Resulta complicado para nuestra generación comprender que hemos habitado al margen de un paréntesis. Somos seres en transición hacia una nueva forma de civilización, cuyos instrumentos de mediación hacia el conocimiento, hacia la creación, hacia el uso y distribución de la información, están cambiando, y generarán sus propios lenguajes, sus propias nociones de propiedad y autoría, su propio “canon”. La tentación de creer que la cultura se pierde y regresamos a una etapa donde la escritura muere y reina la vieja oralidad es, desde mi óptica, simplista e inexacta. Paréntesis o no, discutamos por un momento sobre la escritura y la información, recorramos antes la sociedad del conocimiento y su monopolio con miras a encontrar pistas sobre su futuro.
Algunos investigadores llegan incluso a declarar agónica la cultura letrada. Lars Ole Sauerberg del Institute for Literature, Media and Cultural Studies de la University of Southern Denmark, se apoyó en lo que Mc-Luhan denominara “La galaxia Gutenberg”, para sugerir que la cultura letrada se divide en tres periodos: pre-parentético, parentético y postparentético. Otros especialistas aseguran que la palabra está más viva que nunca, como el filósofo italiano Maurizio Ferraris. Según Alejandro Piscitelli, filósofo argentino especialista en nuevos medios, en la actualidad, estaríamos a las puertas de una neooralidad, en la que el conocimiento ya no se encuentra monopolizado por el libro, sino que es accesible a través de Internet, las computadoras y la inteligencia en red. Una instancia que podría pensarse como “un tiro de gracia” para la cultura letrada. Por su parte, Herve Fischer, titular de la cátedra Daniel Langlois de tecnologías digitales y bellas artes de la Université Concordia, Montreal, no teme disentir: “Piscitelli dice que Google es la imprenta del siglo XXI y tiene razón. Es una continuación de Gutenberg, muy poderosa, pero no una ruptura. La principal virtud de lo digital es su acceso masivo, pero su debilidad es su fugacidad. Hoy estamos creando una cultura digital líquida, sin memoria”. (http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/Debaten-Internet-acabara-palabra-escrita_0_370763091.html)
Culturas pre, parentética y postparentética
La era preparentética la sitúa anterior a la aparición de la imprenta, fue una época dominada por la oralidad, el performance de lo re-creativo, y la idea del palimpsesto. En ese tiempo eran bien vistas las manifestaciones colectivas, anónimas, contextuales, inestables, todos los términos del sampleo, el remix, el préstamo, el rediseño, la apropriación y la recontextualización, por lo que es fácil encontrar similitudes entre esa cultura medieval y los usos propios de la cultura digital interneteana que los especialistas denominan “post-paréntetica” y que explicaremos en un momento.
Al inventarse la imprenta las palabras se fijaron en un soporte, fueron formadas rígidamente en líneas y rodeadas por márgenes, aprisionadas entre las páginas que se cosían en un enlace y contenidas por una portada. Ésta, a su vez, se coloca en un estante donde se pueden contener y controlar. Esta misma forma de contención se suscita en el ámbito de la producción cultural: una obra será una cosa completa y no puede vislumbrarse como sólo fragmentos; una vez completa se aísla y se tornará estática, “muerta”, un monumento inerte. Así, cuando el discurso se tangibiliza, el mundo es visto en términos de categorías, de raza y género, en un esfuerzo por sistematizarlo todo y materializar un proceso, se otorga gran valor a la composición original, la individual cobra relevancia sobre el trabajo en equipo y el conocimiento se vuelve autónomo, estable y canónico. Las jerarquías se dibujan rígidas y se obtiene orden, se preserva la información pero surge el control, el poder, la linealidad descendente o ascendente según el punto de partida.
El paréntesis fue una estación de paso, un intento colonizador de las formas disruptivas de la oralidad que habrían sido silenciadas, castigadas y colonizadas del mismo modo que los pueblos autóctonos de la mano de un capitalismo simbólico/depredador que habría tenido en la Imprenta a su agente viral de control. Nos dice Foucault en su “Vigilar y castigar” que el autor es una invención moderna, condenado a desaparecer de la fase de la tierra como una escultura de arena bañada por el mar.
¿Ha cambiado la forma de conocer?
Parece ser que es imposible separar formas y modos de mediación. Los libros al fijar el mensaje se vuelven portadores de autoridad y surge aquello que se denomina “verdad” y con ella la “Historia Oficial”, versiones que se implantan absolutas. Incluso en terrenos del arte se establece o se condiciona el gusto con eso que llamamos canon.
