Mi carta a los Reyes en un mundo mediatizado
- Regina Freyman
- 3 ene 2011
- 4 Min. de lectura
Querido Reyes Magos:

¿Se acuerdan cuando perdí la fe en ustedes?
Recurrentemente les pedía un teatro guiñol, siempre me gustó hacerle al cuento. Cada año escenificaba miles de historias para mis primos y hermanos, el teatro de cartón y sus personajes se desgastaban, los descabezaba y perdía; por eso al año siguiente volvía a pedirlo. Una Navidad vi en la cajuela del coche familiar, el empaque de lo que parecía ser mi teatro. Recé la noche completa para que no me trajeran eso porque con él perdería la fe definitivamente. Así fue, y muchos teatros se me cayeron desde entonces.
Pero hoy recurriendo a las ilusiones añejas me atrevo a molestarlos, al menos me dirijo a ustedes con la esperanza que no podría depositar en otro destinatario.
Los seres humanos somos básicamente entes performativos que hacen uso de los medios para descolgar sus tramas, en ese sentido, el primer medio es la palabra, a partir de ellas nos configuramos e inventamos el mundo mediante los deseos que surgen del instinto y de la imaginación. Ciframos en palabras a pesar de sus deficiencias, ellas son planos para los sueños y proyectos que pensamos materializar. Palabras e imágenes son bandera y escudo que representan nuestro pensamiento, para ellas hemos creado plataformas simples como mi teatro de marionetas o complejas como el internet, medios pues que pretender ser puentes que nos acerquen.
Estos que son mis tiempos, confunden medios con fines y operadores con operativos en una suerte que hace difícil entender qué maneja a qué y quién es responsable de qué. Responder la vieja pregunta de Harold Lasswell ¿Quién dice qué a quién y con qué efecto? es cada vez más confuso, nos perdemos en el medio, como la Caperucita que se perdía en el camino a casa de la abuela. Pero creer que los medios son el lobo es darle materialidad al tránsito.
Por eso yo les pido que nos ayuden a quitar el ruido del medio, que nos den luz para esclarecer la confusión entre los pecados de los medios masivos y los pecados de sus operarios que, como la mano que mece la cuna o la mano que maneja a los títeres, (acudiendo como analogía al juguete que me despojó de la fe) nos ayuden a fincar responsabilidades y no caer en la tentación de mitigar la culpa en entes sin rostro, porque al hacerlo, nos dejamos manipular por los hilos del espectáculo, sustentando y legitimando con mirada acrítica.
Ayúdennos a erradicar el pecado de Mediocracia que se sostiene sobre la base tramposa de que "La libertad de informaciones es la primera de las libertades" (Stuart Mill) y bajo esa consigna se difunde sin reflexionar en un mundo que busca el éxito rápido sin importar el daño, en un exhibicionismo que se pinta de amarillo aunque se nos chingue la retina.
Les pido que se acabe el terrorismo mediático que hace que las grandes corporaciones usen todos sus medios como ajustadores de cuentas, atomicen la vieja y preciada verdad en verdades desechables, múltiples y fragmentadas, tornando la información en un cubo de rubick que se acomoda según el patrón más conveniente.
Quisiera que nos trajeran muchos más secretos baldíos, genial metáfora de Umberto Eco sobre el desenmascaramiento hermético de EU a cargo de Wikileaks, en el que se demuestra que el poder que echa mano del hermetismo para dominar, no tiene, en realidad, nada que esconder. Y en un mundo de ciudadanos hipervigilados, las élites del poder no son la excepción: "carcacha, carcacha, todo lo que me hagas se te retacha", hermosa paradoja que nos consuela.
Queridos reyes, en el terreno de los afectos el uso desmedido de la exhibición y la comercialización van matando al bendito Eros ¡Sálvenlo! El pecado de circunvención que transforma la libido en capita y el capital en libido es la cicuta que lo envenena.
Hoy en día hasta un beso tiene precio y cotiza en bolsa. El mercantilismo del deseo nos hace confundir el orgasmo con un refresco de cola o nos impulsa a pensar en el desamor en términos de deudas en lo que Eloy Fernández Porta, en su excelente ensayo €r0$ la superproducción de los afectos, llama la perfidia amoris de la mercadotecnia. El amor debe ser rentable y dejar dividendos, de lo contrario es una pérdida de tiempo en una época donde time debe ser money y cada segundo pasa por el taxímetro.
La hiperpublicidad mediática lucra con los afectos en una compraventa que empieza con la excitación del consumidor y continúa con su penetración vaginal, dice Fernández Porta, configurando un modelo de producción farmacopornográfico, un capitalismo caliente que rompe con la excitación y nos va enfriando de a poquito.
Del mismo modo el lucro sentimentaloide muy al estilo Teletón hace difícil discernir si la grandeza de los mexicanos le viene de los genes o de una botella de Johnny Walker que, como reza su publicidad, nos ha mantenido caminando, incluso, entre los escombros de nuestro trágico terremoto.
Regálennos mesura para entender en este nuestro mundo espectáculo que, la vida real no es espectacular, no puede. Pues el esfuerzo por emular los dramas del cine y la TV, los cuerpos perfectos de deportistas, modelos y actores, o los escaparates comerciales que se trasladan a las redes sociales, cada día nos frustran más. Ayúdenos a entender el silencio cotidiano, el paso del tiempo, la muerte y los esporádicos finales felices. Resignación ante el instante imprevisto y el azar inmaculado que no se subordinan a ningún click interactivo, ni a la mano caprichosa de un muñeco de guiñol.
Regina la ex niña y futura anciana que quiere volver a creer.
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