Entre tus dedos, Tario
- Regina Freyman
- 28 may 2012
- 12 Min. de lectura

Los cuentos de Francisco Tario son viajes que un personaje emprende, y que suponen, no el desplazamiento geográfico, sino la transformación del espíritu.
El protagonista de estos relatos reta a la muerte, sus personajes reconocen en ella su destino y lo aceptan voluntariamente. La renuncia es a desaparecer, a perder la individualidad, por ello, convertidos en fantasmas, se resignan al infierno mismo si ese es el precio de su libertad. Entre sus páginas los objetos sienten con mayor intensidad que los hombres que, solitarios y grises, son sombras, espectros que viven en el exilio, desprecian a la sociedad y a sus convenciones, a la absurda familia, a nuestras ridículas aspiraciones.
A Francisco le gusta asustarnos, procurar el escándalo y con ello nos obliga a mirarnos en el espejo. Sus senderos son tortuosos, dantescos, es un escritor maldito que con la arrogancia de los constructores de Babel se recluye en la torre para escribir 50 libros, libros de hombres que quedan en cinta, de micos que salen de las llaves del agua, de hombres que asisten a su propio funeral como quien departe con sus invitados en una fiesta de cumpleaños; de trajes lujuriosos que ansían el cuerpo de una mujer, de infieles que se escapan por los espejos.
Su mundo es muy amplio, recorre todas las cuevas de la conciencia y el mundo submarino del sueño, su arquitectura gótica presenta torres altísimas o montañas rocosas, vías extraordinarias como las tuberías o transportes innovadores como los féretros; sus salidas y entradas son múltiples y uno puede salir por la ventana o entrar por el espejo; sólo hay un clima posible, la noche fría con una luna inmensa que reina sobre el negro impenetrable.
Será a través del comentario de cuatro de sus cuentos: “Entre tus dedos helados”, “La noche de los cincuenta libros”, “La noche del féretro” y “El mico”, que transitaremos por los parajes de este autor fantástico, influido por la tendencia literaria ligada a la ruptura de las vanguardias, sus territorios emergen del surrealismo, exudan angustia; estamos inmersos en las aguas ominosas del subconsciente. Sus senderos trazan el sentir de una generación que se identifica con la exploración del individuo, con la búsqueda mediante el conocimiento de aquellos mundos o dimensiones que parecen insólitos porque escapan a nuestra capacidad de entendimiento; que se sorprende ante la absurda existencia, la cosificación del hombre y la humanización de los objetos como resultado de una cultura materialista y de un individuo cada vez más solitario. Su atmósfera se tiñe de madrugada o de la oscuridad impenetrable de una noche madura; sus personajes son espectros, intersecciones entre el espíritu y el cuerpo; objetos humanos, hombres cosificados; ventanas de la intuición que se abren entre los campos de la razón y de la profecía; escisiones en la dualidad del animus y del ánima que luchan por encontrase, pero su fusión es pecaminosa y, por eso, surge el fantasma que vaga arrastrando las cadenas de la culpa sin redención.
Sin embargo, la culpa es creadora porque, como un volcán, necesita expulsar el fruto de su indigestión: lo fantástico no es una ilusión, es una posibilidad que escapa a la razón; es el rastro brillante que deja la luna en su tránsito por el iris de la noche; es el tenue trazo de la escritura que se borra en un blanco firmamento; es la voz del infinito que se agolpa por un instante en la finitud de unos poros abiertos.
Podemos establecer que sus ficciones oscilan entre lo extraño (los cuentos de La noche) y lo fantástico de corte neofantástico (de acuerdo con Jaime Alasraki), siendo éste último rasgo el que priva mayormente en la colección Una violeta de más y, específicamente, en el cuento “Entre tus dedos helados”. Las coordenadas en nuestro viaje por la obra de Tario son pues las siguientes:
El personaje - el fantasma.
El género – lo extraño, lo fantástico.
El marco - el sueño.
La estructura - el cuento.
El tono -la ironía.
La figura dominante - la paradoja. Se interesó “[…] en las paradojas, que llevan en la mayoría de los casos al humor y a la ironía, o en otros al absurdo total; en la incomunicación y la soledad del hombre; y en la descripción de ambientes rayanos en lo onírico, donde animales y objetos desempeñan un papel fundamental.” (González Suárez. Prólogo. Cuentos completos. Tomo I: 17)
Los cuentos que se analizarán parecen descansar sobre una misma estructura temática que tiene que ver con la transformación del ser que se manifiesta en una especie de viaje interior que, para Jean Chevalier en su Diccionario de Símbolos, al ser “bajo tierra” -“Entre tus dedos helados”, “La Noche del féretro”, “La noche de los cincuenta libros”- “…significa la penetración en el ámbito esotérico y el profundo deseo de cambio interior, necesidad de experiencias nuevas más que desplazamiento local”, es también un descenso hacia el inconsciente y la búsqueda de la madre perdida, para Jung, o la huida de ésta, para Cirlot.
