corazón que encapsula la eternidad, hay que aferrarse al latido aunque se desprecie al corazón. Dama sagrada, vasija donde se vierte y sacia el ardor del deseo. Pasión y pasividad tienen el mismo origen, poder femenino capaz de actuar y permitir. Helena duerme, evita respirar, con su sueño de muerte detiene al tiempo:

“La mujer que estaba justo llegando a la cabaña en el bosque, quedó dormida, y toda la naturaleza con ella. Las aves también durmieron entre los árboles, los ratones en el césped, las arañas colgando del tenue hilo que las hace flotar, las moscas en pleno vuelo, incluso el río que fluye, quedó petrificado; las nubes cesaron de perseguir al viento, y el hombre que en ese momento iba a besar a la mujer, quedó dormido con los labios apretados a punto de estallar. El viento se detuvo, y en los árboles cercanos ni una hoja se movía...”

“¡Despierta! ¡Haz un esfuerzo!” grita a Helena una voz masculina que le resulta entrañable.

El hombre desató la gabardina por uno de los extremos y se fue introduciendo, acomodándose junto a ella. Le echó un brazo por el cuello y ella se estrechó contra él. Todo ocurría misteriosamente, en mitad de un gran silencio. “Acabarán por descubrirnos”, –dijo el hombre– “estate quieta”, y estrechándose todavía más, empezó a dormirse. “No sé por qué has hecho todo esto –siguió diciéndole– jamás deberías haber venido aquí”. La sensación era sutil, algo acogedora, embriagante. Él la besaba y besaba en las tinieblas. La oscuridad se apoderó de Helena, perdió el hilo de la trama. No supo más hasta que el doctor anunció: “¡Ha muerto!” Y el policía exclamó, muy pálido, echando a correr de pronto hacia la casa: “¡Algo muy grave está sucediendo!”



El Dr. Del Mónico intenta esclarecer las miles de hojas impresas, cartas que repiten “Te amo, te amo, te amo”. Nada inusual, “todo crimen es un crimen pasional”, se dice mientras sorbe un poco de café. Poco le importa hallar culpables, esto es un asunto de sentimientos y memoria, si tan solo este crimen le ayudara a poner las piezas que faltan para ubicar la íntima conexión entre las pasiones y la memoria, son ellas las que manipulan el recuerdo, lo dice con certezas sin poder aún dar una explicación convincente. La protagonista de este caso es la memoria. Ricardo presenció la muerte de Helena pero la luz de su memoria se apagó, sus recuerdos se hundieron en un pozo oscuro.

Aceptó su muerte y quiso hacerlo con decoro. Ricardo se empeña en ser un personaje olvidadizo, va y regresa del recuerdo al olvido.

“La mujer que estaba justo llegando a la cabaña en el bosque, quedó dormida, y toda la naturaleza con ella”. Helena asiste a su propio funeral, se pone la gabardina y un vestido negro, los zapatos de tacón medio y la mascada roja para dar un poco de color, intenta llorar, no puede, un relámpago enciende el cielo por un instante, Ricardo recuerda, él sí llora.

0 visualizaciones0 comentarios
bottom of page