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El closet de Camila

  • Regina Freyman
  • 29 abr 2011
  • 3 Min. de lectura

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El closet de mamá es mi castillo, piensa Camila esa tarde que se queda sola en casa y sus hermanos duermen. La fortaleza llena de tesoros la invita a jugar a ser princesa, a perderse entre tules y lentejuelas multicolores. Mamá es un hada, se dice, a medida que descubre tanta opulencia, de otro modo, no es normal que tenga esos vestidos y esos camisones tan llenos de encaje. El cofre dorado, tesoro de pirata, está repleto de las joyas más coloridas, largos collares de cristal azul turquesa, perlas grandes y pequeñas, cuentas verdes o esmeraldas, no importa el valor comercial, para la niña son un banquete para la vista.

Los zapatos son miles de barcos que la chiquilla se calza para llegar a tierras lejanas. Recuerda que mamá le contó de un marino que se llamó Ulises y visitó tres mil 400 islas hasta volver a casa. Bautiza a los tacones rosas como el barco de Ulises, e imagina que el tacón kilométrico es el mástil al que se amarró para no ceder a las sirenas. Los tacones rojos son el barco de la Isla del Tesoro, esa historia que platicó mamá en la cena. Las botas negras son las que llevarán al capitán Nemo a las profundidades y recuerda muy bien cuando mamá dijo la historia despacito de camino a Acapulco y calló a sus hermanos de una vez, ellos que no paraba de preguntar: cuánto falta por llegar. Camila es calladita prefiere pensar en castillos y dragones, no molestar, porque eso hacen las princesas.

En el cajón están las pinturas, adivina que con un poco de lipstick rojo aparecerá la boca de mamá, esa que besa como ninguna; el rímel negro le regalará los ojos atentos y listos de su madre capaces de adivinar cualquier mentira; El maquillaje, se le escurre por la alfombra y recupera un poco del suelo para pintar sobre su lienzo pueril la cara de señora, esa que llega tempranito por ella a la escuela y a quien señala presumida ¡Mira esa es mi mamá! Si se pone los aretes de arracada seguro podrá entenderlo todo, así de lista es su mamá. Un poco de perfume y ya está.

Vestida de princesa ahora sí se pone a bailar, recuerda a Sherezada esa reina persa que cuenta cuentos igual que su mamá, saca todos los camisones y los lanza al techo, es el genio que ha venido a conceder 3 deseos. Olvida los deseos y recuerda al Marqués de Carabás, el pordiosero que el gato con botas ayudó, imagina que es con él con quien ella baila mientras, envidiosas, las hermanastras de Cenicienta tiran todas las medias del estante.

Camila corre a la biblioteca para buscar la computadora de mamá, el baile ha terminado y es hora de trabajar. A su paso va dejando como Hansel y Gretel, mascadas o collares, broches o pasadores. De qué escribiremos hoy, se pregunta la niña:

-- Escribiré un cuento a mi mamá, le contaré que hubo una vez una princesa llamada Camila que fue la presidenta de su ciudad.

Interrumpe su escritura al oír que la llave abre la puerta, ha llegado su mamá. Llena de pánico mira a su alrededor, los barcos, tules y tesoros están regados por todo su reino y la madre se va a enojar. Entonces recuerda que tiene tres deseos. Mamá entra y su cara está descompuesta, Camila la abraza y le dice:

--Mamá, espérate, no te enojes, me quedan tres deseos y uno de esos es que me dejes contarte el cuento de Camila, la hija del hada de los cuentos, una niña que vive en el closet de mamá, es su castillo. La fortaleza llena de tesoros la invita a jugar a ser princesa…

 
 
 

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