La diferencia de estos cuentos con los relatos de viaje donde la aventura supone la redención o la trascendencia positiva (tal sería el caso de obras tan variadas como La comedia, de Dante o La isla del tesoro, de Stevenson, y, más cercana al tono de las historias que analizaremos, Drácula, de Bram Stoker, por mencionar algunas) es sustancial, puesto que, al final de los cuentos de Tario, el protagonista obtiene no una liberación, sino una condena que está ligada a la dicotomía vida-muerte; dicha condena es recibida por los protagonistas con cierto placer pues representa un desafío a lo establecido: a la sociedad y al Dios cristiano (tradición en la que se inscriben nuestro autor y sus textos), es como un acto de libertad que reta incluso a la naturaleza.
Seguiremos al protagonista de “Entre tus dedos helados” para conocer su historia. Se trata de un joven atrapado, su conciencia fragmentada se pierde en el bosque del sueño, o es quizás la agonía de un alma en transición que no puede despedirse; también es la historia de un pecado, la condenación de un fantasma que presencia su propia muerte y asiste a su propio funeral. Este joven sin nombre se ha quedado dormido pero su percepción atiende a dos mundos simultáneos: el sueño y la vigilia. Nos sumergimos con él en las profundidades del agua turbia para conocer su crimen. Toda alma sostiene una relación consigo misma, y con ello, la posibilidad moral de autojuzgarse. Es decir, el primer dialogo, el primer juez de nuestros actos y el testigo de nuestros deseos es la propia conciencia.
El título del cuento es un indicio, la temperatura a la que se alude apunta hacia las extremidades que reportan la muerte. El protagonista, tal como lo descubrimos se encuentra entre las garras de la muerte, preso también del pecado, de la justicia y hasta de una malévola entidad femenina que ha condenado su alma. Esto sucede en la madrugada, tiempo incierto que pertenece igual a la noche que al día.
En “El mico”, penetramos el departamento de un soltero empedernido justo cuando el aparente equilibrio, se ve contaminado por la presencia de un extraño ser que es parido por el grifo de la tina y que se asemeja a un mico. El protagonista comienza a feminizarse hasta aceptar el rol de madre de este extraño ente; sin embargo, con el tiempo llega a odiar su nueva condición y decide deshacerse del mico: al principio, piensa en asesinarlo y, finalmente, lo arroja por el escusado; ya liberado, el hombre se descubre embarazado y acepta con alegría su nuevo estado.
En “La noche del féretro” nos invitan a una funeraria donde un féretro nos cuenta su recorrido hasta el panteón donde consumará su fusión o matrimonio—según nos explica el protagonista, que es el significado del entierro. El féretro es de sexo masculino y desea albergar en su seno un bello cuerpo femenino. El recorrido de todo féretro, de acuerdo con el texto, se completa con el reencuentro y sepulcro de su contraparte sexual (cuerpo femenino en este caso). Sin embargo, descubre con horror que lleva en sus entrañas el cadáver de un hombre. Resignado a su suerte y desde la fosa que lo aloja, sueña con “bellas muertas blancas”. La traición del destino frustra el recorrido natural de este pobre féretro macho.
“La noche de los cincuenta libros” es la historia de un joven desequilibrado que se enreda en un sueño mortal, igual que el protagonista de “Entre tus dedos helados”; sus padres desean salvarlo, mientras él afirma estar dormido, y feliz viendo sufrir a su familia; en su agonía, se sueña exiliado en una alta torre en donde escribe historias de horror. Los personajes de sus libros escapan de entre las páginas y persiguen al joven hasta que, del lado de la vigilia, el doctor lo declara muerto; la familia llora y el protagonista declara sentirse perfectamente bien. En este caso, no se nos muestra el reencuentro con la hermanita difunta, y podríamos suponer que no será posible, dada la naturaleza maligna de Robertito y la inocencia de su hermanita.
