Para Carlos Zermeño
Las sirenas desconfían de los hombres porque fueron creadas por ellos para asumir sus deslices. Incapaces de hacerse responsables de sus deseos lujuriosos, navegan por la vida culpando a las princesas marinas con cola de pez, de cara hermosa y canto fascinante. Temibles y dañinas como las erinas o arpías son juzgadas por marineros sin timón, hombres pirata que, al querer autodestruir su deseo las preñan de seducción mortal.
Desprecian a los hombres melodramáticos, hijos de la comedia que se presuponen héroes trágicos; y es que la comedia es el género por donde transita el hombre común que exhibe sus pasiones y sufrimiento, haciendo con ello patente lo ridículo de la condición humana. Los trágicos son heroicos, asumen su dolor y su destino con valentía, son pocos, mucho más raros de encontrar que las mismas sirenas.
Sienten encono hacia Ulises a quien no profesan respeto pues hizo trampa, amarrarse al mástil y tapar sus oídos, no encarna una batalla justa y es poco digno de su fama. Debió, si quería disfrutar de su presencia, enfrentarlas con valor, no se puede ir por ahí mirando sirenas sin pagar el precio, sin encararlas y probar su fuerza de voluntad. Típico de los mortales, cantan ellas con melodía dulce, gozar sin consecuencias, sin escucharlas siquiera, tan masculino, tan lamentable.
Elogios envenenados son los regalos que reciben de sus creadores por ayudarlos a permanecer incólumes, bellas y perversas, cantantes de la muerte. Las sirenas, las embaucadoras, las hechiceras. En cambio Ulises se engrandece sin merecerlo, se dio a la aventura por años con Cirse y con Calipso, otras brujas que lo indujeron al mal. Una vez cansado y nostálgico decide regresar a casa con su Penélope para que le haga sopita de pasta. Lo bueno es que ellas conocen un canto oculto que dice que el dios Pan (el lujurioso por excelencia) es hijo de una de las infidelidades de la "incólume" mujer (tejía, ríen sarcásticas) , y fueron tantas, que el nombre Pan significa hijo de todos, no se sabe cuál de los pretendientes es, al fin y al cabo, el que puso esos cuernos.
Hubo un hombre de apellido Andersen, de corazón puritano, que redimió a un ejemplar convirtiéndola en espuma de mar. Victoria pírrica cantan a coro. Luego llegó un estudio de cine sacó del mar a otra de las hermanas y la convirtió en pusilánime caricatura, amita de casa que canta con cangrejos y se peina con tenedores.
Es digno preguntar si las sirenas buscan amores con sus iguales, los seres míticos. Afirman categóricas que no, que cuidar una cola es suficiente como para cargar con cuernos, patas de cabra y demás parafernalia, además de que los míticos tienden a la mitomanía y lo hiperbólico. Ellas buscan amores humanos y no de cuento, a un hombre de verdad que no las tema y que se atreva a nadar entre la espuma, que no se moleste porque el mar es cálido pero también salado.