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Ciudad de dos

  • Regina Freyman
  • 5 ene 2012
  • 3 Min. de lectura

En busca del camino feliz, Jazmín entró una tarde por un estrecho pasadizo escondido entre dos edificios que la llevó hasta un jardín, al principio el lugar era una promesa, pequeños matorrales que dibujaban el mapa futuro, botones que amenazaban con abrir en flores perfectas pero era todo tan frágil que desde el momento que entró supo que su misión sería la de jardinera. No sabía lo difícil que era ese trabajo hasta que se puso las botas de hule, tomó la pala y la manguera, había momentos de arduo trabajo: limpiar las hojas caídas, combatir a las plagas que siempre amenazan, asistir a las plantas desmayadas de sed o aprender la frecuencia y cantidad necesarias de agua y abono; otros momentos se traducían en esperas agónicas hasta que la primavera coloreara las ramas, mañanas aburridas imaginando árboles hoy raquíticos y chaparros, frondosos y gigantes. Jazmín tenía envuelto entre sueños el ideal de su paraíso, al principio pensó que el placer llegaría hasta que esa imagen de verdor y frutos perfectos se hiciera tangible, así que se esforzaba sin recompensa ni consuelo, sin consciencia ni visión, todos los días eran días idénticos, ciclos repetitivos de su lucha contra el diminuto pero molesto pulgón, quitar la cochinilla depredadora poco a poco sin lastimar los tallos, o ese horrible algodoncillo pegajoso que, como parásito, adelgaza las hojas hasta dejar un encaje de nervaduras grises; miles de tardes las vivió en hastío caminando sin rumbo por los senderos confusos de su jardín. Una tarde espléndida, casi cegadora, bajo la araucaria encontró un habitante más de esa ciudad de dos, se acercó sigilosa por el prodigio, casi incrédula, siempre pensó que estaba sola, aunque siempre soñó con él. Lo advirtió en un principio como a un hombre sabio con quien gozaba charlar sobre los tipos de orquídeas o la forma de perderse entre senderos para huir del mal tiempo, con los meses lo descubrió niño y subieron a los árboles, jugaron escondidillas y hasta policías y ladrones. El lugar se hizo paraíso, ya no había futuros por cultivar, Jazmín comprendió que cada instante se viste de verde, pardo o multicolor obedeciendo el temperamento de las estaciones, todo fue un presente perfecto. Ciprés y Jazmín eran los únicos habitantes del lugar, juntos plantaban o quitaban hierbas, jugaban a acomodar los árboles por tamaños o colores, a escribir sus nombres con claveles y margaritas, dibujaban laberintos con anturios y aves del paraíso. Pero no todo era perfecto, de vez en cuando un torbellino negro los obligaba a recluirse separados en una cueva oscura donde se enfermaban de futuro y buscaban senderos prescritos, oían las voces de las aves de mal agüero y los vecinos de las ciudades vecinas que se negaban a creer que alguien pudiera vivir de semejante manera: jugando en vez de trabajar, escapando la agenda de los hombres productivos, hablando y contando cuentos en lugar de cavar agujeros subterráneos para fincar vigas certeras ¡Hacia adónde van con tanto sinsentido! Les gritaban desde las cornisas escondiendo la cara para no mirar de frente. Ciprés les gritaba entre risas ¿por qué habríamos de ir a algún lado? Lo que queremos es estar así, enredando y desenredando azaleas.

Una tarde de lluvia, Ciprés tuvo que cruzar la frontera, se había obstinado en traer frutos exóticos de


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tierras lejanas para embellecer el jardín, Jazmín sabía que eso era imposible porque el lugar no podía ser mejor, trepó la jacaranda y se puso a tejer collares con sus flores lilas, había que ignorar al tiempo que le ardía en la piel cada vez que Ciprés la dejaba sola.

Jazmín lo espera, no lo urge, ella confía, sin él no hay jardín ni juegos, ni orquídeas ni anturios, también sabe que las estaciones cambian, que hay fechas para recoger frutos, tiempos de riego y abono, nada es estático, si miras con cuidado en el jardín no hay ni un solo día igual a otro, Jazmín aprecia las variantes perdió hace tiempo la imagen inerte del jardín ideal, dejó de soñar con veredas simétricas y vergeles perfectos, Ciprés es el jardín que eligió para quedarse.

 
 
 

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