Salvo en el caso de “La noche del féretro”, los otros tres cuentos comienzan con la afirmación del yo protagonista en un breve párrafo de apertura:
Preparaba yo, por aquellos días, el último examen de mi carrera y, de ordinario, no me acostaba antes de las tres o las tres y media de la madrugada. Esta vez acababan de sonar las cuatro cuando me metí en la cama. Me sentía rendido por la fatiga y apagué la luz. Inmediatamente después me quedé dormido y empecé a soñar. (“Entre tus dedos helados” Tomo II: 314)
Me hallaba yo en el cuarto de baño afeitándome, y deberían ser más o menos las diez de la noche, cuando tuvo lugar aquel hecho extravagante que tantas desventuras habría de acarrearme en el curso de los años. (“El mico” Tomo II: 137)
De pequeño era yo esmirriado, granujiento y lastimoso. Tenía los pies y las manos desmesuradamente largos; el cuello, muy flaco; los ojos, vibrantes, metálicos; los hombros, cuadrados, pero huesosos, como los brazos de un perchero; la cabeza, pequeña, sinuosa. Mis cabellos eran ralos y crespos y mis dientes, amarillos, si no negros. Mi voz, excesivamente chillona, irritaba a mis progenitores, a mis hermanos, a los profesores de la escuela y aun a mí mismo. Cuando tras un prolongado silencio --una reunión de familia, durante las comidas, etcétera--, rompía yo a hablar, todos saltaban sobre sus asientos, cual si hubieran visto al diablo. Después, por no seguir escuchándome, producían el mayor ruido posible, bien charlando a gritos o removiendo los cubiertos sobre la mesa, los vasos, la loza… (“La noche de los 50 libros” Tomo I: 57)
En los dos primeros ejemplos, el autor establece las coordenadas espacio-temporales, las que, como sabemos, serán quebrantadas para dar entrada a la dimensión fantástica o al suceso extraordinario que secuestra lo cotidiano.
En el tercer ejemplo, el protagonista nos brinda su lamentable descripción, la que no escapa del retrato de una realidad familiar y del de un niño que puede ser irritante, como lo son muchos otros; sin embargo, al comparar la forma en que el niño es percibido por los otros, con la visión que el mismo diablo tendría, el párrafo nos ofrece un indicio.
El inicio, en “La noche del féretro”, es más abrupto: abre con la descripción somera de un hombre que irrumpe en escena (hasta este punto desconocemos el sitio donde se suscita la historia) seguida por un diálogo en el que el primer personaje pide un féretro:
Entró un señor enlutado, con los zapatos muy limpios y los ojos enrojecidos por el llanto. Se aproximó al empleado y dijo:
—Necesito un féretro.
Oí distintamente su voz ronca y amarga, seguida por una tos irritante que, de estar yo dormido, me hubiera hecho despertar. Oí también, en aquel preciso momento, el timbre de la puerta en la casa contigua y el ladrido del perro, quien anunciaba así su alegría.
El empleado dijo:
—Pase usted.
(“La noche de Féretro” Tomo I: 33)
En este pasaje, podemos asumir que el narrador es un personaje, pero su identidad se mantiene en suspenso.
En las cuatro narraciones, una sorpresa se revela prematuramente: en “Entre tus dedos helados” el protagonista nos cuenta que se introduce en un espeso bosque entre hojas y aguas negras, y, al ser sorprendido por extraños personajes, él declara que está soñando: “[...] me preguntó quién era yo, qué buscaba en aquel lugar a semejante hora y de qué modo había conseguido penetrar allí. ‘Estoy soñando’, ‘le respondí.’ (“Entre tus dedos helados” Tomo II: 315). Por otra parte, el mico es parido por el grifo de la bañera: “Algo, en efecto, por demás imprevisto, acababa de obstruir paso del agua en el grifo, aunque, así, de buenas a primeras, no acerté a saber bien qué. Algo asomaba allí, es claro, haciendo que el agua se proyectara contra las paredes. Era él.” (“El mico” Tomo II: 137). El narrador de “La noche del féretro” es el propio féretro “Mi compañero de abajo se enderezó cuanto pudo para explicarme: —El cliente es rico, con que tú serás el elegido.” (“La noche del féretro” Tomo I: 33). Robertito, protagonista de “La noche de los cincuenta libros”, confiesa su enfermedad mental: “De aquel terrible tiempo conservo en la memoria una palabra espantosa, un atroz insulto que repetían a diario en casa y en la escuela cuantos me conocían:--¡Histérico! ¡Histérico! ¡Histérico!”
(“La noche de los 50 libros” Tomo I: 58). Con estas confesiones precipitadas, el escritor pretende hacernos bajar la guardia, ya que, en apariencia, el suspenso se ve disipado, lo extraño se ha filtrado y podríamos pensar que lo que sigue es, simplemente, el despliegue de esta condición anómala; pero, en la medida en que nos sumergimos en la trama, una vuelta de tuerca se presenta.
