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Regina Freyman

Bilbao íntimo: maite-maite


Por fin sola, tanto como amo a la gente amo la soledad, era pertinente que Bilbao y yo tuviésemos una noche íntima, las noches de verano son atardeceres largos, la luna como ancla se clava al cielo. Por eso vine me digo, quería distancia y soledad, tal vez eso explica mi dicha plácida, solo quiero recorrer este lugar, lo acaricia mi andar sutil, aquí me vuelvo invisible, me confundo con los lugareños que se sorprenden cuando pregunto una dirección, sonríen al descubrir que una más, no lo es tanto, viene de fuera, amables me dirigen y siguen pa lante.

Cruzo hasta donde está el perro Puppy, la mascota de la pinacoteca del Guggenheim, esta hecho de más de 38.000 flores entre begonias, alegrías, lobelias, petunias, claveles de indias y agératos, es hijo de Jeff Koons, artista kitch ex marido de la Cicciolina, el perrito contradice su nombre, tiene 15 años, la edad del museo, lo que en edad canina lo hace un anciano de 87. Muchos visitantes de principio lo creen un oso pero no, es un terrier blanco West Highland, diseñada en 1992 para una muestra de arte en Alemania. Está construido con una estructura de acero recubierta por una variedad impresionante de flores, y un sistema interno de irrigación. Puppy ha multiplicado por 40 su valor en el mercado artístico, 443 millones.

Llego a la Gran Vía, un violinista toca el Canon de Pachelbel, mi corazón se acelera, no canto porque esto no se puede pero llevo la melodía e intento caminar siguiéndola, disimulo, de lo contrario romperé el hechizo de ser invisible y convertirme en una turista loca. Entro a los libros de El corte inglés, la escritora Matilde Asensi firmará su libro “La Conjura de Cortés”, corro por un ejemplar y hago la fila, después de un rato me pregunto por qué espero para comprar un libro que en realidad no me interesa, una cosa es parecer una más y muy otra gastar por parecerlo.

Entro a un bar, pido dos bocadillos que aquí se llaman pinchos y una copa de vino, leo a Kirmen Uribe por leer a Bilbao. Somos inseparables, sin embargo a penas comenzamos, por eso no quiero dejarlo, mis compañeros planean ir a París o a Londres, correr hacia Madrid, gran señorona. No podría, sería traicionarlo, a penas hemos intercambiar algunos secretos, queda mucho por descubrir. Mientras bebo, leo sobre una antigua tradición vasca, cuando un padre muere su hijo toma con delicadeza su manos y la pone sobre la otra, al tiempo que las acaricia con dulzura y dice “maite- maite”, te quiero, te quiero. La sencilla dulzura del gesto me hace llorar frente al cantinero. Él disimula. Pago la cuenta y camino gozando ser inadvertida, una más que camina por la calle Mazarrondo.

No temo perderme, donde hay ría existe siempre dirección. Subo a un moderno puente tubular, son los dedos de Bilbao que me ciñen mientras la ría me sonríe con reflejos dorados, al otro lado la escultura 'Mamá', una araña de diez metros de altura, hecha de de bronce, acero y mármol de la artista francesa, Louise Bourgeois inspirada en la figura materna, me recuerda a mi madre jugando a hacer la araña que viene de España, vuelvo a llorar, mi madre murió recién, hago mío el ritual que me enseñó Uribe, imagino las manos delgadas y perfectas de mi madre, cierro los ojos y con ellos las tomo en la memoria y las coloco sobre su regazo con parsimonia, intento recordar su temperatura, la tersura que miles de veces me tomara de la mano para atravesar mil esquinas de la vida: maite- maite madre, no lloro tu muerte festejo tu vida. Abro los ojos e inundo con el reflejo dorado de las aguas mis recuerdos deseo que se fundan con la ría y mi nostalgia vaya a dar al mar. Maite- maite, Bilbao, Bilbao aquí me quedaré.


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