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Coitus interruptus

  • Regina Freyman
  • 2 dic 2010
  • 4 Min. de lectura

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Interrumpimos este sueño para recordarle, amable soñador, que está usted en un sueño.

Tell me somthing I don't know --dije irónica y me di la vuelta.

Nuevamente caminaba alegre por el bosque, los sonidos nítidos del piar de las aves, la luz del mediodía, comenzaron a engañar mis sentidos, dejé de pensar que se trataba de un simulacro onírico y disfrute, incluso, el aroma de lo s pinos y el olor de la tierra húmeda. Al fondo, una cabaña otrora hermosa se presentaba desnuda de techo, puertas y ventanas; vi su entrada que, tímida entre matorrales, me invitaba a pasar. Entré.

Amable soñador, todo esto que ve es un simulacro... No puede ser -- me dije furiosa-- de nuevo la vocecita maldita que no me permite soñar. Qué afán -- grité molesta y me puse la almohada en la cara.

Pasé un rato largo navegando entre la oscuridad de mis ojos apretados. No quería que un sólo indicio de luz se sumara al impedimento de dormir. Imaginé la cueva donde vi a Morfeo y sus hermanos los oníricos. Ya sé, ya sé, la gente normal cuenta borregos pero a mí me gusta contar mitología, odio los números y me gustan los cuentos. Los tres hermanos que recuerdo, Morfeo, Fobetor y Fantaso, salían de la cueva como murciélagos, al fondo del cielo que parecía de mar, la Luna se veía arropada entre nubes. Los murciélagos volaron ligeros como tres anzuelos que se lanzan a pescar. Caer, caer, un dulce mareo me llevó hacia el fondo de un pozo.

Los dioses del sueño montaban, ante mis ojos impacientes, un teatro que supuse escenario de mi próxima aventura. Morfeo trajo del subconsciente al que vislumbré amor de mi vida, de seguro llevaría un papel protagónico en el montaje. Fantaso se encargaba de la utilería y a Fobetor lo vi esconderse tras bambalinas. Seguro tramaba convertir aquello en una pesadilla, pero mi subconsciente no reparó en ello sino hasta después.

En ese momento me limité a esperar mi llamado a participar.

Frente a un espejo me preparaba, con gran esfuerzo busqué mi rostro que no se mostraba en la luna del tocador. Metí la cabeza como si de agua se tratara. El rostro completo quedó barnizado de polvos brillantes, a pesar de eso, no lograba definir mis facciones. Un vestido de tul rosa esperaba lánguido sobre la cama, darle vida con mi cuerpo, recuerdo, me causaba emoción. De súbito un hombre con sombrero de copa abrió la puerta y dijo con voz impostada:

-- No se confíe prima donna, esto que vive no es más que una falacia. Cerró muerto de risa.

Desperté.

Todavía me duele el pecho de recordar la salida abrupta de ese episodio. Me volveré loca pensé, mi desesperación fue tal que no quise dormir más, me senté en la cama y decidí leer.

Encontré sobre la mesa un cuento de Hofman que debía revisar para mi tesis, "El hombre de arena" nada menos. Mis ojos se toparon con las líneas subrayadas que quise evitar, pero el amarillo fluorescente me robó la vista y la atención:

¿Quién no ha sentido latir su sangre en las venas y un rojo ardiente en las mejillas? Las miradas parecen buscar entonces imágenes fantásticas e invisibles en el espacio y las palabras se exhalan entrecortadas...Y tú querrías pintar con sus brillantes colores, sus sombras y sus luces destellantes, las vaporosas figuras que percibes, y te esfuerzas inútilmente en encontrar palabras para expresar tu pensamiento...pero toda palabra, cada frase, te parece descolorida, glacial, sin vida.

Creo que mis párpados desmayaron y el personaje autómata de Hofman, Olympia, la mujer sin rostro, apareció en ellos. Abrió los ojos y dijo en una carcajada desquiciada

¡No te engañes, muñeca, esto sólo es un cuento!

Lancé el libro con las piernas pues era allí donde reposaba tras haberme servido de brevísimo somnífero.

Fui a mi armario y saqué una chamarra. A media luz busqué las llaves del coche, no era menester despertar a toda la casa. De hecho, es molesto que otro se despierte y pregunte con esa cara adormilada y medio harta ¿Qué pasa? Y uno molesto y avergonzado, como recién apañado de algún pecado, debe responder: no es nada vuelve a dormir. A esas alturas el mal humor no permite mayores explicaciones.

Conduje. La noche era fresca y la luna se veía plena pero pequeña, sumida, ella sí, en sus dulces sueños, pensé. La calle vacía me regaló los brillos del pavimento. Su negrura era fantástica, contrastaba con el verde casi metálico de las hojas alumbradas por el neón de los faroles. Un gato atravesó de prisa, aceleré para que no me tocara la luz roja del semáforo.

Irrumpió en la radio "Let it be", era una versión gosspel que meció mi espíritu. Sentí calma y el mal humor salió volando como parvada de cuervos. Creo que era feliz.

AMABLE RADIOESCUCHA INTERRUMPIMOS ESTA TRANSMISÍON PARA RECORDARLE QUE.... duerme en los brazo de una canción cualquiera y está a punto de estrellarse contra un árbol.

Me negué a escuchar, seguí y seguí, un estruendo coronó mi paz y por fin, por fin pude soñar, sin prisa y sin interrupciones.

 
 
 

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