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En Fuentes creo

  • Regina Freyman
  • 16 may 2012
  • 3 Min. de lectura

"La novela, la ficción, invaden la realidad para defenderla mejor...”. Carlos Fuentes

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Sólo odiamos a quienes no son capaces de imaginar. La frase se queda en tu memoria y te acompaña, no es textual pero es de Fuentes y todo lo que es de él, es también un poco tuyo. No, no fuiste su amiga, es más jamás lo conociste, y sin embargo, no concibes tu vida de lectora sin él, tampoco tu vida como estudiante de letras o maestra y menos como mexicana. Carlos Fuentes es nuestro como lo es el Palacio de Bellas Artes o el metro Pino Suarez. Poco te importa si nació en Panamás o vivió en París, muy poco sabes de su vida con Silvia Lemus o Rita Macedo, menos aún del dolor irreverente e indignante de haber perdido un hijo. Pero Aura se aparece cada vez que te sientes enamorada, lo hizo de quinceañera y lo hace ahora que sientes cómo la vida y la muerte se debaten en el abrazo de amantes mayores que esperan exhortar el Aura siempre lozana del erotismo sin edad. Si pasas por la calle de Donceles tu cuerpo se estremece, sientes la mirada de doña Consuelo que te mira detrás de la ventana.

"Mi padre era consejero de la embajada de México en Washington, y me obligaba en casa a leer la historia mexicana, conocer su geografía, sus nombres, sus sueños, sus derrotas, un país inexistente, pensaba yo entonces (...), de canciones tristes, dulces nostalgias, deseos imposibles (...), que soñaba con un pasado doloroso…descubrí%u0301 que el país de mi padre era real, y que yo pertenecía a él (...). Creo que entonces intuí%u0301 que no iba a descansar hasta develar esa identidad". (Conferencia congreso de la lengua Rosario Argentina 2004)

La historia completa de tu nación y cómo encaja contextualmente en el mundo hispanoamericano la aprendiste a partir de El espejo enterrado. Don Artemio desde su lecho de muerte junto con Pedro Páramo de Rulfo dan sustancia a la revolución y al campo mexicano, ese que te corre por las venas pero que no puedes comprende porque eres hija de ciudad y de otro tiempo, sin embargo, lo sientes, lo haces tuyo porque estos personajes le dan una fuerza que no tiene la figura lejana de Zapata o Villa y es que ellos te hablan en secreto, se meten en tu biografía desde el espejo de tu mirada y se instalan en el torrente de tu sangre tricolor.

“La memoria es el deseo satisfecho hoy que tu vida y tu destino son la misma cosa” (La muerte de Artemio Cruz)

No puedes ver un Chac Mol si sentir la amenaza de quedar convertido en piedra. El Quijote fue uno cuando lo leíste por primera vez y se reviste de significados, símbolos e interpretaciones cuando comprendes, como te dice Fuentes en Cervantes o la crítica de la lectura, que Cervantes o cualquier autor mueren pero don Alonso Quijano o cualquier personaje de ficción que el lector invoca con los párpados, sigue más vivo que nunca.

Caminas por el centro de la ciudad, es día del maestro, te ríes de pensar que alguna vez esta fuera la región más transparente del aire. Todos los maestros de la institución para la que trabajas han ido juntos a ver la exposición de Botero, mientras caminas por el centro con tu mirada de maestra piensas que quizás debes leer a Fuentes de nuevo en tus cursos, que inunden sus palabras la visión de tus alumnos para conjurar la transparencia. En ese momento alguien alerta, ¡Fuentes ha muerto! Te duele el estómago, ha muerto El Maestro. No sabes qué decir, parece impensable, tanto como si de pronto desapareciera el Palacio de Bellas Artes o el pasaje Pino Suárez, o la calle de Donceles, o el gran Chac Mol se desempolvara y saliera huyendo.

Piensas en Aura y en doña Consuelo llorando en la esquina de la calle de Tacuba, han salido para corroborar lo imposible, corres para consolarlas:

Volverá—les gritas-- lo traeremos juntas. Dejen que recuperemos fuerzas y lo haremos regresar…

 
 
 

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