"El silencio tiene la última palabra”
La chica de la playera amarilla escribe el cuento que debe entregar como examen final. Se sienta al fondo con su pluma de punto delgado y una sola idea en la mente, no le queda claro si aquello obedecerá al género, al menos no al cuento clásico, centrado en una anécdota y con un desenlace sorpresivo. Se queda petrificada desde el título porque aquello no puede tenerlo, escribirá sobre su madre recién muerta porque necesita sacar un nido de ansiedad que le revuelve las entrañas. No quiere llorar, le gusta mucho ser el centro de atención para mil cosas pero no a partir de sus dolores, esos son privados, es tan habitual que la gente los use para sacar ventaja, para reclamar compasión.
Le queda claro que en esos casos la compasión parte de la lástima, de la conmoción egoísta de no estar ante esa vil circunstancia y le parecen singulares, muy raros, los seres humanos que saben que el dolor es un campo sagrado y sobrio, un paraje inerte donde los buitres sobrevuelan, árido y oscuro, de tierra agrietada. Sólo el profesor concibe eso, era un compañero respetuoso, silente. Transitar el infierno del duelo es una tarea solitaria, para ella es como andar en una yaga sanguiñolienta, un río que arde desde dentro, es menester no detenerse, andar y andar sin pensar mucho para no derretirse entre las fauces del aire caliente y seco. Por eso mató a su madre.
Pensó poner eso de título: ”El día que maté a mi madre”. Era provocador como la ira que sentía, así que no era correcto. Entonces decidió que no había título, sin título, era el único posible.
La mató una noche en el hospital cuando tuvo que encargarse de ella. Pasaron la noche deambulando porque la señora no quería dormir, poseída caminaba sin rumbo y con recuerdos rancios que no tenían sentido. Desconoció a su propia hija y ella supo que una parte se había ido para siempre.
Mató a su madre porque entendió desde ese momento que la abandonaba para siempre y se llevaba una parte de la hija. Era como si a la luna le mutilaran una faz o al año le robaran una de sus estaciones. Se rehusó a usar la prótesis, a anidar en la casa deshabitada que quedó en lugar de aquella casa llena de luz. Prefirió pensarse amputada antes de aceptar un miembro ajeno, lejano, desconocido.
Cuida mucho de no idealizarla, piensa que eso asfixiaba hasta el recuerdo, le gusta su madre llena de defectos, son justamente sus debilidades, ésas que tanto criticó y que tanto se esfuerza por no repetir las que hacen que su madre sea su madre y no otra mujer. Sus manos siempre frías, sus miedos de niña, las supersticiones y creencias mágicas, su tendencia a la tristeza grave o a la alegría eufórica, despilfarradora hasta de las emociones. Supo que iba a morir, tal vez porque algo de la madre siempre nos habita, su cuerpo sintió la agonía, no sería la misma nunca más. Se fue de su casa y dejó a la madre, prefirió pensarla muerta, con eso la mató antes que muriera, las caras sobrevivientes de la luna debían brillar con más intensidad, no haría concesiones.
Desde niña jugaban a no necesitarse, a invertir los papeles, la madre era la hija y viceversa, la madre jugaba a ser la débil que pedía consejos para darle fortalezas a la hija ¡Basta! Se dijo, aquí hay que escribir un cuento y acreditar una materia, en el margen superior escribió lo siguiente:
Sin título
El narrador se quedó sin tinta, y por un momento perdió la voz. Contó entre señales un cuento sin título, como una mansión sin puerta que además parecía no tener personajes. Pero al centro y muy al fondo, en la única banca que hace homenaje el mobiliario ido, una chica con una playera amarilla escribe un cuento de amor para su madre, es un cuento sin trama y sin palabras, son imágenes aisladas de la niña con la madre una tarde en la playa cantando al mar, o recostadas en la cama mirando televisión, la niña peina a la madre de mil modos, también hay un jardín y brindan bajo el sol. El tiempo pasa, la luna sale y el profesor lee, es el único invitado a una mansión sin puertas, a una paraje árido, donde una chica de playera amarilla llorará por su madre por última vez.