La palabra canon viene del griego vara o regla, muy congruente en tiempos rígidos. Emana de los ámbitos religiosos y se usó para declarar que la Vulgata Latina era la Biblia oficial, la poseedora de la “Verdad”. Canonizar es declarar santo a cierta persona ¿Será que los libros canónicos están más cerca del cielo? La Iglesia, antigua poseedora del conocimiento, ostentaba a los únicos lectores y escribas medievales, Gutenberg democratiza el conocimiento al eliminar a esta santa institución como la única “editora del conocimiento” escrito, sin embargo, es ilustrativo que el libro que se imprime como primero sea la Biblia. La Iglesia no perdió su poder, por el contrario, la censura en tiempos de la inquisición, condenó a muchos pecadores al fuego, entre ellos, muchos fueron libros. La comunidad eclesiástica pudo establecer al libro como el depósito de la verdad. El libro fue primero una autoridad sobre-natural, luego, terrenal y, finalmente, un producto industrial. Como soporte, invita a la individualidad, el lector se sumerge en su silencio y se comunica con el texto, el acercamiento es prodigioso y una nueva forma de comunicación que recluyó la poesía o la épica a la intimidad, cuando antes se compartían en un festín o reunión, se cantaban o recitaban, el lector a solas interioriza una voz. La nueva “textualidad” condicionada por las (TICs) difiere de la “textualidad” del libro, vuelve a la esfera pública, se torna infinitamente flexible y modificable, convirtiendo al texto en un proceso y no en un producto. Estamos frente a una nueva revolución mediática, entender la primera, la de Gutenberg nos ayuda a entender la segunda, que podemos llamar la de Google.
El predominio de la oralidad medieval fue alterado con la revolución Gutenberg, y si bien la revolución Google, para muchos es una nueva o segunda oralidad, me parece que sería simplista entenderlo así, nos sugeriría el retroceso, lo que supone es la versatilidad del texto, la palabra que hemos señalado como más viva que nunca adquiere la flexibilidad que antes sólo poseía lo verbal. No es peyorativo, un proceso o frase se interrumpe por un paréntesis y continúa tras él para mejorarlo, es innegable que los recursos mediáticos de los últimos veinte años han revolucionado la comunicación entre los hombres más que nunca, pero lo que está suspendido afecta lo que sigue y debemos estudiar el pasado para prever el futuro.
Es importante señalar que los especialistas suponen que la inestabilidad textual afectará nuestra percepción, las fronteras difusas entre arte y expresión, ciencia y especulación, vida pública y privada, conllevará sus riesgos; seremos menos categorizadores pero también menos agresivos para distinguir oral y textual. En terreno ético afecta ya a una generación que supone que todo cuanto desea está a un click de distancia, incidiendo esto en terrenos de tolerancia, velocidad y paciencia. La muerte de los tiempos muertos presupone una aceleración que se contrapone al gozo vital y a la necesidad reflexiva a la que, al menos hasta hace poco, estábamos acostumbrados.
El Jaques Atali en su Diccionario del siglo XXI, en su entrada “Literatura” proyecta lo siguiente: Como reflejo de su siglo, dará testimonio del nomadismo y ofrecerá al nómada el espectáculo de una sedentariedad virtual. Desde su invención, la epopeya y después la novela ha permitido al sedentario superar su inmovilidad forzada mediante un viaje vicario o por poderes con la Odisea, las canciones de Gestas, Don Quijote, Robinson Crusoe o Moby Dick. Mañana, por el contrario, la novela ofrecerá al nuevo nómada el espectáculo de un enraizamiento olvidado. Se explorará y se exaltará la literatura de la inmovilidad, el vocabulario de la fijación, el discurso de la introspección, de contemplación, de meditación. (Atalli: 206) Desde que Roland Barthes escribiera su famoso ensayo “La muerte del autor”y señalara el papel activo del lector, cada vez es más difícil establecer diferencias en el proceso de creación y distinguir entre literatura y cultura popular, entre escritor y lector, entre autor y crítico, esto nos regresa al periodo isabelino o cervantino, donde la parodia y la refundación no estaban separadas del ámbito artístico, prueba de ello es la recuperación shakespireana de narraciones antiguas por lo que incluso se llegó a dudar de su autoría. Expertos en el tema muestran cómo existen diversas versiones de un solo texto del bardo, quien hacía cambios en cada escenificación y que se muestran en diferentes consolidaciones escritas.
