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Mirada de mujer

  • Regina Freyman
  • 8 nov 2011
  • 3 Min. de lectura

Cuando yo sentí de cerca tu mirar, de color de cielo, de color de mar, mi paisaje triste se vistió de azul, son ese azul que tienes tú… Azul como una ojera de mujer, como un listón azul de amanecer.

Agustín Lara

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Recuerda Ofelia sus experiencias con las telenovelas, la primera se llamó Nino y era de un carnicero que se enamoraba de una chica de alta sociedad, era una producción Argentina y como era muy niña, la gente se reía del sus imitaciones gauchescas. La televisión en el centro de la sala de estar y ella escondida bajo el sillón para ver a Yessenia o a Juan del Diablo, fue su versión nacional del amante perfecto a los 9 años.

María Rivas hizo sus tardes con La gata, quizás admiraba el carácter indómito del arquetipo de la sirvienta enamorada del patrón encarnada por la extranjera todavía seseante, con esos hermoso ojos gigantes que en nada se parecían a los de Concha, Fidelia o María, las muchachas de la casa, como se les llama cariñosamente en México.

Ofelia recita hasta la fecha y con veneración esa oda que Monterroso profiriera a estos seres casi extintos que la burguesía mexicana insiste en salvar:

“Amo a las sirvientas por irreales, porque se van, porque no les gusta obedecer, porque encarnan los últimos vestigios del trabajo libre y la contratación voluntaria y no tienen seguro ni prestaciones … porque como fantasmas de una raza extinguida llegan, se meten a las casas, husmean, escarban, se asoman a los abismos de nuestros mezquinos secretos…” No por nada son el personaje favorito, la princesa de la épica latinoamericana.

Pero Ofe no cree que estas historias condicionaran sus costumbres o aspiraciones amorosas, no sabe por qué pero desde siempre son las villanas sus personajes favoritos, tal vez porque se presentan mucho más listas que las bellas tontitas que encarnan el ideal de la pureza y la ingenuidad cristiana de un pueblo mocho, quién sabe.

Catalina Creel con su parche de pirata dieron una nueva visión a la telenovela que admiró de adolescente, también le gustó el Maleficio con ese Satanás gay o maricón como se dice en este país azteca, nunca más la tele mexicana ha dado maloso tan talentoso.

Lo que a Ofe le preocupa es de qué modo toda la narrativa tiene mirada masculina y a una se le dificulta mucho hallar la verdadera mirada de mujer, esa que no quiera imitar modelos masculinos ni limitarse a complacer y sustentar el éxito en la admiración de los hombres. Vive sola, todos los días intenta, como quien sintoniza la radio, hallar la mirada justa, la de mujer, la suya, la que no le haga amar por dependencia o salvación, la que encuentre en la chamba el regocijo sin la palmada del mundo masculino. Piensa que es cabrón no desviarse del camino y perder la calidez femenina que no sea sumisión, la pasión creativa que no sea masculina, ser uno es difícil, construirse es de diario y a ratos pesa. Supone que ser hombre también es complicado. Ser humano, que es ser alegre, esa es la cuestión y no perderse en la supervivencia.

Recuerda sus tardes adolescentes tirada largas horas con las piernas suspendidas al aire mirando escenas de amor, tendría como 12 años y el romance se volvió corporal, miles de hormiguitas televisivas, esas que llaman nieve, le recorrieron el cuerpo y descubró sensaciones que era capaz de suscitar sola, llegó al placer con un beso de la Mujer Biónica con su hombre ídem, ella que tenía extremidades comunes, experimentó placeres biónico y aprendió a querer su cuerpo, entendió la potencia de la mirada y su poder inspirador aunque no tenía el ojo de Steve Austin. Había más que el amor del patrón y la sirvienta, más que la genio de la botella, o la bruja ama de casa, estaba la vida indómita que le daba la bienvenida. Aprendió a sentir, y sí eso encendió la mirada, su mirada de mujer, la que a veces es errática y mal sintonizada, la que goza la vida y sus sentidos todos por igual.

 
 
 

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