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Regina Freyman

Modos de ver

¿Cómo ves? Es una pregunta recurrente que, en términos coloquiales, nos hacemos unos a los otros para conocer nuestra opinión o postura a partir de un contexto o una realidad determinada. La vista es el sentido que manda en nuestra sociedad de la hiperpantalla, según Lipovetsky, o la iconósfera, según Gubern. Llamémosle como se quiera, la verdad es que, arriesgándome a ser tomada por blasfema, me atrevo a decir que el hombre venera la imagen por sobretodas las cosas y si de algo está cada vez más seguro es de la omnipresencia de la misma. La vieja frase: Dios está en el cielo, la tierra y en todo lugar, es más certera cuando se piensa que en casi todo momento y lugar se puede encontrar una pantalla reproductora de imágenes.

Desde niña crecí conectada a un televisor, mirar es casi una devoción. No pretendo entrar en controversia sobre la supremacía de los mensajes en un medio u otro pues nadie convocó una pasarela y, desde que recuerdo, al menos en el altar de mi recámara, cohabitan mi computadora, mi televisión y mis libros, como tres buenos hermanos. Como los tres cerditos esperando a que llegue por fin el lobo amenazante que soplará y soplará hasta derribar edificios de papel y reducirlo todo a bits.

La novela como el gran entretenimiento de masas abrió paso a la teleserie que hoy es seguida temporada a temporada con la misma ansiedad de aquellos que hacían fila en espera de la próxima entrega de una novela de Dickens o un nuevo cuento de Poe. Me dirán que en la actualidad largas filas esperan las novelas del joven Potter, sin embargo, aún más largas son las muchedumbres que se arremolinan ante las pantallas del cine para ver la nueva entrega de un serial a gran escala. Los que no alcanzaron boleto, persiguen una copia, lícita o no, para verla en la comunión de su sala familiar.

He titulado este escrito con el nombre que dio origen a un programa de televisión británica y que luego se convirtió en un libro extraordinario, mismo que desobedece la costumbre de mutar un libro en audiovisual y no a la inversa. Mi intención es discurrir sobre las teleseries como un género popular que nos permite una lectura crítica de nuestros tiempos como en el pasado lo fueron la pintura, la fotografía o el cine. En busca de apoyar mis impresiones recurro primero a Ways of seeing o Modos de ver, porque me parece lógico hacer un homenaje a la televisión a partir de un texto que le pertenece; segundo, porque como el autor John Berger afirma, la vista llega antes que las palabras, vemos antes de poder hablar.



La realidad se confunde con lo visible. Nuestro primer impulso al definir ese concepto es recurrir a la vista porque es ella la que percibe y nos sitúa con mayor rapidez que los demás sentidos. Ver para creer, ver para reconocer. Pero como Berger advierte, el imperio de la vista no existe, es una mera impresión. Lipovetsky en La pantalla global llega más allá afirmando que las fronteras de la imagen y de aquello que llamamos realidad son confusas y ubica al cine en el centro como materia prima de libros, estilos de vida, programas de televisión, moda, arquetipos y fisonomías labradas por un bisturí. Cuando era niña, a lo más que podía aspirar era a peinarme como mi ángel de Charlie favorito (descanse en paz, triste, opacada y pisoteada por el moonwalk de Michael Jackson); hoy existe un programa de TV que promete cambiarte el físico hasta convertirte en gemelo de tu estrella favorita. Esta idea lleva al límite los pensamientos sobre la reproducción que Modos de ver planteara en los años 70 retomando los conceptos de Walter Benjamin.

En cuatro episodios y seis ensayos, Modos de ver nos obliga a recorrer el camino de la imagen desde su origen ritual, su pertenencia como alma y memoria de un recinto; la pintura renacentista como creadora de la noción de individuo al actuar como un faro invertido, que en lugar de proyectar, converge un escenario ante el ojo de un observador (por cierto, “The eye of the beholder” es el nombre de uno de los capítulos más célebres de La dimensión desconocida). Nos habla de la pintura al óleo como manifestación de la nueva sociedad capitalista que plasmaba en un lienzo el estilo de vida exquisito de la sociedad burguesa, imágenes que alimentan la publicidad hasta la fecha: viandas excelsas sobre una gran mesa, Venus semidesnudas mirando seductoras hacia el ojo imaginario del espectador representado por la cámara. Por último, la fotografía y la cámara de TV como pretenciosas reporteras de la realidad y el cine como tributo hiperbólico de imágenes superlativas. ¿Y dónde quedó la realidad? Si no es accesible al ojo, ¿cómo iba a serlo a sus prótesis? Pero entonces, ¿cómo leernos a través del espejo de nuestras imágenes?

Así, aceptando sus inevitables limitaciones, yo le apuesto a las series de televisión porque amalgaman la imagen y la palabra, porque se sitúan en la intimidad de nuestros hogares, porque, a pesar de nuestro creciente individualismo, son puntos de contacto y conversación, porque nos cuentan los viejos cuentos de nuevas formas: Holmes/House; Lost/El señor de las moscas o La invención de Morell; Prision Break/El conde de Montecristo; Dr Hekyll y Mr Hyde/ Dexter; 1984 como inspiración de Big Brother y reality; hasta qué punto Nip tuck nos alerta del nuevo Frankenstein…

Viajaré por las teleseries sin obedecer cronologías y saltando en el tiempo con la misma soltura del viajero en el tiempo de Quantum Leap.



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