La escritura es ese lugar neutro, compuesto, oblicuo, al que va a parar nuestro sujeto, el blanco-y-negro en donde acaba por perderse toda identidad, comenzando por la propia identidad del cuerpo que escribe. Siempre ha sido así, sin duda: en cuanto un hecho pasa a ser relatado, con fines intransitivos y no con la finalidad de actuar directamente sobre lo real, es decir, en definitiva, sin más función que el propio ejercicio del símbolo, se produce esa ruptura, la voz pierde su origen, el autor entra en su propia muerte, comienza la escritura. No obstante, el sentimiento sobre este fenómeno ha sido variable; en las sociedades etnográficas, el relato jamás ha estado a cargo de una persona, sino de un mediador, chamán o recitador, del que se puede, en rigor, admirar la “performance” (es decir, el dominio del código narrativo), pero nunca el “genio”. El autor es un personaje moderno, producido indudablemente por nuestra sociedad, en la medida que ésta, al salir de la Edad Media y gracias al empirismo inglés, el racionalismo francés y la fe personal de la Reforma, descubre el prestigio del individuo o dicho de manera más noble, de la “persona humana”.
La “Nueva Filología” que reconoce en la transcripción una forma de creación, el propio Jorge Luis Borges fue defensor de esta idea en varios ensayos como en “La flor de Coleridge” (Otras inquisiciones: 1952) rescata el juicio de Mary Shelley, quién afirmó en 1821 que “… todos los poemas del pasado, del presente y del porvenir, son episodios o fragmentos de un solo poema infinito, erigido por todos los poetas del orbe”.
El futuro está en el pasado
Contra ese trasfondo la novedad de la tesis del paréntesis piensan muchos teóricos, es que en realidad Internet estaría provocando una (contra)-revolución que estaría traicionando a Gutenberg en vez de complementarlo. Estaríamos, como señala Umberto Eco, avanzando como el cangrejo.
Conviene pensar, con humildad, que hemos entrado a una dimensión desconocida. La mayoría de los adultos nos sentimos eliminados por una nueva generación que gravita con pericia entre dos mundos: este que llamamos real y el ciberespacio, la verdad sea dicha, aquello que llamamos realidad consta también de esa oscura región del mundo cibernético, para nosotros es un territorio ajeno o somos invitados de segunda, pero eso es nuestro problema, ellos son los habitantes del futuro. Para hacer un balance justo entre lo que se gana o se pierde con el cambio de soporte, el salto de la página a la pantalla, debemos intentar ser objetivos y aceptar que el cambio se dio irremediablemente.
Juzgamos con dureza la forma en que los jóvenes se comunican en chats o mensajes de texto, el manejo aquí de sintaxis y ortografía es para muchos una afrenta contra nuestra lengua, una pérdida fatal. Para abordar el tema me gustaría refundir una historia que contó una filóloga que trabaja haciendo diccionarios; siente que estos han quedado relegados ante la hipertextualidad y su rigidez excluye muchos vocablos de uso cotidiano, pide ayuda para hacer de ellos algo más acorde a los nuevos tiempos, un inventario más incluyente. En sintonía con ello cuenta esta historia:
Una mujer quería hacer un jamón asado y la receta que había pasado de generación en generación, indicaba que había que cortar la parte inferior de la pieza, la mujer se preguntó por qué, si esa parte en particular, se veía especialmente rica, entonces decidió llamar a su madre para preguntarle. La madre le contestó que no sabía, que a su vez, preguntaría a su madre. Llamó a la abuela de la joven y le hizo la misma pregunta, a lo que la madre le contestó: porque mi refractario es muy pequeño y nunca me cabe la pieza de jamón completa.