“Entre tus dedos helados” no es sólo la narración en paralelo de dos estados de conciencia, sino el enfrentamiento con el crimen del incesto; “El mico” es el emisario de algo todavía más extraño que su presencia: el embarazo masculino. Ya es suficientemente extraño oír las desventuras de un féretro contadas por él mismo; no conforme con esto, Tario nos devela el oscuro destino de un féretro masculino que ha sido traicionado al tener que aceptar, involuntaria y eternamente, una relación homosexual. Robertito, el escritor de los cincuenta libros, está loco, se fuga en un sueño mientras agoniza entre dos realidades que se superponen y, además, sus personajes escapan de sus los libros con la intención de matarlo.
Todos los elementos y símbolos del mundo de Tario se encuentran contenidos en esta confesión poética de “La noche de los cincuenta libros”:
Me encerraré entre los murallones de una fortaleza que levantaré con mis propias manos en el corazón de la montaña... Y escribiré libros ... que paralizarán de terror a los hombres que tanto me odian; libros que les menguarán el apetito; que les espantarán el sueño; que trastornarán sus facultades y les emponzoñarán la sangre. Libros que expondrán con precisión inigualable lo grotesco de la muerte, lo execrable de la enfermedad, lo risible de la religión, lo mugroso de la familia y lo nauseabundo del amor, de la piedad, del patriotismo y de cualquier otra fe o mito... Exaltaré la lujuria, el satanismo, la herejía, el vandalismo, la gula, el sacrilegio: todos los excesos y las obsesiones más sombrías, los vicios más abyectos, las aberraciones más tortuosas... Mas no conforme con eso, daré vida a los objetos, devolveré la razón a los muertos, y haré bullir en torno a los vivos una heterogénea muchedumbre de monstruos, carroñas e incongruencias: niños idiotas, con las cabezas como sandías; vírgenes desdentadas y sin cabello; paralíticos vesánicos, con los falos de piedra; hermafroditas cubiertos de fístulas y tumores; mutilados de uniforme, con las arterias enredadas en los galones; sexagenarias en cinta, con las ubres sanguinolentas; perros biliosos y castrados; esqueletos que sangran; vaginas que ululan; fetos que muerden; plantas que estallan; íncubos que devoran; campanas que fenecen; sepulcros que gimen en la claridad helada de la noche... Volveré histérica a cuanta criatura se agita [...] lanzo desde mi guarida un libro más terrorífico y letal: un libro cuyas páginas retumban en la soledad... Donde yo habito no hay estaciones y la naturaleza es un limbo. El agua no moja; la llama no quema; el ruido no se percibe; la electricidad no alumbra. De noche todo es negro, impenetrable, pero yo veo […] Y escribo, escribo sin cesar a todas horas... más que como un titán o un profeta barbudo, como un dios todopoderoso y escuálido.
(“La noche de los 50 libros” 62 - 63)
El mundo de Tario es un ambiente brumoso, un espacio incierto entre el sueño y la vigilia, entre el día y la noche, un territorio de perplejidad donde se confunden los reflejos en el agua; es la inquietante sensación de que una sombra te persigue y de que aquello que alcanza tu mirada no es todo lo que existe. Tus pensamientos te traicionan, y de la profundidad de tu cuerpo emerge flotando el miedo ancestral de lo irreconocible. A mí, habitante del siglo XXI ciudadana de una “realidad” igualmente brumosa, donde las fronteras se desdibujan, los objetos poseen más valor que miles de hombres juntos, en ciudades pobladas por hombres grises que se arrastran entre las sombras de una identidad que se diluye, me asusta muchísimo.
Referencias
Alazraki, Jaime. "¿Qué es lo neofantástico?" en Buenos Aires, Mester vol. xix, no. 2 (Fall):
21-33.
Bachelard, Gaston. El agua y los sueños. México: Fondo de Cultura Económica, 1993.
---------------- Poética de la ensoñación. México: Fondo de Cultura Económica, 1975.
---------------- La poética del espacio. México: Fondo de Cultura Económica, 1982.
Chevalier, Jean. Diccionario de los símbolos. Barcelona: Herder, 1986.
Chiverto, José Luis y Antonio Peláez. “Homenaje a Francisco Tario” en Casa del tiempo, México: 2001, Universidad Autónoma Metropolitana.: vol. II, época III, números 23 y 24. 45-94.
Espejo Solís, Salvador. “El hilo del murmullo. Francisco Tario y la literatura mexicana”. México en Tiempo libre, Uno más uno, VIII/ 448, 1998: 7.
Pardo Fernández, Rodrigo. “Los relatos de Francisco Tario: ventanas al sueño” en Espéculo: Universidad Complutense de Madrid, 2003. http://www.ucm.es/info/especulo/numero25/tario.html.
Tario, Francisco. Cuentos completos:Tomos I y II. Prólogo de Mario González Suárez. México: Lectorum 2004.
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