En ese sentido debemos preguntarnos si al juzgar este asunto no estamos obrando sin cuestionar y asumiendo que la olla es pequeña cuando en el lenguaje todo cabe. No existe palabra o expresión despreciable, cada vocablo es apto para cada circunstancia y contexto. El lenguaje que los jóvenes han creado para los nuevos medios, es una variante que obedece a la rapidez y economía características propias de estos medios, esta variación no ha venido a sustituir el lenguaje formal, o el poético o literario, es simplemente una opción más. Limitar o censurar, sería como cortar una pieza de jamón sólo porque no podemos conseguir una cacerola más grande. En mis ya muchos años como docente, jamás un alumno ha osado entregar un trabajo o responder un examen con emociones o abreviaciones propias del mensaje de texto. Una analogía lícita es pensar que el lenguaje que usamos en una fiesta sustituirá el lenguaje formal de una conferencia, todo obedece a su contexto. Esta variante léxica, por tanto, representa la riqueza histórica de un grupo que plasma en ella su estilo de vida. Debemos entonces aportar las alternativas suficientes para que los jóvenes sepan distinguir y optar entre la variedad que el lenguaje ofrece.
¿Leemos o no leemos?
Esa parece ser la cuestión que tanto nos preocupa. Sabemos que los jóvenes son consumidores audiovisuales, escritores y lectores activos en el mundo cibernético. Por otra parte los profesores y padres, en su mayoría, pertenecemos a una generación que es inmigrante de la generación digital y la distancia hace difícil establecer una posturas objetiva.
A los que nos ocupamos de la literatura y el lenguaje nos preocupa que las nuevas tecnologías conviertan la palabra en imágenes y sonido, borrando las grafías que aprendimos a leer y que nuestro cerebro no estaba diseñado biológicamente para hacerlo, la lectura y escritura son una conquista, un cambio tecnológico que alteró la estructura del cerebro al desarrollar conexiones y aprovechar aquellas capacidades que antes ayudaban al hombre para reconocer estructuras simples como el reconocimiento de una senda en el bosque o una huella amenazante. No existen genes ni estructuras biológicas de la lectura. Cada individuo aprende a establecer circuitos mediante la conexión de las regiones más antiguas, programadas genéticamente para el reconocimiento de objetos y la recuperación de sus nombres.
Muchos de los temores que expresamos respecto de la nueva generación digital son similares a las reticencias que el propio Sócrates exponía ante la cultura letrada, cabe recordar que la textualidad fija, va en contra de su método que consiste en poner en duda mediante la discusión. A Sócrates le preocupaba que la rigidez de lo escrito no permitiera que los jóvenes reflexionaran sobre lo que leían, al no haber interactividad, ¿quién les orientaría sobre la adquisición de la “verdad”? Otra de sus objeciones era el menoscabo de la memoria. De esta manera y según él, se perdía el control sobre el lenguaje que no era respaldado por un hablante que hiciera valer su dicho. Pero Sócrates nunca escribió sus razones contra la escritura y si hoy podemos hablar de ellas es gracias a Platón. La triada de sabios de la antigu%u0308edad compuesta por Sócrates, Platón y Aristóteles ejemplifica perfectamente los cambios que guían la transición del conocimiento de una generación a otra, cada uno maestro del siguiente. El primero estaba en contra de la escritura, el segundo asumió una postura ambigua y el tercero, maestro de occidente, estaba inmerso en la cultura letrada.
La perspectiva no nos arroja de momento respuestas contundentes, nos regala la oportunidad de resolver, en cambio, diversas preguntas, comencemos pues el diálogo en un mundo donde la interactividad permite la discusión:
¿Cómo conservar siglos de avances en la escritura y gramática y preservar las obras de arte literario? ¿Cuáles vale la pena salvar, cuáles no?
¿Hasta dónde deben interactuar la biblioteca de papel y la Internet, cómo establecer una nueva y verdadera relación interactiva entre ambas?
¿Cómo cambiará nuestro evidente cerebro narrativo con el uso de los nuevos medios?
¿Cómo y hasta dónde se modificarán nuestros hábitos literarios (lecto-escritura, autor-lector)?
¿Qué pasará con aquello que llamamos literatura canónica?
El reto es regular sin controlar. Fomentar la postura crítica que sólo se logra ante la comparación y el conocimiento histórico.
Referencias:
Fowler, J. y N. A. Christakis. (20010) Conectados. El sorprendente poder de las redes sociales.
Taurus, Barcelona.
Doueihi, M. (2010) La gran conversión digital. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires.
El crash de la información
Ariel. O. (2010) Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Nicholas Carr, Barcelona.
Picitteli A. Congreso y foro: El paréntesis de Gutenberg:
http://www.parentesisgutenberg.com.ar/?page_id=216
Pardis J; T. Pettitt y P. Donaldson Conferencia: The Gutenberg Parenthesis: Oral Tradition and Digital Technologies en http://mitworld.mit.edu/video/775